AFP

Peculiar escrutinio

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06 de noviembre de 2020 a las 05:03

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Ha sido la elección más extraña de la historia. El martes, bien entrada la noche, el escrutinio daba una clara ventaja a Donald Trump por su amplia mayoría de votos en tres estados clave: Pensilvania, donde con el 64% de los sufragios contabilizados, lideraba por más de 15 puntos; Michigan, donde tras el 55% de los votos escrutados, el presidente ganaba por más de 10 puntos; y Wisconsin, donde con el 74% del conteo realizado, lideraba por más de cinco puntos porcentuales.

Esas tendencias, que con el correr de la noche parecían confirmarse -incluso aumentarse, como en toda elección- y que en breve le darían el triunfo a Trump, al día siguiente, inesperadamente, se revirtieron en favor del candidato demócrata Joe Biden, después de que el escrutinio se detuviera por varias horas en esos tres estados.

De hecho en los tres hasta ahora, mediodía del jueves 5 de noviembre, siguen contando votos. Aunque ya parece irreversible que Biden va a ganar Michigan y Wisconsin; con lo cual, todo lo demás constante, se alzaría con la elección y sería el próximo presidente de los Estados Unidos.

La campaña de Trump denuncia fraude y ha interpuesto demandas por irregularidades en Michigan y Wisconsin y denunciado violaciones a la ley electoral en Pensilvania, donde a los observadores de mesa republicanos se les impidió supervisar el conteo de 120.000 papeletas la noche del martes, situación que, según la campaña de Trump, se extendió por más de 20 horas.

Hay unas cuantas cosas en esta elección que, ciertamente, despiertan algunas sospechas. Pero en todo caso, veremos dónde caen las demandas, al frente de las cuales Trump ha puesto a su viejo amigo, el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani. Tal vez solo sea pertinente agregar que ya va siendo hora de que Estados Unidos, la primera potencia del planeta, se ponga a las pilas y aprenda a hacer bien una tarea tan sencilla, que se realiza con éxito en numerosos países, desarrollados y no desarrollados, como es contar votos.

Sea como fuere, tenemos que asumir hoy, en beneficio del análisis, que el ganador será, más tarde o más temprano, Joe Biden. ¿Qué podemos esperar de una presidencia suya?

A nivel interno de Estados Unidos, lo más probable es que las cosas vuelvan a la normalidad que tanto alteró en los últimos cuatro años la figura de Trump. Ya no veremos la permanente confrontación de los grandes medios con el presidente, que se había vuelto algo insoportable, y donde día por medio era acusado de dictador, fascista, autócrata y un sinnúmero de epítetos en las páginas de diarios tan serios como The New York Times. Ni verdaderas teorías conspirativas, como la infame “trama rusa”, que aseguraba que Trump había ganado la elección de 2016 gracias a la intervención del Kremlin, durante largos dos años en los titulares de los periódicos.

Es de esperar ahora un poco de cordura.

Los medios seguirán, a buen seguro, ignorando los negociados del hijo de Biden, Hunter, con compañías estatales y paraestatales de China y Ucrania; pero ojo, que algún legislador podría llevar el caso ante el Congreso, y ahí las repercusiones que podría alcanzar son impredecibles.

A propósito del Legislativo, los demócratas han perdido al menos seis bancas en la Cámara de Representantes; tampoco lograron, como esperaban, recuperar el Senado. La famosa “ola azul” que se vaticinaba no se dio ni en la presidencial ni en ninguna de las legislativas.

Ante esta realidad, y conociendo al electorado estadounidense, es altamente probable que en 2022 la Cámara baja vuelva a control republicano; lo que representaría una auténtica pesadilla para el gobierno de Biden, dadas las conocidas prácticas y mañas republicanas de bloqueo de agenda y, de plano, de hacerle la vida imposible al presidente cuando este es demócrata.

A nivel internacional, es probable que veamos un retorno a las guerras en Medio Oriente, tal vez se reanude la intervención en Siria y en otras partes de la región de donde Trump se había retirado; lo cual, desde luego, sería catastrófico. Y al mismo tiempo, una distensión en el enfrentamiento con China. La “guerra comercial” y de declaraciones con Beijing lo más seguro es que desaparezca rápidamente durante una presidencia de Biden. Si eso es bueno o malo, ya lo veremos.

Y volviendo al ámbito interno de Estados Unidos, es de esperar que con Trump fuera de la foto, se aflojen un poco las tensiones raciales y disminuyan las protestas en las calles. Aunque nada lo garantiza. Los movimientos antirracistas, surgidos a partir de una causa encomiable y esperanzadora, se han vuelto muy intolerantes. Y en algunas ciudades han recurrido a la violencia ante cierta permisividad de los gobiernos demócratas locales. No será tan sencillo ahora meterlos otra vez en cintura y hacerlos respetar el estado de derecho.

Por su parte, el movimiento nacional-populista que Trump encabezó quedará ahora huérfano; pero en su enorme mayoría son gente pacífica, a pesar de su fanatismo, hombres y mujeres de clase obrera y clase media que han visto sus estándares de vida caer en picada en los últimos 30 años; son los olvidados de la globalización y la robotización. Mientras que los verdaderamente racistas y supremacistas blancos que también lo apoyaban y que sí pueden ser violentos, no representan una amenaza al carecer de todo paraguas político.

Los problemas de brutalidad y abuso policial, en cambio, no muestran visos de superación. Y es por ahí donde puede seguir drenando la honda herida que atraviesa a la sociedad estadounidense.

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