Eduardo Espina

Eduardo Espina

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Postales de la plaga desde EE.UU (I)

El cronista recorre los espacios públicos de un país agobiado por la incertidumbre y la falta de respuestas
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23 de marzo de 2020 a las 16:31

Estoy en un enorme shopping mall en las inmediaciones de Houston, cuarta ciudad en tamaño de la Unión Americana. Parece más inmenso al verse semi vacío. Miércoles a las tres de la tarde. Me siento como un extra en una película de horror que recién empezó. El panorama resulta inquietante, pero es lo que hay. La mitad de los locales está cerrada, la otra mitad, sin nadie dentro, salvo quienes atienden. Los pocos consumidores que transitan, pasan como zombis. Solo algunos, una ínfima minoría, pasan con cierto aspecto optimista, o no tan pesimista, como si la vida estuviera con Rimbaud en otra parte, en un lugar mejor, menos ajeno a la realidad. La de estos días, parece ser una realidad que no pertenece a nadie, ni siquiera al ser humano. Y eso que estamos en un país de guerreros, acostumbrados a la épica de las batallas y al heroísmo en pelotón.

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Como si siempre tuviera que ser el rock el que nos venga a redimir de los momentos contra viento y marea, por los altoparlantes del centro comercial se escucha la voz de Freddy Mercury cantando Radio Ga Ga. Dice en una de sus estrofas: “Let’s hope you never leave old friend / Like all good things on you we depend / So stick around ‘cause we might miss you / When we grow tired of all this visual” (Ojalá nunca te marches vieja amiga, /como con todas las cosas buenas, de ti dependemos. / Por lo tanto, quedate con nosotros /porque te vamos a extrañar / cuando nos cansemos de todo lo visual). Como que cansados de tanta avalancha visual, queremos que el viaje a la imaginación liberadora no deje de tener canciones, nuestro mejor ansiolítico. Después de Queen vienen Journey, Paul Young (me había olvidado qué buena canción es Come Back and Stay), 38 Special, Supertramp, y… La música sigue, la vida también.

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En ese mismo shopping, del que hoy me siento como si fuera propietario por la casi ausencia total de seres humanos, encuentro un comercio muy peculiar, que se dedica a la venta de cigarrillos electrónicos, banderas estadounidenses, y camisetas de algodón con leyendas de todo tipo. Hay también gorros de béisbol rojos con la leyenda asociada a Donald Trump: “Make America Great Again”. Quienes están a cargo del local, Kaitlyn y Alex, dos jóvenes amables y que aún no han caído fulminados por el pesimismo, con buen sentido del humor y de eso que se llama vivir con entusiasmo, me dicen que por el momento las ventas solo bajaron en un 30 por ciento. La gente no ha podido dejar de fumar. Son jóvenes y les digo, a manera de comentario para romper el hielo, que cuando tengan 60 años de edad, se habrán olvidado de lo que ahora mismo estamos viviendo. Sin titubear, el muchacho dice: “esto lo voy a recordar siempre”.

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“Deberíamos habernos preparado mejor para este virus”, he oído decir con impune frecuencia en días recientes. Una vaguedad indefendible, sobre todo por incluir al “todos” en forma unánime. Prepararnos, ¿cómo? A la hora de buscar culpables, todos abren la boca y no siempre para opinar con atino y sentido común. Es verdad que muchos fondos dejaron de destinarse para la investigación dedicada al estudio de los virus (pienso volver pronto sobre el tema), porque hay otras áreas de la industria farmacéutica que dejan mayores ganancias, pero soltar con impunidad la frase citada empobrece la complejidad de la discusión sobre el problema del momento.

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Manuel López Obrador, presidente de México, dijo la semana pasada, ante cientos de cámaras, que tiene amuletos que lo protegen de las cosas malas, entre otros fetiches, un billete de dos dólares y un trébol de cuatro hojas. Cuando alguien al frente de un país con alrededor de 130 millones de habitantes, recurre a los dones de la fortuna en ausencia de una vacuna efectiva contra el virus con corona, es porque estamos lejos de encontrar a corto plazo una cura para la enfermedad.

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Nevada tiene 440 casinos. En ese estado de la Unión Americana se encuentra la bulliciosa Las Vegas. Desde el ancho y voluminoso espacio, es el punto de la Tierra que se ve más iluminado. Ahora la ciudad del juego y la diversión 7/24 a la semana está apagada. Si, como como creía Ray Bradbury, en el infinito cosmos vive alguien que no somos nosotros, ha de estar pensando que la Humanidad se ha ido a dormir.

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Nunca antes en la historia habíamos tenido tanta información sobre un mismo tema como en el presente. Hemos roto un récord histórico de lectura monotemática. Pasamos al otro lado; de la carencia a la sobredosis. No queríamos sopa, y nos han dado dos platos. Hasta quienes raras veces leen información científica, son ahora expertos en coronavirus. Solo falta que presenten estadísticas, científicamente demostrables, que es precisamente la gran carencia. Ayudaría a bajar la ansiedad y el nerviosismo. La información disponible en internet, es desbordante. Da para hacer un PH. D. online y recibirse summa cum laude, aunque también el diploma será virtual. Sobre lo que se desconoce, cualquiera puede opinar y hasta convencer sin dificultad al otro, que también quiere pasar por experto. Cuando la crisis pase, porque no hay cataclismo que haya durado una eternidad, habremos llegado a la conclusión de que en el mundo proliferan los todólogos.

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Paso por el patio de comidas del mismo shopping. También está casi vacío. Hay dos niños jugando, representando la vida tal como en verdad debería ser. Quitaron todas las sillas de los comercios y una pareja, seguramente los padres de los dos que juegan con la seriedad de alguien feliz, comen parados pizza, que en este país se corta en triángulos, tal vez para hacerlas más manipulables. De pronto, los cuatro desaparecen. Soy el único cliente que va quedando con la caída de la tarde. Los empleados miran desde detrás de los mostradores como si yo fuera una rareza de colección llegada desde otra galaxia para saber cómo es este planeta. Siento compasión de la soledad del inmenso espacio a solas, al que la música no ha dejado de acompañar. Camino con más lentitud de la habitual hasta la heladería que está pegada a la pizzería. Si ahora mismo llegara el fin del mundo, me encontraría comiendo un helado de frutilla. Los buenos sabores de la vida permanecen incluso en los días de lo impensable.

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