Brendan Gleeson y Colin Farrell en Los espíritus de la isla

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No quiero ser más tu amigo: por qué el fin de la amistad duele tanto o más que el fin del amor

Aunque se le presta poca atención, los vínculos de amistad que terminan pueden generar un proceso de duelo tan importante como otros
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05 de febrero de 2023 a las 05:02

Pádraic Súilleabháin tiene un solo amigo. Se llama Colm Sonny Larry Doherty. Viven en la misma isla, son irlandeses y hacen una cosa sola: tomar una pinta de cerveza negra a las dos de la tarde y otras cuantas a la noche en el pub del pueblo. Y hablan. Hablan mucho de cosas que tienen tan poca importancia que son, por eso mismo, cruciales. Según Colm, Pádraic una vez le habló sobre las deposiciones de su burro. Por ejemplo. Durante dos horas. La charla dio para eso. Y fue una buena charla, una charla decente, al menos para Pádraic. Y todos los días son eso, esa es la historia de su amistad, se macera en la rutina abúlica y rural de dos tipos que no tienen nada más que hacer que ser el mejor amigo del otro, y así hasta el infinito, o en realidad hasta que un día Colm se aburre. O hasta que se da cuenta de que en algún momento no muy lejano se va a morir, que para el caso es lo mismo. Y entonces ese día Colm empieza a evitar a Pádraic. Y entonces Pádraic va y le dice que si le dijo algo que estuvo mal, o si se portó como no debía portarse, lo perdone. Y Colm le dice que todo está bien y que no hay nada por lo que disculparse. Y entonces Pádraic, ya un poco desesperado porque encima no tiene demasiadas luces, pobre, le pregunta: pero entonces qué pasó, por qué me evitás así si no te hice nada y si está todo como siempre está. Y entonces Colm le dice: simplemente no quiero ser más tu amigo. Fin.

Esta es la historia, muy simple, lineal y fantástica, de Los espíritus de la isla, la película de Martin McDonagh que se estrenó este jueves en Uruguay y que aspira a nueve Oscar, entre ellos uno para cada protagonista: Colin Farrell, que hace del bueno de Pádraic, y Brendan Gleeson, que hace del bueno de Colm.

Los espíritus de la isla es, obvio, una historia del fin del mundo. O del fin del mundo para Pádraic, porque para él perder la amistad de Colm significa eso: el final. De todo. O de todo por lo que vale la pena existir. Acusa el golpe de la manera más radical y le cuesta mucho recuperarse. De hecho la recuperación, la pregunta por la posibilidad de una eventual reconciliación o en todo caso una vida después de Colm, es lo que mueve a la película, lo que genera también represalias en forma de dedos cortados, de amenazas, de una violencia silenciosa que pone a Pádraic moralmente contra las cuerdas. Y él es solo un buen tipo que quiere a su amigo de vuelta. Nada más.

Al margen de sus aciertos como película, al dolor que siente el personaje de Farrell —uno que, por otro lado, si no se lo impide Brendan Fraser le dará el Oscar a mejor actor— lo podemos entender todos, aunque no sea uno particularmente explorado. Y esto es así porque ese duelo, el del fin de la amistad, es uno que se suele barrer bajo la alfombra como si nada cuando en la mayoría de las ocasiones esas amistades que se terminan son relaciones incluso más largas que las de pareja. Y pueden llegar a doler más.

Colin Farrell y Barry Keoghan en Los espíritus de la isla

El adiós a los amigos es algo a lo que todos nos exponemos tarde o temprano. Es parte del ciclo vital: el distanciamiento. Está claro que no sucederá con todos los círculos y las amistades para toda la vida existen, pero a medida que crecemos, que entramos en diferentes etapas de la vida y que nuestras características y preferencias empiezan a virar y a tomar nuevos rumbos, los amigos cambian. Algunos quedan atrás. Otros se mantienen allí, incluso cuando lo que nos hace amigos, en algún punto se acabó. Y de nuevo: otros llegan y se quedan para siempre. La cadena de la amistad se retroalimenta y, aunque los cambios drásticos no suelen ser demasiados, pasan. Así lo ve por ejemplo la psicóloga clínica María Hurtado entrevistada por El País de Madrid:

“La amistad y sus formas evolucionan según las necesidades individuales y el momento vital que se está atravesando. A medida que cambia nuestro estilo de vida predominan los amigos independientes que vamos conociendo en diferentes ámbitos, así como distintos grupos afines a nuestra situación actual con los que adquirimos incluso más calidad relacional”.

La despedida al amigo sucederá, entonces. Y llegue abruptamente como en el caso de Pádraic y Colm, o se vaya en fade out a través de los años por culpa de la rutina u otros motivos tan o más corrosivos, ese fin deja huellas. Huellas que persisten y marcan el comienzo de una forma de luto que tiene sus propias características y disparadores.

Hugo Selma, psicólogo y profesor adjunto en el Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología (Udelar), asegura que las amistades y sus vericuetos no ocupan los primeros lugares de las consultas de los pacientes, pero suelen aparecer con frecuencia en medio de las conversaciones. El tema atraviesa a todos y, en algún punto, los conflictos, los encontronazos o en caso contrario, el apoyo o sostén de un grupo amigo terminan formando parte de las terapias.

En la mayoría de los casos la presencia de relaciones de amistad de larga data suele ser un indicador de buena salud mental, justamente porque para poder mantener una relación tanto tiempo es necesario un montón de recursos, tener flexibilidad, capacidad de adaptación, de perdonar, de pedir perdón. Tener una red social bien edificada es un buen síntoma, pero en esa red a veces pueden pasar cosas, pueden aparecer diferencias que pueden provocar que se rompa. Y eso se trabaja, claro”, explica.

De todos modos, Selma asegura que no es tan común que una relación entre amigos se rompa de manera abrupta —como le sucede a los personajes de Los espíritus de la isla—, algo que sí sucede casi de forma obligatoria en el fin de una pareja. En ese caso, la emocionalidad del vínculo es considerablemente más intensa e implica una codependencia mucho mayor, por lo que no hay muchas maneras “alternativas” de ponerle fin a la situación. Hay que cortar de golpe y puede ser más violento. No necesariamente más doloroso.

El final de una amistad es una pérdida radical —escribe la autora Patti Miller en The Guardian, en una nota que recopila el fin de un vínculo amistoso que la incluyó—, pero no se analiza de la misma manera que el final de un matrimonio o una aventura. Se siente vergonzoso; ciertamente no es algo para hablar con otros amigos. No es el tipo de dolor sobre el que alguien escribe un poema o una canción; no hay drama ni pasión, solo humillación. En cuatro años el dolor se ha desvanecido, o más bien, parece un artefacto guardado detrás de un vidrio en un gabinete de museo, toda su capacidad de hacer daño ha desaparecido, pero todavía me siento desconcertada a veces. Parece que es hora de reclamar el dolor y la confusión del final de las amistades: es hora de escribir, cantar y hablar sobre eso.”

Las definiciones de la amistad

Las relaciones de amistad son tan diferentes como las personas que construyen el vínculo. De hecho, la propia palabra puede tener significados muy diferentes dependiendo de quién la diga.

“La palabra amigo es un poco ambigua. En algún momento hicimos un estudio sobre personalidad en el Uruguay y preguntábamos cuántos amigos tenía la persona, y nos sorprendió la enorme cantidad de gente que nos decía que tenía cero amigos. ¿Qué significaba el término para esas personas? Es cierto que hay distintos estilos de relacionamiento, algunos de mayor superficialidad, y bajo ese concepto quizás podés tener cincuenta amigos. Y hay gente que tiene vínculos más estrechos y define a sus amigos con más niveles de afinidad. No hay un número mágico para hablar de amistad, aunque es cierto que el refranerío popular en general tiene algo que ver con lo que pasa en la realidad. Si hablamos de amigos muy cercanos, es difícil encontrarse con alguien que tenga más de diez”, explica Selma y lo deja claro: los amigos no se cuentan con los dedos de una mano, pero casi. A lo sumo con los de una mano y media.

Sin embargo, la cantidad de amigos también depende del rango etario, ya que hay momentos de la vida en los que cosechamos amigos sin parar. Según un estudio presentado en conjunto por la Universidad de Oxford y la de Aalto, Finlandia, desde la adolescencia hasta los 25 años acumulamos amigos sin parar. Ya a partir de esa edad la cantidad empieza a menguar; pasamos a tener más conciencia de nuestras relaciones y empezamos a cuidar aquellas que consideramos más valiosas. Es allí cuando los amigos de verdad se quedan. 

Las diferencias también afectan a las amistades según el género. No es lo mismo un vínculo amistoso entre dos hombres, entre dos mujeres, o entre una mujer y un hombre. Las diferencias más notorias aparecen allí: al final. Cuando aparece el conflicto y la relación se pone a prueba.

“Conceptualmente no debería haber grandes diferencias entre los vínculos de amistad que tienen las mujeres y los hombres, pero hay cuestiones culturales y en la clínica se observan algunas particularidades, sobre todo en la resolución de los conflictos. En general, las amistades masculinas tienden a resolver los problemas de forma más frontal, más directa, y a veces en el caso de las amistades femeninas es un poco más complejo, la comunicación está más tamizada por las indirectas, los mensajes encriptados y eso dificulta a veces la resolución de los conflictos, que son inevitables en cualquier tipo de relación porque que dos personas quieran lo mismo o piensen lo mismo todo el tiempo es imposible. Las diferencias quizás se deban a pautas culturales, a cuestiones como que el hombre debe ser culturalmente resolutivo, por ejemplo, o que en los conflictos de las amistades femeninas hay más participación del grupo, más personas intermediarias”, dice Selma.

Si se toma la forma en la que Pádraic y Colm resuelven su conflicto, que comienza sí con un ultimátum tajante e inapelable por parte del segundo, se puede coincidir bastante con esta última aseveración del psicólogo uruguayo. En Los espíritus de la isla el choque post ruptura tardará en llegar pero en él habrá ruido. Y será muy directo, pragmático digamos, aunque también teñido de dolor, al menos para el pobre de Pádraic. Él lo supo desde que Colm se lo dijo: el fin de la amistad no es algo más. Abre un período de duelo y el personaje tiene el suyo. Hay que ir al cine, sin embargo, para ver cómo termina. 

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