Eduardo Espina

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Peñarol, la cobardía del anonimato, y el coronavirus de las redes sociales

Un comentario anónimo enviado por WhatsApp y viralizado demuestra una vez más la insoportable superficialidad de nuestros tiempos
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13 de marzo de 2020 a las 05:03

Creo que todos los lectores frecuentes de esta página llamada The Sótano ya lo saben pero, dadas las circunstancias, no está de más repetirlo. Por voluntad propia vivo fuera del mundo de las redes sociales. En otras palabras, a propósito carezco de Twitter, Facebook, WhatsApp, Instagram, etc. y todas las realidades de similar condición que andan por ahí sin que hayan cambiado demasiado la estructura anímica del mundo. La felicidad y la tristeza se reparten por iguales cantidades, lo mismo que antes, cuando el ser humano todavía tomaba agua y escribía cartas. Lo que más me interesa en esta vida desde que en la adolescencia descubrí el gran placer de la lectura, es estar rodeado de libros y de páginas en blanco que puedo llenar con mis propias palabras. Y entre las prioridades de lectura, que después de los sesenta de edad son cada vez más exigentes, no figuran los mensajes escritos por otros en forma de “mensaje de texto”.

¿Qué sentido tiene leer “comunicaciones instantáneas” en las cuales pocos demuestran saber usar los verbos en subjuntivo y que casi siempre están gramaticalmente mal escritas? La vida es demasiado breve como para andar perdiendo tiempo en minucias así. El tiempo que podría perder leyendo mensajes breves, olvidables a los dos minutos y medio de leídos, prefiero dedicarlo a terminar de leer las obras completas de Robert Musil o de Paul Eluard, que me aportan vida y no chismerío ni opiniones la mayoría de las veces carentes de argumentos. Para peor, gran cantidad de los mensajes están firmados con seudónimo o son anónimos, una forma nada sutil de esconderse en la cobardía. Para seudónimo, con Pablo Neruda y Gabriela Mistral tengo suficiente.

Por lo tanto, como intencionalmente carezco de redes sociales, me pierdo –por fortuna para mí– una cantidad de comentarios que para algunos al parecer son importantes. De ahí que a veces requiera de la colaboración de lectores para poder enterarme sobre lo que se escribe o dice por ahí y genera cierto revuelo. Días atrás, un lector regular me copió un correo que al parecer tuvo amplia circulación. El susodicho comentario venía acompañado de una nota de advertencia del propio lector que decía: “Esto que le mando circuló por WhatsApp y se viralizó entre hinchas y socios de Peñarol”. Por ser anónimo, y por ende practicar su desconocido autor la cobardía, lo descalifiqué antes de prestarle atención, pero luego, por curiosidad más que nada, perdí el tiempo leyéndolo, desperdiciando valiosos minutos que no tienen devolución.

El anónimo autor comienza afirmando algo en el aire, que a sí mismo se refuta por carecer de pruebas. En medio de una supina vaguedad afirma: “En Peñarol sucede algo muy _‘extraño’_ hace ya muchos años. Y uso ese término porque está tan bien armado el mecanismo que se hace imposible comprobar que se trate de maniobras corruptas”. Se trata de una acusación que, aunque pretenda manchar a la actual directiva, nada tiene de grave y más bien mucho de imbecilidad a todo volumen, condición cada vez más popular en nuestro tiempo, agigantada por las redes sociales.

Al parecer, una de las razones del enojo viralizado es la forma como se manejan los contratos en Peñarol, asunto común y polémico en cualquier club del mundo. Ergo, el autor del mensaje desconoce cómo funciona el fútbol en la actualidad y pone a Peñarol como ejemplo aislado cuando no lo es.  Tuve que detenerme y releer la afirmación  “maniobras corruptas”, porque la exageración de los términos utilizados borra de un plumazo la ecuanimidad. ¿Cómo puede hablar además de “_“administración fraudulenta”_ como eufemismo de *_‘tremendas transas’_* (sic)?, cuando no presenta ni un solo documento que lo demuestre.  En un mundo menos irreal y más transparente, en el cual cada uno debería hacerse responsable de lo que dice y a su vez pagar como corresponda por las falsas acusaciones que emita, este tipo de comentario debería venir agendado con pruebas, no solo con pirotécnica verbal mal articulada.

Hago un esfuerzo enorme para llegar a la conclusión del balbuceante mensaje enviado por WhatsApp, pero me siento agobiado de tanta palabrería vacía mal escrita. Llego a pensar que contraje coronavirus, hasta que me topo con un pasaje que es una joyita de la arbitrariedad y me doy cuenta que es algo peor que el temible virus. Afirma el sin nombre: “También compran espacio mediático y muchos silencios”. ¿Está hablando de Peñarol, o del Real Madrid, del Barcelona, del Dortmund? De la administración de cualquier institución deportiva podrían decirse arbitrariedades sin fundamentar. Los falsos testimonios son más viejos que la caspa. Por otra parte, a qué se refiere; ¿silencios de quiénes, espacios mediáticos dónde? Si la gente con cierto coeficiente intelectual pierde tiempo en la lectura de este tipo de asunto –lo repito, es largo y mal escrito podemos entender por qué la democratización de las opiniones está llevando a la bancarrota de la inteligencia.

Podría seguir refutando punto por punto al anónimo opinólogo, por la simple razón de que el suyo no es más que un arbitrario comentario como el de cualquier hijo de vecino, ergo, con los conceptos en el aire, sin demasiadas agarraderas, sin demasiada credibilidad como ser tomado en serio. Sin embargo, hay un aspecto clave, el cual demuestra el escasísimo conocimiento de la mecánica del futbol actual que tiene el implicado, y es cuando habla de las contrataciones de jugadores. Critica las contrataciones que ha hecho Peñarol, pone ejemplos sin ton ni son, pero no tiene en cuenta que ningún club tiene una bola de cristal a la hora de armar el plantel y saber por anticipado como podrá ser el rendimiento de cada profesional en la cancha.

Culpar a las directivas aurinegras, la presente y las pasadas, del rendimiento de los futbolistas resulta extremadamente arbitrario y demuestra una total falta de información sobre el tema en general. Recuerdo a más de uno criticar cuando contrataron a Alejandro Martinuccio por venir de un club chico argentino y sin embargo, fue uno de los mejores extranjeros que vimos con la aurinegra en tiempos actuales. Javier Toledo, por su parte, fue una de las peores contrataciones que yo recuerde, pasó con más pena que gloria, y sin embargo hoy es titular indiscutido en Atlético Tucumán (club mencionado por el opinador de turno y por eso traigo a colación el caso de Toledo), habiendo jugado un muy buen partido contra River Plate días atrás, impidiendo en la última fecha que el club de la franja saliera campeón.

Habría que recordarle al anónimo desconocido que todos los clubes del mundo gastan cada temporada fortunas en nuevas contrataciones, pero pocos tienen la buscada recompensa y consiguen salir campeones o calificar para alguna copa importante. El West Ham londinense gastó esta temporada 240 millones de libras en nuevos futbolistas con la idea de calificar a la Champions, y sin embargo de nada sirvió: está en zona descenso.  Y si continúo poniendo ejemplos, la lista puede ser interminable.

No creo en el lugar común repetido hasta el cansancio según el cual, todo el mundo tiene derecho a opinar lo que quiera, porque no es verdad. Por una simple cuestión de honestidad intelectual, para opinar hay que tener primero argumentos, saber cómo utilizarlos o documentarlos, y no hablar solo por el simple hecho de lanzar al aire comentarios al paso, como lorito de jaula al que le han dado un cacho de lechuga para que hable. Si a eso le sumamos la cobardía del anonimato hoy tan de moda, tenemos la combinación perfecta de los elementos contrarios a la credibilidad. 

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