Shinzo Abe

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Shinzo Abe, el hombre que le devolvió la estabilidad a Japón

Considerado un símbolo de cambio y juventud, aun después de dos períodos de gobierno siguió siendo determinante en la agenda política del país
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08 de julio de 2022 a las 10:18

Tan polémico como hábil, Shinzo Abe resistió escándalos políticos y financieros, además de problemas de salud, durante sus dos períodos de gobierno en Japón. Antes de su segunda llegada al poder en 2012, Japón tuvo seis primeros ministros en apenas seis años.

Nacido el 21 de septiembre de 1954 en Shinjuku, Tokio, fue elegido por primera vez para ocupar una banca en la Cámara de Representantes en 1993. Desde allí pasó al cargo de Secretario Jefe del Gabinete de Junichiro Koizumi en 2005, antes de reemplazar a Koizumi como presidente del Partido Liberal Democrático en 2006. Ese mismo año fue confirmado como primer ministro, convirtiéndose así, con solo 52 años, en el primer ministro más joven y en el primero en haber nacido después de la Segunda Guerra Mundial.

Su primer período fue turbulento, acosado por escándalos y disputas, terminó con su abrupta dimisión un año después. Inicialmente dijo que su alejamiento era por motivos políticos, pero luego admitió que sufría un problema de salud, que luego fue diagnosticado como colitis ulcerosa. Su dimisión, no obstante, no supuso su desaparición de los primeros planos de la política.

Abe era considerado un símbolo del cambio y de la juventud, pero también aportaba el perfil de un político de tercera generación, preparado desde muy joven en el seno de una familia conservadora de la élite para ejercer el poder. En 2012, cuando se postuló nuevamente, volvió a la jefatura de gobierno como un salvador. Un año antes, el país había sido golpeado por los efectos de un devastador tsunami y el posterior desastre nuclear de Fukushima. Japón encontró en Abe una conducción confiable.

Se hizo conocer en el extranjero por su estrategia de reactivación económica, conocida como los "abenomics", lanzada a partir de 2012, en la que mezclaba flexibilización monetaria, masiva reactivación presupuestaria y reformas estructurales. Un modelo diseñado para superar la deflación, impulsar el crecimiento y restaurar la caída de la tasa de natalidad. Pero sólo funcionó con la deflación. Su gestión registró algunos otros logros, como una mayor tasa de actividad entre las mujeres y las personas de mayor edad, y el haber balanceado el mercado laboral recurriendo a un importante flujo de inmigrantes para enfrentar la escasez de mano de obra.

La gestión de Abe para afrontar la pandemia fue errática. Primero se mostró reacio a declarar el estado de emergencia. Luego, cuando lo hizo, fue sólo por un mes. Además tuvo que organizar los Juegos Olímpicos, aunque fuera un año después de la fecha prevista. Finalmente, su plan de estímulo del gasto para limitar los daños económicos causados por el covid-19 no acabó de funcionar. Su imagen y su autoridad se resintieron.

Según los analistas, no fue sin embargo su errática forma de enfrentar la pandemia lo que erosionó su caudal político, sino la ausencia de reformas profundas, en el marco de un país cuya economía lleva décadas estancada. Afectado nuevamente por una colitis ulcerosa, y tras casi dos meses sin contacto con el periodismo, lo que desató todo tipo de especulaciones, en agosto de 2020 anunció que iba a renunciar, dimisión que materializó en setiembre de ese año sin respaldar a ningún sucesor.

La vida de Abe estuvo marcado por una historia familiar de dos generaciones de dirigentes políticos. Su gran ambición era revisar la Constitución pacifista japonesa de 1947, escrita bajo la influencia del ocupante estadounidense, y jamás enmendada. Algo que no llegó a concretar. En materia de política internacional, adoptó una línea dura con relación a Corea del Norte y un rol de negociador en las siempre presentes tensiones entre Estados Unidos y el mundo árabe.

Ese rol de negociador lo aplicó también a las relaciones con Rusia y China, y buscó mediante una postura cercana con el expresidente Donald Trump que los intereses de Japón no se vieran afectados por las posturas de Washington. Los resultados fueron mixtos: Trump insistió en obligar a Japón a pagar más por los soldados estadounidenses que hacen base en el país; no logró concretar un acuerdo con Rusia sobre las islas Kuriles y tampoco su plan de invitar al presidente chino, Xi Jinping, para una visita de Estado.

A cambio aumentó el gasto en defensa, impulsó las fuerzas armadas y el concepto de "autodefensa colectiva" con sus vecinos. En ese sentido, apoyó la alianza de Japón con los Estados Unidos. De su mano, el país participó en ejercicios de cooperación en el Indo-Pacífico con India, Australia o Filipinas.

Sin embargo, fracasó en lo que más ambicionaba: reescribir la Constitución para que Japón volviera a ser una potencia mundial. Siempre fue partidario de revisar el artículo 9 para permitir que el país tuviera tropas y armamento militar.

Sus críticos señalan que tuvo la habilidad de sortear los reiterados escándalos que lo afectaron a él y a su entorno aprovechando acontecimientos externos, como los frecuentes disparos de misiles norcoreanos y las catástrofes naturales, para desviar la atención y presentarse como un jefe indispensable ante la adversidad. No menos importante para su consolidación en el poder es  no haber contado con un rival de envergadura en el seno de su partido, tanto como la fragilidad de la oposición, todavía no recuperada de su desastroso paso por el poder entre 2009 y 2012.

Aunque aparentemente fuera del poder, Abe siguió siendo muy importante, mostrando sus opiniones políticas en todo momento, a menudo para disgusto de los actuales dirigentes de su partido. “Tenía más poder que el actual primer ministro para establecer la agenda del país", aseguró Tobías Harris, su biógrafo, al medio australiano News.com. "De manera sistemática ha demostrado su capacidad para plantear cuestiones que el primer ministro y su gabinete debían abordar, tanto en política exterior como económica".

Según Harris, "liberado de las responsabilidades del cargo, Abe ya no tenía que equilibrar cuidadosamente los intereses y los ideales, y podía pedir a gritos que se apliquen políticas, aunque sean políticamente difíciles de realizar".

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