AFP

Segundo referéndum sobre el brexit ahora es esencial

El Reino Unido sigue confundido y dividido por el brexit

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28 de febrero de 2019 a las 05:00

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Martin Wolf

Si hay algo que define a la democracia es el derecho de un país a cambiar de opinión.

El objetivo de Theresa May es convertir el temor a un brexit ‘sin acuerdo’ en aceptación de su ‘mal acuerdo’, lo cual dejaría al Reino Unido a la merced de la Unión Europea (UE). A la larga, la retórica acerca de “recuperar el control” se ha reducido a una elección entre el suicidio o el vasallaje. Esta ‘marcha de la locura’ debe ser detenida, por el bien del Reino Unido y de Europa. La única forma políticamente aceptable de hacerlo es a través de otro referéndum. Eso es arriesgado. Pero sería mejor que un desastre seguro.

Enumeremos las formas que demuestran que lo que está sucediendo actualmente es bastante descabellado.

En poco más de un mes, el Reino Unido pudiera repentinamente salirse de la UE. Pero el gobierno y los negocios no están preparados para tal partida: un ejemplo de esto es que el gobierno todavía está peleando acerca de qué aranceles agrícolas imponer. Un brexit como ese perjudicaría al Reino Unido y a la UE. Si ocurriera una salida sin acuerdo, las negociaciones tendrían que reiniciarse de inmediato, pero en un contexto mucho más venenoso.

Incluso si se ratificara el acuerdo de la primera ministra, una nueva serie de negociaciones acerca de la futura relación tendrían que comenzar. El Reino Unido no está preparado para tales negociaciones. Estas nuevas negociaciones también inevitablemente terminarán en un insatisfactorio resultado, porque el Reino Unido nunca ha enfrentado los compromisos entre acceso y control inherentes a todas las negociaciones comerciales. 

El Reino Unido se lanzó a un peligroso viaje hacia un destino desconocido. ¿Alguna vez una democracia madura se ha autoinfligido un daño tan innecesario? Entonces, ¿por qué lo ha hecho el Reino Unido? La respuesta simple es la combinación de la insatisfacción generalizada del pueblo británico con las copiosas ilusiones del brexit.

Una ilusión era que el significado del brexit era obvio. Pero en la práctica, podía abarcar desde un alto grado de integración hasta uno mínimo. La decisión de salirse no determinó el destino.

Otra ilusión era que el brexit podía significar una soberanía desenfrenada. En la práctica, cuanto más profunda es una relación comercial, más se debe comprometer en relación con sus socios comerciales en el ejercicio de la soberanía nacional. 
Otra ilusión más es que al Reino Unido le sería fácil comerciar bajo los términos establecidos por la Organización Mundial del Comercio (OMC). En la práctica, una salida sin acuerdo empeoraría los términos de acceso a los mercados que representan aproximadamente dos tercios del comercio total del Reino Unido.

Una adicional ilusión es que la OMC cubre la mayoría de las cosas que le interesan al Reino Unido. Por desgracia, no es así. Lo que no cubre incluye el transporte por carretera, la aviación, los datos, la energía, las pruebas de productos (incluidos los medicamentos), la pesca, una gran parte de los servicios financieros y de las inversiones.

Fue una ilusión peligrosa suponer que sería sencillo lograr un acuerdo comercial con la UE porque partimos de una convergencia total. La UE nunca le permitiría a un país el derecho a beneficiarse de las normas de la UE y, al mismo tiempo, desviarse de ellas a su discreción.
Una ilusión realmente desmesurada era que, si el Reino Unido era rígido con la UE, ésta última llegaría rápidamente a un acuerdo. Pero, como lo argumenta Ivan Rogers, el ex representante permanente del Reino Unido ante la UE, la UE no lo haría, en parte porque la preservación de la UE es, naturalmente, la prioridad dominante de la UE y, en parte, porque la UE está segura de que el Reino Unido regresaría el día después de un brexit ‘sin acuerdo’. Definitivamente está en lo cierto.

Así es que, actualmente, el Parlamento se enfrenta a una elección entre lo imposible (una carencia de acuerdo) y lo horrible (el acuerdo de la primera ministra). De ser aceptado, a este último le seguirían años de dolorosas negociaciones comerciales que, en la actualidad, no tienen un destino convenido. Al final, el Reino Unido estaría en peores circunstancias que si permaneciera como miembro de la UE. Su pueblo estaría igualmente dividido y la insatisfacción permanecería tan arraigada como lo están hoy. ¿Existe una mejor manera de hacerlo? Sí. Es preguntar, una vez más, si la gente quiere salirse, ahora que la realidad es más clara. Es por eso que debería llevarse a cabo una segunda votación.

Algunos argumentarán que esto sería antidemocrático. No lo es. La democracia no representa una sola persona, un solo voto, una sola vez.

Si hay algo que define a la democracia es el derecho de un país a cambiar de opinión, especialmente dada la baja y deshonesta campaña del referéndum. Ya han transcurrido casi tres años desde esa votación. 

Si, como parece posible, el Parlamento no puede soportar el vasallaje que conlleva el acuerdo de la primera ministra, las opciones sensatas son solicitar una extensión prolongada de la salida o, todavía mejor, retirar la solicitud del Artículo 50 por completo. Ambas brindarían el tiempo necesario para discutir cómo organizar dicho referéndum. La sugerencia de May de una votación directa acerca de un brexit ‘sin acuerdo’ pudiera conducirnos allí.

Está claro que el Reino Unido no tiene consenso sobre el brexit, sino solamente división y confusión. Con el fin de llevar a cabo su mal acuerdo, la primera ministra se ha visto obligada a amenazar al Parlamento con algo peor. Eso es una locura. Si un país se encuentra haciendo algo que seguramente perjudicaría tanto a sí mismo como a sus vecinos y a la frágil causa de la democracia liberal en su continente, tiene que repensarlo. Ésta es la última oportunidad de detener el viaje a la ruina. Y es deber del Parlamento hacerlo.

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