Armando Sartorotti

Que la frontera no se convierta en grieta

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06 de noviembre de 2019 a las 05:04

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El martes de la semana pasada, en una entrevista radial, dije lo que me parece obvio: “La probabilidad de que el Frente Amplio gane el balotaje tiende a cero”. Creo tener muy buenos argumentos para sostener esa interpretación. Si mi lectura del resultado del 27 de octubre es correcta, existe una clara mayoría en Uruguay a favor de la alternancia. Desde luego, puedo estar equivocado. No sería la primera vez. Lo asombroso y alarmante del asunto es la reacción destemplada de una parte del público frenteamplista. En lugar de reflexionar, de preguntarse por qué el partido de gobierno votó tan por debajo de sus propias expectativas, demasiada gente se dedicó a insultarme a través de las redes sociales. El episodio no sería relevante si no fuera una nueva señal del deterioro de nuestra cultura cívica. Existe una clara frontera entre el bloque frenteamplista y el opositor. La frontera no es un problema. Por el contrario: es saludable que exista. El peligro que corremos es que la frontera se convierta en grieta. Y la grieta, en precipicio.

La frontera no es un problema. Tiene razón, en este punto específico, Chantal Mouffe, una de las musas inspiradoras de los proyectos populistas contemporáneos1.Cada vez que la ciudadanía deja de tener alternativas creíbles la democracia sufre. Ya tendremos tiempo de ocuparnos de analizar las distintas dimensiones de la crisis política chilena. Pero una de ellas es, precisamente, que a la ciudadanía le cuesta demasiado distinguir entre proyectos políticos diferentes. La izquierda en el gobierno se convirtió en derecha. La derecha en el gobierno se convirtió en izquierda. Da lo mismo votar a uno u otro. La combinación de fobia al disenso (generada por el trauma del 73’), competencia centrípeta y vieja propensión tecnocrática, terminó aniquilando cualquier esperanza de políticas públicas distintas, gane quien gane. La ciudadanía precisa que la elite política no solamente ofrezca elencos de gobierno distintos. También precisa, para sostener la ilusión del autogobierno democrático, que se prometan alternativas creíbles en el plano de las políticas públicas.

El Frente Amplio, durante la “larga espera” (Constanza Moreira dixit), es decir, mientras actuó en la oposición (1971-2004), se dedicó a construir una frontera con los partidos tradicionales: “ellos, los partidos en decadencia, que aplican políticas neoliberales; nosotros, los que recogemos las mejores banderas de la historia, desde Artigas en adelante, y venimos al rescate de la Nación y de los electores traicionados”. La frontera funcionó. Cuando, crisis del 2002 mediante, la confianza en los partidos tradicionales terminó de derrumbarse, el país disponía de un proyecto político distinto, que logró renovar la ilusión. Quince años en el gobierno no pasan en vano. A pesar de haber acumulado una extensa lista de méritos, el Frente Amplio perdió apoyo. Los partidos fundacionales, a lo largo de la Era Progresista pero muy especialmente desde 2015 a 2019, se han dedicado a construir una frontera: “ellos, los que no cumplen sus promesas, los que no condenan las dictaduras como Cuba y Venezuela, los que no logran resolver problemas como seguridad y educación; nosotros, los que podemos relanzar la economía sin descuidar a los más débiles, los que atenderemos los asuntos urgentes cuya solución se viene postergando”. La frontera funcionó.

Pero la frontera, en estos tiempos, amenaza prenderse fuego y convertirse en grieta. Hay demasiadas señales de intolerancia. Una cosa es “ellos” o “nosotros”. Otra, muy distinta, es “amigos” versus “enemigos”. La lógica de la frontera es la de la política en su mejor versión. La lógica de la grieta es la de la guerra. La frontera permite revivir la ilusión. La grieta, en cambio, conduce al abismo. Parece mentira tener que escribir esto. Buenos y malos, solamente en las películas malas. La vida es otra cosa. Las diferencias en todos los planos (creencias, valores, principios, intereses) son inevitables y, además, perfectamente legítimas. Muchos dirigentes y votantes de los partidos fundacionales han tenido que reconocer, poco a poco, todo lo que el Frente Amplio le aportó al país en estos quince años. La Era Progresista se termina dejando un legado positivo en crecimiento económico, justicia social, nuevos derechos, nuevas instituciones. Si, como creo, la oposición se convierte en gobierno, muchos votantes frenteamplistas no solo tendrán que admitir los errores de su partido sino, además, con el tiempo, que el nuevo elenco de gobierno (que en estos días viene ajustando su partitura) tenía mucho y bueno para aportarle al país y su gente.

Las democracias menguan cuando gobierno y oposición se mimetizan. Pero se desploman cuando las fronteras se convierten en abismos. La responsabilidad de evitar esta mutación patológica es de todos. Quienes tenemos un acceso privilegiado a los medios de comunicación podemos contribuir a la paz. Pero no debemos olvidar jamás que los principales responsables de la salud de la democracia son los dirigentes políticos. Ellos, y no nosotros, son los principales constructores de los climas de opinión. Si siembran vientos, terminaremos recogiendo tempestades. Como siempre, serán los más débiles los que más sufrirán las consecuencias.

1Ver: https://www.elobservador.com.uy/nota/hegemonias-fronteras-y-pasiones-20154297370

Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR

adolfogarce@gmail.com

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