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Plan maestro de Netanyahu para Israel y Palestina ha fracasado

La diplomacia con los países del Golfo no puede reemplazar un acuerdo justo con los palestinos

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20 de mayo de 2021 a las 16:33

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Gideon Rachman

Hasta hace aproximadamente una semana, parecía que Benjamin Netanyahu tenía una buena oportunidad de desmentir el adagio de que “todas las carreras políticas terminan en el fracaso”. Su control del poder en Israel se estaba debilitando. Pero, aunque perdiera el cargo, Netanyahu dejaría la política como el primer ministro más longevo de la historia de Israel y uno de los más influyentes.

El año pasado, Netanyahu consiguió un avance histórico en las relaciones del Estado judío con el mundo árabe. Los Acuerdos de Abraham normalizaron las relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Israel bajo el mandato de Netanyahu estaba en paz, estaba prosperando y había puesto fin a su aislamiento internacional. La larga y a menudo sangrienta lucha con los palestinos quedó fuera de los titulares. Un programa de vacunación contra Covid-19 — la más exitosa del mundo — había contribuido a mejorar la imagen del país. Sólo faltaba el pequeño inconveniente de evitar la condena en un juicio por corrupción y una posible pena de cárcel y su legado estaría asegurado.

Pero la semana pasada, el plan de Netanyahu para asegurar el futuro de Israel se derrumbó. La esperanza del primer ministro israelí de que el tema de Palestina quedara tranquilamente soslayado ha resultado ser una ilusión. Una disputa que comenzó con enfrentamientos entre la policía israelí y manifestantes musulmanes en Jerusalén se ha intensificado, con el lanzamiento de cohetes contra ciudades israelíes, el bombardeo de Gaza por parte de Israel y el estallido de violentos enfrentamientos entre árabes y judíos en todo Israel. Con el aliento de la administración Trump, el gobierno de Netanyahu había seguido lo que algunos llamaron la estrategia “de afuera hacia adentro”. 
Se refiere a la idea de que Israel debe buscar acuerdos con el mundo exterior, sobre todo con el mundo árabe, para ayudar a resolver su conflicto interno con los palestinos. Esto fue una reversión del enfoque más tradicional al conflicto “de dentro hacia fuera”, que sostenía que Israel tenía que conseguir primero un acuerdo con los palestinos; y sólo entonces podía esperar conseguir una paz duradera y la aceptación internacional.

La firma de los Acuerdos de Abraham se esgrimió como evidencia de que la estrategia “de afuera hacia adentro” estaba funcionando. Israel esperaba que Arabia Saudita, el país más poderoso del mundo árabe, fuera el próximo en establecer relaciones diplomáticas.

En cuanto a los palestinos, la esperanza arrogante en el círculo de Netanyahu era que, privados del apoyo árabe e internacional, perderían la voluntad de resistir. Los activistas de derechos humanos podrían seguir apoyando su causa, pero el mundo en general seguiría adelante, permitiéndole a Israel imponerle sus propias condiciones a una población palestina debilitada y dispersa. Algunos israelíes especularon que los palestinos podrían acabar como los tibetanos, un pueblo cuyas aspiraciones nacionales parecen cada vez más desamparadas y olvidadas.

La lluvia de cohetes sobre las ciudades de Israel desde Gaza ha infligido graves daños no sólo a las propiedades y a los ciudadanos, sino también a esa estrategia. La esperanza de que las políticas de Netanyahu hubieran convertido el tema de Palestina en una noticia irrelevante parece ahora una tontería. La condena internacional a las acciones israelíes se ha reavivado, impulsada por la muerte de civiles en Gaza, entre ellos muchos niños. Parece poco probable que se produzcan más avances diplomáticos israelíes.

Lo más grave de todo es que los brutales enfrentamientos entre judíos y árabes israelíes, quienes constituyen el 20 por ciento de la población del país, han llevado el conflicto al interior de las fronteras del propio Israel, lo que ha provocado rumores de una guerra civil.

En los últimos años, muchos políticos israelíes han llegado a esperar y creer que los árabes que viven dentro del país ya no se identificaban tanto con la causa palestina. 
Pero la crisis actual ha traído un renovado sentido de unidad entre los palestinos en Gaza, Cisjordania y el propio Israel. La idea de que el problema de Palestina se podía aislar y ocultar de forma segura ya no es creíble. En cambio, la estrategia de Netanyahu puede haber aumentado la amenaza para su país, al abrir inadvertidamente un nuevo frente dentro del propio Israel. Esa amenaza seguirá existiendo, incluso después de que haya cesado el ataque a Gaza.

El principal defecto de la estrategia de fuera hacia adentro era su suposición de que la desesperación palestina llevaría a la calma. En realidad, la creciente osadía de la extrema derecha israelí — que está decidida a seguir adelante con nuevas anexiones de propiedades y tierras palestinas — acabó siendo la chispa que encendió la última conflagración. La propia extrema derecha había sido cortejada y legitimada por Netanyahu, mientras buscaba aliados en sus esfuerzos por aferrarse al poder.
Para el propio Netanyahu, la crisis actual tiene un beneficio significativo. Después de las cuartas elecciones no concluyentes en forma consecutiva, sus oponentes estaban a punto de formar un gobierno de coalición que finalmente lo sacaría del poder. Esas negociaciones ahora se han estancado, por lo que parece probable que Netanyahu continúe como primer ministro.

Un esfuerzo exitoso por aferrarse al poder — y esquivar los casos de corrupción en su contra — demostraría que Netanyahu sigue siendo un habilidoso estratega político. Pero el recrudecimiento de la violencia esta semana ha socavado seriamente su reivindicación como estadista. 
Sus partidarios se jactaban de que su estrategia diplomática había proporcionado una vía de salida al conflicto palestino-israelí, la cual ni siquiera requería dolorosas concesiones sobre la tierra y los derechos palestinos. Pero la vía de Netanyahu para salir del conflicto parece ahora un peligroso callejón sin salida.

 

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