Diego Battiste

Luis Lacalle Pou con el libreto de Tabaré Vázquez

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04 de diciembre de 2019 a las 05:02

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Finalmente, aunque con más suspenso del anunciado, Luis Lacalle Pou fue electo presidente. Este resultado, que pone fin a quince años de hegemonía política del Frente Amplio, no es consecuencia directa de algunas condiciones favorables del entorno económico, social y político. En verdad, no puede explicarse sin tomar en cuenta la estrategia política desplegada por los principales líderes de la oposición desde el año 2015 en adelante. Resumiendo al máximo, podría decirse que la estrategia que depositó a Lacalle Pou en el sillón presidencial es similar a la que hizo posible el triunfo de Tabaré Vázquez hace quince años. Examinemos este paralelismo más de cerca.

En su tesis de maestría publicada con el título Al centro y adentro: la renovación de la izquierda y el triunfo del Frente Amplio en Uruguay (Linardi y Risso, 2005), Yaffé argumentó que este resultado fue consecuencia del despliegue de una estrategia óptima de adaptación al entorno implementada por el liderazgo frenteamplista al menos desde 1994 en adelante. Esta estrategia, que combinó oposición (sistemática) con moderación (programática), fue consecuencia a su vez de dinámicas de competencia y cooperación desplegadas por sus fracciones y líderes. La crítica sistemática permitió captar el voto de los damnificados por las reformas de los noventa. La moderación programática permitió incorporar electores centristas al electorado “progresista”. Todo esto fue posible, a su vez, por la construcción de alianzas políticas novedosas e ingeniosas: el Encuentro Progresista en 1994 y la Nueva Mayoría en 2002.

Este marco analítico ayuda a sintetizar las principales claves de la elección de 2019. El entorno (económico, social y político) generó una oportunidad para el triunfo de la oposición. A partir de 2015 creció el malestar con la gestión del gobierno, aumentó el pesimismo con la marcha de la economía y se intensificó la alarma ciudadana con la inseguridad. El malestar de la ciudadanía es condición necesaria para que se verifique la alternancia. Pero no es suficiente. No hay victoria opositora sin una estrategia apropiada. Los líderes de la oposición abandonaron la tentación de reconocer logros del Frente Amplio. Luis Lacalle Pou, en particular, dejó de lado el discurso sintetizado en el slogan “por la positiva” desplegado en 2014. La Comisión Investigadora de la gestión de ANCAP, instalada en el Senado a instancias del sector Todos del Partido Nacional, desde ese punto de vista, fue una señal clarísima de los nuevos tiempos discursivos.

La moderación programática complementó muy bien la oposición sistemática. La oposición, como quedó muy claramente de manifiesto durante toda la campaña electoral, abandonó cualquier pretensión de afectar a quienes se vieron beneficiados por la amplia batería de políticas de inclusión social desplegadas por el Frente Amplio durante la Era Progresista. La oposición logró imponerse porque prometió mantener los Consejos de Salarios, no afectar el gasto público social y no dar marcha atrás con la “revolución de los derechos”. El programa de la “coalición multicolor” prioriza el crecimiento económico mediante la protección del clima de negocios y la apertura comercial, enfatiza la necesidad de dar un golpe de timón en materia de seguridad y de concretar una reforma ambiciosa en la política educativa. 

A esta estrategia electoral “mixta” se sumó la implementación de una política de alianzas ambiciosa que culminó en la construcción de la “coalición multicolor” concretada durante el mes de balotaje. Esta política de alianzas llevó a un nuevo nivel la ensayada por Jorge Batlle Ibáñez y Luis Alberto Lacalle Herrera en 1999, en el estreno del nuevo sistema electoral. Además, la construcción de esta coalición no puede explicarse sin el aporte, al menos, de otros dos líderes. Durante el año 2016, Jorge Larrañaga inició una serie de contactos políticos con dirigentes opositores para generar una alternativa “superadora” al Frente Amplio. En mayo de 2018, Sanguinetti inició su regreso a la competencia política reuniéndose con Lacalle Pou y Larrañaga para hablar, precisamente, de la necesidad de construir una coalición opositora.

Jaime Yaffé, en su momento, caracterizó como “óptima” la estrategia política del Frente Amplio. Desde su punto de vista, la fraccionalización del Frente Amplio y la competencia entre sus tres principales líderes (Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori) permitió sumar electores muy distintos. Es posible que esa definición sea correcta. ¿Fue óptima la estrategia de la oposición en 2019? No es sencillo contestar esta pregunta. El resultado de octubre sugiere que sí. Los partidos de oposición obtuvieron una gran representación parlamentaria: 17 senadores y 56 diputados. La votación obtenida por Lacalle Pou en el balotaje, en cambio, sugiere lo contrario. Hasta escuchar mejores argumentos, me inclino a pensar que los partidos de la “coalición multicolor” hubieran logrado, en noviembre, retener una mayor proporción de sus votantes de octubre si hubieran logrado enviar señales más claras de cooperación entre sí durante la extensa fase previa al balotaje. La polémica entre algunos socios (pienso, por ejemplo, en los choques entre Pablo Mieres y Ernesto Talvi, por un lado, y Guido Manini Ríos, por el otro) subió de tono en numerosas oportunidades, debilitando la imagen de coherencia de la coalición.

Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR
adolfogarce@gmail.com 

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