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Sorjonen, una notable y original serie en Netflix

Se estrenó la segunda temporada de esta producción finlandesa
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09 de febrero de 2019 a las 05:02

El mundo nórdico de la mitología escandinava, con sus dioses mortales, monstruos, gigantes y enanos, atrajo a los poetas que definieron el modernismo hispanoamericano y se hizo presente en forma explícita en la obra del boliviano Ricardo Jaimes Freyre (1866-1933), la cual a más de uno hoy en día podrá parecerle ampulosa, aunque mantiene ciertos rasgos de originalidad que la siguen haciendo interesante. Castalia bárbara es el mejor libro de Freyre. La interrogación del exotismo escandinavo, que incluía sobre todo a tres países, Suecia, Noruega y Dinamarca,  tenía mucho que ver con la compleja gama de divinidades patrocinadas por un neopaganismo de fondo, que mezclando héroes y dioses creó una mitología altamente atractiva desde el punto de vista literario, capaz de desafiar los límites de la imaginación.  

Ese mundo lúdico y onírico, en el que aparecen Valhalla y Valquirias, con realidades semi humanas que siempre parecen estar aprontándose para la próxima batalla, fabulosa y allende la comprensión racional, permitió la interpretación poética y al mismo tiempo facilitó una salida del mundo racional, burgués y predecible, caracterizado por los nuevos usos y costumbres de la mecánica sociedad que emergía con los primeros años de la modernidad. El exotismo escandinavo fue, pues, una de las posibilidades de escape de la vida moderna. Una ilusión sustituida por otra.

Años después, Jorge Luis Borges, quien en una conferencia en Harvard citó a Freyre, no escondió su apasionado interés en temas y motivos escandinavos. Sin embargo, tanto en los poetas modernistas como en Borges no han mención explícita de Finlandia, más allá de que el personaje del cuento La muerte y la brújula tenga nombre finlandés, Erik Lönnrot. Pido prestada a Martin Hadis su explicación a la exclusión de Finlandia: “El motivo es más bien lingüístico: los finlandeses constituyen una nación aparte. Si bien comparten varios rasgos culturales con sus vecinos escandinavos, las raíces de los finlandeses son asiáticas. El sueco, el noruego y el danés son lenguas emparentadas entre sí; el idioma finlandés no solo no tiene nada que ver con esas lenguas escandinavas sino que tampoco tiene ningún vinculo lingüístico con ninguna otra lengua de Europa (excepto con otra de origen también asiático, el húngaro, del cual es pariente muy lejano). Que se hable finlandés en la península escandinava es, en cierto modo, tan extraño como si allí se hablara un dialecto japonés”. 

Por caminos diferentes, no solo porque la primera serie sucede en las horas más frías y oscuras del invierno nórdico, y la otra en los días de soleado alivio del verano, Karppi (Deadwind) y Sorjonen, son dos ejemplos excluyentes de ese mundo tan sui generis que sintetiza a “una nación aparte”. Si, tal como afirma Hadis, el idioma de Finlandia no tiene ningún vínculo lingüístico con ninguna otra lengua de Europa, tampoco las series policiales de ese país se parecen a las demás. Dentro del nordic noir o Scandinoir, hay categorías distintas. En las finlandesas hay una estética de fondo que las separa del resto y las transforma en viaje exótico hacia un confín que desafía las definiciones. Ambas series destacan. Karppi (Deadwind) es muy buena, Sorjonen es incluso mejor. En una cantidad de aspectos superpuestos, es una de las series más originales que se han estrenado en años. En cuanto a tema, encare de los personajes, y manera de organizar el relato, postergando la aparición del enigma, los capítulos 6 y 10 de la serie son de lo más innovador que se ha visto en televisión desde el estreno de Lost en 2006, cuando el televidente sintió que si bien la trama parecía no estar yendo a ninguna parte, iba en verdad a un sitio totalmente inaugural. Desde el punto de vista estético, Sorjonen es apabullante; es un buen ejemplo de cómo la televisión puede reinventar la forma de contar. A diferencia de Karppi, la trama no se desarrolla en la capital finlandesa, sino en una pequeña ciudad situada en la frontera con Rusia, que en apariencia parece el sitio ideal para vivir; un lugar bucólico entre árboles y con mucha agua.  

Esa es precisamente una opción ética que la serie sigue para decir, sin necesidad de enfatizarlo, que ya no quedan paraísos y que en lugares en apariencia idílicos puede ocurrir lo peor, como ser, asesinatos, tráfico de menores de edad, narcotráfico, peleas de perros, corrupción política con infiltración en la policía, todo al mismo tiempo. A ese pueblo llega Kari Sorjonen (magistralmente interpretado por Ville Virtanen) para transformarse en una especie de ángel que debe limpiar a Sodoma y Gomorra. Puede intuir, con sorprendente certeza, la escena donde ocurrió un crimen y como este se desarrolló. Virtanen brilla. La suya es una lección de histrionismo contenido, capaz de trasmitir los sentimientos humanos más poderosos sin caer nunca en la sobreactuación. 

La trama gira en torno a la figura de Sorjonen, mezcla de Columbo, Sherlock Holmes y Clarice Starling, la obsesiva detective de El silencio de los inocentes. A Sorjonen, quien cuenta con características sobrenaturales de médium, también lo guía la obsesión por resolver los casos lo más pronto posible, pues para eso está cerebralmente superdotado y tiene una capacidad mental con carácter de fenómeno. Además de un sexto sentido, tiene una personalidad magnética. Cuando la solución del caso se complica, tiene como tic golpearse las sienes, como si su cabeza fuera una computadora que le va a dar la respuesta que buscaba. Lo mismo que el gaucho rastreador que presentaba Sarmiento en Facundo, Sorjonen transforma los indicios en certezas. Llegamos a conocer su intimidad emocional, algo poco común en series policiacas donde el héroe es un tipo estólido. Buscando tranquilidad para él y su familia, y con la idea de poder pasar más tiempo con su hija y su esposa, deja su trabajo en la prestigiosa Keskusrikospoliisi (Oficina de Investigación Nacional de Finlandia) de Helsinki, y se muda a Lappeenranta, ciudad natal de esta última, a quien la operaron de un tumor cerebral. 

Lappeenranta está en la frontera con Rusia, a cien kilómetros de San Petersburgo. De ahí el nombre original de la serie; Borderland: tierra fronteriza. Pero en verdad, donde transitan los protagonistas, lo mismo que los de la saga Sicario, situados en la frontera mexicano-estadounidense, son las zonas limítrofes de la condición humana. Por las noticias de la segunda guerra mundial, sabemos que la frontera entre Finlandia y Rusia es un lugar exótico, en la acepción más modernista de este término. La paz familiar, por lo tanto, y como era de esperarse, nunca llega en ese lugar de tránsito de realidades, en el cual Sorjonen, convertido en insomne, trabaja rodeado de mujeres (esposa, hija, jefa, y su compañera de labores, la detective Lena Jaakola). El mundo es igual en todas partes, y bajo la aparente tranquilidad de un lugar apartado, los ejércitos del mal siguen operando. En la nada pasa de todo. Vista desde dentro, la intimidad del pueblo es macabra. Decir más, sería contar demasiado, pues precisamente la sorpresa es el principal señuelo de la serie, la cual además, está pautada en forma peculiar. A cada caso, salvo el primero, que son tres, se le dedican dos episodios. A casi todas las series les sobran capítulos. De los 12 que por lo general hay,  la mitad está de más. Aquí son 11, pero el televidente desearía que fueran más, que la serie no tuviera conclusión.

La complejidad dramática –cada personaje importa– sobrevuela en varias dimensiones el relato, ambientado en una de las zonas con más lagos de Finlandia. La perfección formal se constata en diferentes niveles, desde Closer, la canción que da inicio a cada capítulo, cantada por Kaae & Batz y Maria Holm-Mortensen, hasta la resolución formal suntuosa de cada episodio, que incluye tomas aéreas cenitales de tupidos bosques, lagos y largos puentes, en un escenario afín a la estética minimalista y funcional de Alvar Aalto, dispuesto de ese modo para comunicar claustrofobia exterior. Con acotados elementos, la serie se convierte en imán de inquietudes, del cual no es fácil desprenderse una vez apagado el televisor. En verdad, el eje central no son los casos que Sorjonen debe resolver, sino los problemas de su familia, la cual debe lidiar con una grave enfermedad, con incomunicación, y con la soledad de una adolescente a la busca de su lugar en el mundo. Detrás de los crímenes y los castigos, emerge la imagen más real y cruda del ser humano cuestionando su condición. Sorjonen es uno de esos casos particulares en que la televisión se transforma en arte.

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