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13 de junio 2014 - 18:21hs

Uno de los muchos períodos de la historia nacional soslayados por la enseñanza y poco abordado hoy por los historiadores e investigadores es la tercera década del siglo XIX, la que va de 1820 a 1830. Son los años de la derrota de Artigas y su huida a Paraguay, los años de la dominación portuguesa y luego brasileña, los años de las conspiraciones de los orientales, de la guerra y la barbarie, de 1825 y la Agraciada.

Hace unos días, caminando con un amigo por la feria de Tristán Narvaja, encontré en una buena librería un libro cuya lectura me golpeó en la cara y me hizo descubrir un montón de hechos y situaciones históricas de esos años, poco conocidas por nuestros criterios actuales.

El libro se llama simplemente Lavalleja y tiene en su portada gris un detalle del cuadro de Juan Manuel Blanes del famoso líder de los Treinta y Tres Orientales, con sus patillotas que le cercan la boca, empuñando una bandera tricolor que, aunque no veamos la inscripción, sabemos que dice “Libertad o muerte”. El autor es Eduardo de Salterain, hijo de Joaquín, el de la calle del Parque Rodó, quien aparte de historiador fue docente y escritor de ficción. Lo escribió en 1957, en un período de cinco años de duración, situado geográficamente en Pocitos, como lo consigna la firma final del libro.

Si bien a primera vista el volumen podría parecer solo una extensa biografía del libertador Juan Antonio Lavalleja, este libro de 600 páginas es mucho más que eso y pinta todo un fresco de situaciones entre el nacimiento del caudillo en 1784 en la aldea de Minas hasta su muerte de un infarto en 1853, a los 69 años, cuando hacía apenas un mes que había logrado participar del poder mediante un triunvirato junto a su compadre, amigo y acérrimo rival, Fructuoso Rivera, y Venancio Flores.

De Salterain analiza con lujo de detalles y citando a diversas y completas fuentes históricas las circunstancias de las vidas de un montón de personajes públicos en esa oscura década a la que me refería en el inicio, donde las lealtades y los compromisos se vuelven complejos y polémicos.

Rivera, el lugarteniente preferido de Artigas, cuando ve que el proyecto del prócer cae en la derrota y en la humillación, cede y pacta con el comandante portugués Carlos Federico Lecor. La intención no es denunciar el hecho, sino marcarlo dentro de ese contexto. Luego, Rivera tendrá oportunidad de pelear contra sus antiguos empleadores y vencerlos en varias batallas. Lo mismo pasó con los hermanos Oribe, Manuel e Ignacio, que se rindieron ante el enemigo y pasaron a colaborar con ellos, como muchos prohombres y comerciantes de Montevideo que no estaban de acuerdo con el ideario artiguista.

Lavalleja, preso cuatro años (casi 1.500 días) junto a otros orientales en la isla das Cobras, frente a Río de Janeiro, regresa a la Banda Oriental transformada en Provincia Cisplatina, para colocarse a las órdenes del Ejército portugués. Lecor, como muchos de sus oficiales, se casaron con jóvenes orientales para que el dominio portugués se viera de una forma más familiar y cercana.

Cuando se crea el Imperio del Brasil en 1824, en la Cisplatina se dividen los bandos entre brasileños y portugueses. Rivera, con Lecor, apoyó a los primeros, mientras Oribe se mantuvo fiel a los segundos. Incluso, en mayo de 1823 se produce la extraña situación de un combate en Casavalle entre los portugueses, al mando del futuro creador del Partido Nacional, y los brasileños bajo órdenes del futuro creador del Partido Colorado.

Luego vendrían los exilios a Buenos Aires y la formación de la Cruzada Libertadora de abril de 1825, una sangrienta guerra de tres años contra los brasileños, la Convención de Paz, la mediación inglesa de Lord Ponsonby y la creación de la República, con su primera Constitución. Un período de solo cinco años, pero muy agitado, que merece otra columna como esta.

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