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Relaciones entre EEUU y China siguen un camino inquietante

Se sospecha que el imperativo competitivo del presidente Biden superará su imperativo cooperativo

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19 de enero de 2023 a las 16:00

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Por Edward Luce

A finales de 2022, el jefe de la inteligencia nacional alemana, Thomas Haldenwang, lo expresó muy bien: "Rusia es la tormenta", les dijo él a los parlamentarios alemanes. "China es el cambio climático".

El año pasado fue también la primera vez que la administración estadounidense actuó como si realmente creyera en esa distinción. Aunque la mayor parte de la atención del presidente Joe Biden se dirigió a Rusia tras su invasión de Ucrania en febrero, sus medidas más consecuentes en 2022 fueron dirigidas a China. La incertidumbre ya no es si se producirá el desacoplamiento entre EEUU y China, sino hasta dónde llegará. Gran parte de la respuesta quedará clara en 2023.

La "operación militar especial" de Vladimir Putin le ofreció a Biden un estudio de caso de los peligros de la interdependencia utilizada como arma. Al haber cerrado casi todo su sector de energía nuclear, la dependencia de Alemania del gas y del petróleo rusos significaba que no había limitación alguna sobre los objetivos bélicos de Putin. El llamado "Zeitenwende" — o punto de inflexión en la historia — de Alemania poco después de la invasión rusa puso fin a su apuesta durante décadas de que los profundos lazos comerciales moderarían las hostilidades de Rusia hacia sus vecinos. Biden está tratando de aplicar esa lección a la dependencia mucho mayor del Occidente de China en relación con la cadena de suministro.

Esto plantea dos apremiantes preguntas. ¿Qué entiende Biden por desacoplamiento? ¿Y será capaz EEUU de convencer a sus aliados y socios de que se le unan?

En cuanto a la primera, la administración estadounidense aún está tanteando el terreno. Biden heredó una serie de medidas comerciales punitivas "ad hoc" que la presidencia de Donald Trump le impuso a China: aranceles a las exportaciones de acero y aluminio, así como diversos controles a la exportación por parte de compañías chinas de telecomunicaciones, en particular a Huawei y a ZTE. Ninguno de éstos ha sido revocado. Biden incluso ha mantenido los aranceles sobre los metales que impuso Trump aplicables a la mayoría de los socios comerciales no chinos de EEUU. El mes pasado, Washington rebatió el dictamen de la Organización Mundial del Comercio (OMC) según el cual EEUU había violado las normas del comercio mundial al haberlo hecho. Esto implica que EEUU no tiene intención de volver al orden comercial mundial basado en normas de la OMC que él mismo diseñó.

En octubre, Biden llevó al mundo un paso más cerca de la bipolaridad económica total. El Departamento de Comercio estadounidense emitió órdenes para cerrar el acceso de China a los semiconductores avanzados. Esta medida se tomó sobre la base de que el impulso del líder chino Xi Jinping hacia el logro de una "fusión civil-militar" significaba que el desarrollo económico de China ya no podía disociarse de su acelerado alcance militar. Jake Sullivan, el director de seguridad nacional de Biden, les aseguró a los fabricantes y proveedores de chips estadounidenses y aliados que se trataría de un "pequeño patio" con una "valla alta"; el alcance de la actividad comercial afectada sería limitado. Sin embargo, él añadió que Washington estaba considerando restricciones similares en los vínculos entre EEUU y China en materia de biotecnología y de energías limpias. Los efectos sobre amplios sectores de actividad económica — desde la inteligencia artificial y la computación cuántica hasta los minerales críticos, las baterías y los drones comerciales — son difíciles de cuantificar.

La realidad es que Biden está improvisando sobre la marcha. Su administración incluye a clásicos librecambistas, quienes siguen creyendo en la globalización de suma positiva, y a otros que ven la rivalidad entre EEUU y China como una contienda de suma cero en la que sólo puede prevalecer una potencia. La estrategia de seguridad nacional de la Casa Blanca no aclara mucho las cosas; le da un énfasis prominente a la competencia de grandes potencias entre EEUU y China, al tiempo que enfatiza la necesidad de cooperación para hacer frente a las amenazas comunes, como el calentamiento global y la próxima pandemia. La sospecha es que, en lo que respecta a China, el imperativo de competencia de Biden tendrá prioridad sobre el de cooperación.

Si ése es el camino que Biden decide tomar, él tendrá que traer consigo a aliados y socios comerciales estadounidenses claves. Oficialmente se habla de "friendshoring" (favorecer cadenas de suministro de aliados estratégicos). Esto implicaría trasladar las cadenas de suministro chinocéntricas a países afines como Vietnam, India y México. Algo de esto ya estaba ocurriendo debido a la política china de "cero Covid", ahora abandonada. Por ejemplo, Apple tiene previsto producir una cuarta parte de sus iPhones en el sur de India. Pero el grado de dependencia mundial de China como proveedor de bienes intermedios en la mayoría de las áreas de producción moderna significa que el objetivo implícito de EEUU es casi una bifurcación.

Esto desaceleraría el crecimiento global y agudizaría el dilema para los amigos de EEUU que son altamente interdependientes con China. Ejemplos de ello son los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Singapur. Ninguno de los dos quiere verse obligado a elegir entre EEUU y China, y esa elección pudiera perjudicar a EEUU. En opinión del primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, el "friendshoring" pudiera "cerrar vías de crecimiento y cooperación regional" y provocar "los mismos conflictos que todos esperamos evitar".

China y EEUU continúan aumentando su capacidad militar en el Indopacífico. El mes pasado, un alto funcionario de defensa estadounidense afirmó que 2023 sería "el año más trasformativo en la postura de las fuerzas estadounidenses en la región en toda una generación". Esto se produjo días después de que aviones chinos invadieran el espacio aéreo taiwanés, la más reciente incursión flagrante que le siguió a la aprobación del presupuesto estadounidense que asignaba US$10 mil millones en ayuda militar a Taiwán.

Cualquiera que sea su ritmo durante el presente año, la relación entre EEUU y China se está encaminando en una dirección inquietante. Las empresas, los países, las regiones y el mundo apenas están empezando a asimilar las posibles consecuencias.

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