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Sobre la muerte del dólar y el inminente fin del capitalismo

El dólar estadounidense es una moneda cada vez más ruin, pero las noticias sobre su muerte pueden ser prematuras

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19 de mayo de 2023 a las 05:00

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Sólo en los últimos dos años el dólar perdió alrededor del 30% de su poder adquisitivo en Uruguay. Y en los últimos 21 años su cotización frente al peso aumentó alrededor de 120%, en tanto la Unidad Indexada (UI), que sigue la inflación interna, trepó casi 500%. Ello significa que si alguien se mantuvo en dólares desde mediados de 2002, incluso cobrando intereses razonables, perdió buena parte de sus ahorros, o de su capacidad de compra.

El oro, mientras tanto, otra reliquia a la que los ahorristas acuden cuando sienten miedo, incrementó su valor en dólares más de 530% en el mismo período.

Hay demasiados dólares en el mundo, entonces se deprecian: su valor relativo cae. Ocurre desde hace más de medio siglo, aunque ha sido particularmente rápido en los últimos 15 años debido a la enorme expansión del circulante.

Uruguay además sufre viejos achaques estructurales —déficit fiscal financiado con deuda, tarifas públicas elevadas, monopolios u oligopolios privados, además del auge agroexportador— que contribuyen a sobrevalorar su moneda, y a padecer una alta inflación interna en dólares, un fenómeno potencialmente explosivo que vulgarmente se denomina “atraso” cambiario. 

El dólar “barato” ayuda al consumidor a sentir una sensación de riqueza creciente, pero a costa del sector productivo, que pierde rentabilidad, y del empleo. En el Litoral uruguayo la actual reminiscencia de lo que ocurrió entre 1978 y 1982 y entre los ‘90 y 2002 pone los pelos de punta, aunque las circunstancias sean diferentes.

Sólo en Argentina escasean los dólares debido al envilecimiento perpetuo de su moneda, como ocurre en otros países en descalabro, como Venezuela o Zimbabue.

Pero en general en el mundo muchos ahorristas prefieren otras opciones de inversión, incluida la compra de inmuebles, para no seguir dándole de comer a la Reserva Federal.

El dólar desbancó a la libra esterlina como moneda universal a fines de la Segunda Guerra Mundial, con los acuerdos de Bretton Woods. Se fijó un ancla cambiaria de 35 dólares por onza de oro fino, que la Reserva Federal cambiaría a quien lo demandara, al modo de lo que ocurría con el “patrón oro” hasta la Primera Guerra Mundial.

Pero en 1971, ya incapaz de respaldar la creciente cantidad de dólares con sus reservas, el gobierno de Richard Nixon suspendió la convertibilidad y devaluó su moneda. Desde entonces la onza de oro fino aumentó casi 60 veces su valor frente al dólar.

A partir de 2008 la Reserva Federal aumentó aún más la cantidad de dólares en circulación para salvar bancos que se tambaleaban por la “crisis de las hipotecas”. Luego, desde 2020, cuando la pandemia de covid-19, el flujo se convirtió en un torrente para mantener a las personas encerradas en sus casas.

Estados Unidos debe mucho, pero debe en su propia moneda. Puede mantener déficits comerciales eternos sin preocuparse por la deuda externa, que despegó como un cohete a partir de 1982. En cierta forma, el país vive por encima de sus posibilidades.

Que el dólar conserve su estatus de moneda de reserva y de intercambio internacional se debe más a la ausencia de un desafiante de fuste que a las buenas políticas de la Reserva Federal. Sólo una parte menor de las deudas o del comercio mundial se pactan en euro o yuanes. China es el mayor tenedor de bonos estadounidenses, con lo que contribuye a sostener el sistema. Pero el vertiginoso despegue chino, sus crecientes ansias de superpotencia, y el lento declive relativo de Estados Unidos indican que un día el predominio del dólar acabará.

Así como la industria automotriz de Estados Unidos fue desplazada por los japoneses, los alemanes y los chinos, así una moneda, o varias monedas, podrán suplir al dólar mucho más rápido de lo imaginable.

Los procesos sociales, económicos y políticos se producen cada vez con mayor rapidez. El único vicio auténticamente nuevo es la velocidad, dijo alguien. Es el signo de estos tiempos. 

Si el dólar demoró algo así como un siglo para desplazar a la libra inglesa como moneda dominante, la decadencia aparente del dólar parece ir con más apuro.

Pero el tiempo suele humillar a los profetas y pronosticadores. Los anuncios sobre el crepúsculo de la moneda estadounidense podrían revalidar aquella carta que Mark Twain escribió en 1897 a un diario que lo dio por difunto: Las noticias sobre mi muerte han sido exageradas. 

Pronosticar el fin de la era dólar puede ser tan tonto como los vaticinios sobre el “inminente” fin del capitalismo, que llevan ya unos 175 años.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía y columnista del New York Times, apuesta que son exagerados los vaticinios sobre la destrucción del dólar, como lo son las presuntas ventajas que Estados Unidos obtiene con su moneda.

Krugman dice que ni siquiera importa lo que piensen gobernantes como Lula, Alberto Fernández o Xi Jinping​, porque la mayoría de los contratos son entre privados, y ello siguen prefiriendo el dólar. “Ignoren a todos los fatalistas del dólar por ahí”, concluyó en un artículo publicado este mes.

Pero Krugman, un centroizquierdista enemigo del liberalismo ortodoxo y de las teorías monetaristas, se ha equivocado grandemente como vidente, como cuando predijo que las grandes ayudas federales a las familias durante la pandemia no provocarían una inflación apreciable. Debió pedir disculpas no mucho tiempo después.

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