Opinión > Columna / Eduardo Espina

Súbditos de una banalidad real

La nobleza británica vuelve a ser un incomparable fenómeno mediático
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14 de abril de 2018 a las 05:00
Siempre me ha sorprendido el interés que despierta la realeza británica. Hasta los chinos, tal como lo pude constatar en China, se interesan por lo que les pasa a esos seres que viven en palacios y llevan una vida tranquila, tomando té todas las tardecitas y por ello, por estar libres de preocupaciones, viviendo bastantes más años que el resto de los mortales. A las cifras me remito: la reina Isabel cumplirá 91 años de edad el próximo 21 de abril, y su esposo, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, llegará a los 97 el 10 de junio.

Un nuevo libro sobre una integrante próxima de la monarquía británica, Meghan: A Hollywood Princess (Meghan: una princesa de Hollywood), salió a la venta esta semana, y de acuerdo al movimiento en Amazon, pinta para ser un éxito comercial. El autor es Andrew Morton, quien se hizo famoso en el periodismo sensacionalista y escribió libros sobre la princesa Diana, Tom Cruise, Monica Lewinsky, Angelina Jolie y Madonna.

El nuevo libro de Morton es sobre Meghan Markle, nativa de California, que a los 36 años se casará con Harry, no el sucio como el personaje de Clint Eastwood en la genial película en la cual lo único que reinaba era la violencia, sino el príncipe que andaba buscando mujer hace rato y la ha encontrado. Meghan, a quien Morton presenta como "trepadora social" y cuyo sueño de niña era ser princesa, se va a casar con Harry el limpio el 19 de mayo, fecha en la que lo único importante que pasará en nuestro mundo será la boda, televisada a todas partes, incluso a sitios remotos donde la televisión no llega.
La ubicuidad de la realeza británica es escalofriante. Es como la gripe: está en todas partes, y en ese día estará incluso más, principalmente por el perfil mediático de la novia, la cual es muy ambiciosa más allá de su imagen de mosquita muerta, habiendo anticipado que quiere ser considerada la "princesa Diana 2.0", algo que por el momento parece poco probable.

Sigo creyendo que la monarquía es una institución obsoleta, pero hay países, incluso algunos que integran la elite del llamado "primer mundo" (como si el mundo fuera una liga de fútbol en la cual hay primera y segunda división) que veneran a sus monarcas, esos grandes haraganes con corona. Incluso hay países cuyos habitantes desearían ser súbditos de algún monarca lo más pronto posible. Brasil tuvo al Rey Pelé y en Argentina hay quienes de manera incomprensible celebran y disfrutan el hecho de que una compatriota sea parte de la monarquía holandesa. En ese país justamente, imperio del color naranja y de maravillosos museos de arte, vi a gente a la cual considero inteligente y crítica babearse cada vez que mencionaban a sus monarcas, celebrando la historia de la realeza con mayor entusiasmo que los vicecampeonatos conseguidos en tres copas del mundo. Sin embargo, fuera de Holanda, nadie presta atención a lo que sucede en la corona tulipana, salvo cuando alguien se casa o muere en la familia real, es decir, en la realidad más real de todas.

Su palacio, el famoso Buckingham, tiene 40 mil lámparas que iluminan los 775 cuartos y el jet que la transporta genera 366 toneladas de dióxido de carbono en cada viaje. Mientras que cada ciudadano británico genera por año un promedio de 44 toneladas, la reina llega a las 3.750 toneladas de ese gas. Pero incluso así, sabiendo que figura en la lista de responsables principales de la disminución de especies animales, Isabel despierta un extraordinario interés en cada una de sus apariciones públicas.
En verdad, solo hay un monarca con apelación mundial: la reina Isabel de Inglaterra. Los otros reyes o reinas son clase B, o turista, y lo que hagan, salvo que se casen o mueran, pasa inadvertido. Sin duda la number one, la indiscutida, es la Queen Elizabeth. He llegado a pensar que es eterna. ¿Será? Algo tienen sus genes que no se oxidan.

La reina Isabel, amante tanto de su marido como de los animales, sobre todo de los perros corgi, hace 66 años que está en el trono. Ya visitó más de 130 países, superando incluso a los papas con mayor cantidad de millas acumuladas en sus cuentas de viajeros frecuentes. Considerada la reina británica más popular y querida de todos los tiempos, Isabel tiene una fabulosa fortuna y viaja en su Boeing 777 para 35 personas, que incluye secretarias, cocineros, lustrabotas, choferes, y todos los demás etcéteras asociados a una monarca poderosa en imagen y en cuenta bancaria.

La ubicuidad de la realeza británica es escalofriante. Es como la gripe: está en todas partes y el 19 de mayo estará incluso más: es la boda del príncipe Harry y Meghan Markle
Pero su liderazgo va más allá del confort y del placer personal. Isabel es una de las personas más contaminantes del planeta. Su palacio, el famoso Buckingham, tiene 40 mil lámparas que iluminan los 775 cuartos y el jet que la transporta genera 366 toneladas de dióxido de carbono en cada viaje. Mientras que cada ciudadano británico genera por año un promedio de 44 toneladas, la reina llega a las 3.750 toneladas de ese gas. Pero incluso así, sabiendo que figura en la lista de responsables principales de la disminución de especies animales, Isabel despierta un extraordinario interés en cada una de sus apariciones públicas. Su presencia enaniza la figura del Juan Carlos I, quien fue rey de España hasta 2014, y que solo salía destacado en los diarios cuando iba de cacería a África y gastaba miles de dólares cuando el desempleo en su país era el más alto de Europa. Tal vez una buena forma de distraerse de los graves problemas económicos, políticos y sociales que agobian a sus exsúbditos sea matando animales salvajes en vía de extinción. Los reyes tienen gustos raros. Tal vez por eso son imán de multitudes.

Años atrás pude ver en vivo y en directo el frenesí que genera la presencia de la reina Isabel. Iba caminando por Washington DC cuando de pronto, al llegar a una avenida amplia, tan ancha que apenas podía ver el semáforo del otro lado, encontré agolpada a una pequeña muchedumbre –las hay–, la cual se notaba feliz porque algo importante estaba a punto de pasar delante de sus ojos, los cuales miraban justamente en esa dirección, por la cual pasaría la reina alias Eli. A un policía que impedía el tránsito le pregunté sobre la razón de semejante bullicio. Me miró sin responder nada, sospechando tal vez de mi gran desconocimiento de la situación. Sin necesidad de repetir la pregunta, una mujer, con un pedazo de tela en la mano que parecía una bufanda disfrazada de bandera, me dijo en tono entusiasta: "Es que está por pasar la reina". Y otra, sin que yo le preguntara nada o algo exclamó: "Ahí viene la reina". ¿Una reina? ¿Pero cómo podía ser posible aquella escena tan real, si en la realidad Estados Unidos no es todavía una monarquía? Pensé, y en la confusión supuse –y qué mal lo hice– que la Casa Blanca, sin que yo me hubiera enterado, había sido ocupada por la anciana monarca.

En verdad, solo hay un monarca con apelación mundial: la reina Isabel de Inglaterra. Los otros reyes o reinas son clase B, o turista, y lo que hagan, salvo que se casen o mueran, pasa inadvertido. Sin duda la number one, la indiscutida, es la Queen Elizabeth. He llegado a pensar que es eterna. ¿Será? Algo tienen sus genes que no se oxidan.
Mientras suponía esto, en los alrededores poblados se oían sirenas y ruidos como de asunto muy importante a punto de suceder, como si algo raro o enrarecido estuviera aproximándose, porque se aproximaba. Y la mujer a mi lado siguió insistiendo: "Ahí viene la reina, ahí viene la reina", porque venía y el policía hizo la venia. "Ah", respondí. No pude agradecerle, aunque el "ah" delató mi estado mental y emocional ante la imprevista situación. Puesto que lo que tenía para hacer podía esperar, me quedé hasta que pasara en su auto largo la majestad inglesa.

Parecía que Isa había venido a USA a traer regalos o buenas noticias del otro mundo –y el mundo de los reyes lo es, un mundo de otros, nunca de nosotros–, pero yo no entendía bien ni podía entender mejor qué era lo qué estaba pasando. ¿Pero qué reina viene y qué viene a hacer? El policía no me dijo nada más, salvo que me marchara inmediatamente, pues si bien aquellos eran tiempos anteriores al 9/11, la presencia cercana de un o una monarca, el que fuera (incluso Mahārājādhirāja, quien fue rey de Nepal, hasta 2008, cuando en su país abolieron la monarquía), genera siempre grandes despliegues de seguridad policíaca, lo cual impide que resulte fácil asesinar a un rey o a la versión femenina de este o, incluso peor, pedirle un autógrafo insignificante, pues esa, tal parece, era la intención de la mujer que al final de este párrafo dirá otra vez: "Ahí viene la reina, ahí viene".

A Elizabeth la veríamos pasar de un momento a otro, sentada como iba igual a un paquete lujoso dentro de su blindado colachata, esgrimiendo una sonrisa postiza, distorsionada, de esas que solo se fabrican para reyes y reinas, y que nada tienen de sinceras ni son del todo humanas, aunque quedan bien en cualquier parte, incluso cuando pasan veloces ante una multitud congelada, pues aquel día era invernal y muy frío luego de la nieve, casi como para estar a la altura de la frialdad de la ilustre visitante con sonrisa de gélida estatua, de momia, de cualquier cosa que esté quieta, y las reinas casi todo el tiempo lo están. Viven dependiendo de la inmovilidad en movimiento.

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