Pancho Perrier

Pandemia en Uruguay: 18 días de expiación y advertencias apocalípticas

Un dilema: qué hacer con los emigrados que vuelven a su patria para Navidad

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05 de diciembre de 2020 a las 05:00

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En vísperas de fin de año, el gobierno uruguayo envió a muchos funcionarios a casa, a hacer teletrabajo, y restringió una serie de actividades colectivas. Pretende reducir los contagios por covid-19, que parecen duplicarse en menos de 15 días, lo que podría llevar al descontrol y la derrota.

Uno de los dilemas es qué hacer con los uruguayos emigrados que cada diciembre vuelven a su patria.

Entre 300 mil y 500 mil uruguayos radicados en el exterior regresan al país cada año, con preferencia en Navidad aunque no solo, a pasar sus vacaciones y visitar a su familia. La mayoría reside en Argentina y Brasil, pero también en Estados Unidos, España y muchos otros países. Casi todos esos lugares de origen están fuertemente afectados por la pandemia.

Aunque quienes regresen este fin de año sean menos que de costumbre, pueden hacer colapsar los frágiles sistemas de control sanitario. Uno de los cuellos de botella es la capacidad de testeo, sus demoras y su alto costo, que estimulan la violación de las cuarentenas y la propagación de un virus que es altamente contagioso.

En Uruguay se han hecho unos 130 mil testeos por millón de habitantes: un registro mejor que el de los vecinos, aunque muy escaso en comparación con Europa y otras regiones. Las autoridades procuran ahora aumentarlos, desde unos 4.000 al día hasta unos 15.000, y reducir los plazos de entrega de resultados.

Las medidas del gobierno serán revisadas el 18 de diciembre, para su eventual ratificación o ampliación. Aunque las restricciones han sido mucho más leves que el lockdown del otoño pasado, cayeron cual aguafiestas sobre una ciudadanía que parecía confiada en la “excepcionalidad” uruguaya: un paraíso bucólico inmune a los desastres de la región y el mundo.

Ya no hay tanto miedo, como en marzo, con los aplausos para el personal de la salud. Predominan el hartazgo y los descuidos, cuando no el negacionismo. En ciertos círculos de Europa y América del Norte, en tanto, crece el debate en torno al derecho de los gobiernos a restringir las libertades de sus ciudadanos en nombre de la salud pública.

“Es clarísimo que la cosa ya se fue a la mierda”, afirmó por su parte Ramón Méndez, doctor en Ciencias Físicas, en un audio enviado el lunes a un grupo de amigos que Búsqueda divulgó el jueves.

Méndez fue director de Energía en el Ministerio de Industria, Energía y Minería durante los dos primeros gobiernos del Frente Amplio, en 2015 pasó como asesor a la Intendencia de Montevideo, y en 2019 fue coordinador de la campaña electoral de Daniel Martínez.

Méndez habló de presuntas implicancias personales y políticas de los líderes del grupo científico que asesora al gobierno (GACH) en el combate contra la pandemia. También vaticinó: “Si llegamos a fin de año con 500 contagios por día, en pocas semanas estamos con 50 mil personas enfermas, y límites para poder acceder a CTI, respiradores, y teniendo que elegir los médicos a quién salvan y a quién no”.

La opinión íntima de Méndez parece permeada por la mezquindad y el resentimiento de cierto entorno. Muchas expresiones y publicaciones trasuntan el deseo de que al gobierno le vaya mal, desde el control de la pandemia a la lucha contra el delito, aunque para ello también les vaya mal a todos los uruguayos, en procura de rédito político o como autojustificación.

Pero Méndez tiene parte de razón al sonar la alarma. La progresión de los contagios en Uruguay parece seguir el patrón de otros Estados que perdieron la batalla, como Argentina o Brasil, aunque con menos virulencia.

Todavía Uruguay muestra una bajísima tasa de mortalidad por coronavirus: 23 fallecidos por millón de habitantes, contra 825 de Brasil y 870 de Argentina. Pero el ritmo de contagios y muertes se aceleró notoriamente desde fines de setiembre.

Además el mundo muestra un panorama desalentador. Estados Unidos y Europa padecen una “tercera ola” de covid-19, particularmente virulenta. La pandemia ya infectó a unos 65 millones de personas y mató a más de 1,5 millones.

Con una rapidez inusual en la historia de la medicina, varias vacunas están a punto de empezar a ser aplicadas: en el Reino Unido, Rusia, Estados Unidos y otras naciones, pese a que subsisten grandes dudas y limitaciones.

En Uruguay la vacuna anti covid-19, que sería gratuita y voluntaria, comenzaría a aplicarse por etapas el próximo otoño a unas 700 mil personas de mayor riesgo (funcionarios del sistema de salud, ancianos, personas con bajas defensas por enfermedades respiratorias y cardíacas crónicas, diabetes, obesidad grave y otras afecciones).

La caída de la recaudación real de la DGI es otra señal de que la recuperación de la economía uruguaya será más engorrosa de lo deseado. Las exportaciones cayeron casi 14% en lo que va del año, decenas de miles de empresas han quebrado o están en problemas, y hay más de 200 mil desempleados.

La crisis del coronavirus provocó la mayor recesión desde la segunda guerra mundial, y un gigantesco aumento de la deuda pública. Entre los países de desarrollo medio-alto, destacan el enorme endeudamiento de Grecia, Italia, Portugal y España. En América Latina, los países más endeudados (con excepción de Venezuela) son Argentina, Brasil y Uruguay.

Uruguay forma parte de una región estancada, un poco al margen del mundo, y proclive a la experimentación política, la autocompasión y el victimismo.

Sin embargo la demanda reprimida de muchas personas, que restringieron compras e inversiones por temor, debería estimular la economía apenas se regrese a una normalidad más o menos plena.

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