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Más grande y espectacular: así es la vuelta a Pandora en Avatar 2

En Avatar: el camino del agua, James Cameron demuestra que sigue siendo un defensor del entretenimiento masivo
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16 de diciembre de 2022 a las 06:00

Hay que reconocer algo desde el principio: el hombre está convencido. Si hay una cosa que tiene bien clara James Cameron es que el mundo en el que quiere vivir —cinematográficamente— de acá a la eternidad se llama Pandora y es una suerte de satélite extrasolar donde hay un montón de alienígenas azules. Es sorprendente que alguien tan exitoso, creativo e importante para el cine industrial desde hace tiempo haya decidido emprender un camino que evidentemente es arduo y lo aleja de cualquier tipo de proyecto alternativo al mundo de Avatar. Pero allí está, sin pensar en otra cosa desde que estrenó Titanic, hace 25 años. Con el mundo de los Na’vi en la cabeza, planeando secuelas hasta el día de su muerte, buscando quizás emular el fenómeno que fue la primera película, que en 2009 hizo más de 3 mil millones de dólares y se convirtió en el caso de éxito más contundente de la historia del cine.

Cameron esperó trece largos años para ver el estreno de la secuela de Avatar, y finalmente el momento llegó. Avatar: el camino del agua se estrenó en cines uruguayos y de todo el mundo este jueves y si bien se enfrenta a un contexto donde sus avances tecnológicos ya no impactan tanto y el 3D no te vende ni dos entradas de más, tiene crédito en el banco para lograr resultados más que apreciables en la taquilla de fin de año. Y eso es lo que se queda en el terreno de la especulación porque, por otro lado, el crédito artístico lo tiene ganado: la segunda parte de Avatar es más grande, más emocional, menos new age, menos cursi, más violenta y de unas dimensiones que, otra vez, requieren de la pantalla más grande que exista en la vuelta para verla. Es una experiencia impresionante, que tira a la basura la idea de la muerte de las salas de cine y, aunque sus tres horas se sienten en el cuerpo, está a la altura de la espera y el amor que, al parecer, Cameron le tiene a este universo.

La película aterriza otra vez en Pandora, el ecosistema que sirve de escenario para la saga, y se pone más que nunca del lado de los Na’vi, una cultura alienígena marcada por su conexión espiritual con la tierra en la que viven y sus criaturas, y que están caracterizadas por su altura y el inconfundible azul de sus pieles. En ese sentido, Avatar 2 se ubica algo más de una década después de la primera entrega y de nuevo toma como protagonista a Jake Sully, el marine que en la primera se pasó al bando de los Na’vi y consiguió un “nuevo cuerpo”. Interpretado por Sam Worthington, en esta película Sully continúa su vida al lado de Neytiri, es el líder de su tribu y tiene una familia bastante numerosa, entre ellos una hija adoptiva que es una versión adolescente y alienígena de Sigourney Weaver.

Los Na’vi viven en paz, lograron echar a los humanos invasores del planeta, a los “demonios del cielo”, y todo marcha de maravillas. Vuelan en sus monstruos alados, aprenden de la naturaleza, se pasean por sus bosques bioluminiscentes y todo es amor y filosofía. Pasa, sin embargo, lo que tiene que pasar: llegan los humanos. Otra vez. Y la cosa se pone fea para los amigos azules. Sully y su familia tienen que buscar un nuevo refugio y lo encuentran en otra tribu Na’vi que habita, a diferencia de sus frondosos bosques flotantes, en una suerte de archipiélago. La conexión de estos clanes es con la fauna y la flora marítima, y el universo de Pandora se abre. El “camino del agua” toma posesión de los personajes y de la trama y se convierte en el escenario donde, otra vez, Sully y los suyos deberán pelear por su supervivencia contra los hombres y su fuerza destructiva.

Lo primero que hay que decir de Avatar 2 es que es visualmente deslumbrante. Si bien esto no debería sorprender a nadie teniendo en cuenta que en 2009 ya lo era y que la tecnología avanzó, lo cierto es que la apuesta por la definición absoluta, las texturas y el diseño de cada una de las cosas que se ven en pantalla, digitales o no, es abrumadora. El cuidado de los detalles es extremo y sorprende más, incluso, cuando la cámara se olvida de los espectaculares paisajes de Pandora y se enfoca en una mano azul que aferra un arnés, en los gestos mínimos de los rostros extraterrestres, en las pequeñas criaturas marinas que aparecen. Y en las más grandes, también.

Justamente, es quizás en ese rubro, en el world building, donde la película se topa con una de sus falencias. Cameron se preocupa tanto de que todo lo que vemos nos deje de boca abierta, que se pasa de rosca: esto es, podría haber recortado alguna que otra escena “de conexión con la naturaleza”, o una de las largas —y fascinantes, es cierto— interacciones que los personajes tiene con unas ballenas gigantescas llamadas Tulkun. En las tres horas y monedas que dura la película, esos momentos se sienten. De todas formas, a pesar de estos excesos, la exploración del mundo de Pandora lo es todo en esta entrega, y los nuevos rincones, tribus y manifestaciones del planeta funcionan y dejan la mesa servida para ver más en las futuras tres (!!) entregas de la saga. Sí, esta aventura terminará recién en 2028, con la quinta parte. 

Pero poco más hay para achacarle a una película que pretende ofrecer un entretenimiento absoluto a escala gigantesca y lo logra. Todo en Avatar 2 mejora respecto a la primera, y para empezar lo hace su historia, que apela menos por el mantra new age relacionado a la madre tierra y se preocupa más por construir los vínculos entre los personajes y hacer que ciertas decisiones narrativas que toma sobre el final se sientan más, que sean más emocionales. Después, sigue siendo bastante lineal, y no por ello menos efectiva. El mensaje, por otro lado, parece algo suavizado. La reivindicación antibélica está, el cuidado al medio ambiente y al balance de los elementos también, pero resulta algo menos edulcorado. Cameron parece haber pasado buena parte de estos años limando las asperezas de su universo, y se nota en todas las líneas. Esa es una de ellas.

James Cameron en el set de Avatar 2

En donde el director de Terminator, Titanic y Aliens: el regreso muestra todo su poderío cinematográfico es en las escenas de acción. Tanto las que ocurren en la apertura de la película —que incluyen, por ejemplo, el asalto a un tren—, como toda la última hora, son espectaculares demostraciones de la capacidad que tiene Cameron para controlar cada aspecto de la puesta en escena, para medir la temperatura del conflicto, hacer entrar el drama y la tragedia al enfrentamiento, para entregar momentos inolvidables y algunas de las escenas visualmente más poderosas del año. En el cielo, en el bosque o en el agua, cuando Cameron quiere filmar acción de verdad, como espectadores debemos entregarnos completamente: el viaje por esos momentos, en Avatar 2, es épico y apoteósico. 

Así las cosas, James Cameron está feliz en Pandora. Hasta se da el lujo, incluso, de homenajear en esta película a otras obras suyas, como Terminator o Titanic. Al margen de que genera algo de pena que prefiera dedicar toda su vida a una única saga y que nos deje sin la posibilidad de experimentar su maestría en otras facetas, otros registros, no se puede decir que el hombre no la está pasando bien. Y se lo ganó: que aproveche, que se cuelgue de los árboles de ese planeta que creó, que remonte sus olas, que siga buceando en ese universo que lo tiene encantado. Si sigue dando motivos certeros para ir al cine, como sucede en este caso, vale la pena esa obsesión. Esa entrega. Y ese cariño.

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