Diego Battiste

Pensar el futuro y vencer el conformismo

Las crisis, como la de la pandemia, tensionan la cuerda imaginaria entre las preocupaciones y decisiones de corto plazo con las de largo plazo y, cuando ello ocurre, es muy probable que lo urgente se termine imponiendo a lo importante

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05 de junio de 2021 a las 05:00

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Las crisis, como la de la pandemia, tensionan la cuerda imaginaria entre las preocupaciones y decisiones de corto plazo con las de largo plazo y, cuando ello ocurre, es muy probable que lo urgente se termine imponiendo a lo importante. Incluso es un comportamiento social y político que puede ocurrir sin la necesidad de una situación excepcionalmente mala, como es común en sociedades no desarrolladas: cuando el presente está signado por la urgencia y la precariedad, ¿quién piensa en el futuro?

Pero es tan vital atender la desgracia del presente como los fundamentos del desarrollo para un mejor porvenir, como reconoció recientemente el presidente del Banco Central del Uruguay (BCU), Diego Labat. 

En una entrevista realizada por el think tank Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), en el marco de un ciclo sobre el Uruguay del futuro, Labat dijo que los uruguayos viven “mucho en el corto plazo” y, por eso, es necesario encontrar un punto de equilibrio con la mirada de largo plazo. 

Reconociendo la necesidad de atender el proceso de vacunación o situaciones muy críticas de la coyuntura, instó a “pensar un poquito más allá”, en la entrevista difundida el 28 de mayo. “La pandemia algún día va a terminar”, comentó, y estará pendiente resolver dificultades que comprometen el futuro del país, como, por ejemplo, lograr un mayor crecimiento económico, y alcanzar la meta de una inflación anual de 3%, lo más adecuado en los estándares internacionales. 

Labat acrecienta el debate público al propiciar una conversación sobre el país “para dentro de 20 años”, en los cuales, coloquialmente, se nos va la vida. 

En ese sentido, dijo que los dirigentes que impulsaron proyectos como el trazado de bulevar Artigas, una arteria decisiva para la circulación en la capital, pensada para la realidad de “50, 60, 70 años” más adelante, debería ser una fuente de inspiración.

Un país pequeño como el nuestro, y abierto al mundo, debe tener estabilidad de precios, claro está, pero es una condición mínima para generar confianza y credibilidad –algo que se refleja en la evolución del tipo de cambio–, que debería ir acompañada de reformas postergadas –o que se miran de costado– tendentes a un programa en serio de libertad económica para insertarse con dignidad en una globalización sin discusión si se tiene ambiciones de crecimiento. 

Y ello requiere de una mejora de la productividad para vencer la enfermedad de un país estructuralmente muy caro; un plan razonable de desregulación de la economía para elevar las anclas que impiden el avance del sector privado; y una reforma educativa proyectada en la formación de recursos humanos de más calidad, que confiera una ventaja comparativa en un mundo cada vez más competitivo. 

En definitiva, se trata de lograr que la institucionalidad económica acompañe la calidad de la institucionalidad política, de un amplio reconocimiento internacional por su probado respeto al estado de derecho y a las libertades fundamentales que hablan de una democracia de calidad. 

Labat exhorta a “pensar en grande”, imaginando un país en el que todo el mundo quiera vivir. 

Ello solo depende de que seamos capaces de combatir la conformidad cultural, el mayor enemigo del progreso, algo que está en nuestras manos, como personas y como sociedad.

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