Bangor es de esas ciudades pequeñas y endogámicas en las que todos saben todo de todos. Está cerca de la costa de Maine, en la frontera con Canadá, y está partida al medio por un canal por el que pasa un río que a veces es tranquilo y a veces no; es el Kenduskeag, un afluente que hereda su nombre de la tradición indígena de la región y que llena a la ciudad de cañerías, desagües y, sobre todo, de pequeños puentes. Bangor no tiene nada de especial. Es muy linda, sí, y los paisajes de Nueva Inglaterra decoran sus alrededores con montañas y bosques coloridos, pero bien podría pasar desapercibida entre las decenas de pueblos similares que hay en el norte de Estados Unidos. Pero no; Bangor atrae. Y bastante, la verdad. Seguramente suceda porque en uno de sus tantos barrios residenciales vive un tal Stephen King; es frente a su casa y a la reja decorada con murciélagos de metal donde todas las semanas los turistas posan para las fotos. Pero lo raro viene después; esos mismos turistas repiten las fotos frente a una especie de ciénaga que los locales llaman Los Barrens, frente a una torre de agua que no tiene mucha gracia y –lo más insólito– acostados en la calle frente a una boca de tormenta, con uno de sus brazos metidos en el desagüe y la boca desencajada como si los estuvieran masticando.
Sería muy extraño –y posiblemente perturbador– que esto sucediera sin ninguna explicación lógica. Pero la hay, por suerte. Y son dos letras en inglés: It. O Eso, si usted es fundamentalista de las traducciones a nuestra lengua.
It es una novela que, aunque fue publicada por King en 1986, no pierde vigencia y mantiene intactas sus múltiples capas y personajes. La historia ya tiene varias décadas, revisiones, ediciones especiales y adaptaciones encima, y aún así sigue convocando a sus lectores al lugar de su génesis, que a la vez es el lugar que, en la ficción, retrata: sí, Bangor es Derry, la ciudad que King eligió para situar al los Perdedores, al payaso Pennywise y a una de sus obras cumbres. Es, con mínimas diferencias, su ciudad. Su hogar.
Son varias las razones que hacen de esta novela un clásico del terror y la literatura reciente. Los grandes temas, de alguna manera, están todos allí: la prevalencia de la amistad, la madurez, el amor como fuerza natural, los miedos humanos y la imposibilidad de luchar contra ellos, el desarrollo de los traumas y la incidencia de estos la vida adulta. It es, por muchas cuestiones que escapan al propio género en el que está inserta –el terror– una gran novela de pasaje a la adultez, un rito de iniciación que atraviesa a los personajes y al propio lector cuando se sumerge en sus páginas.
A esta altura se ha comentado tanto su argumento que parece reiterativo hacerlo, pero para quien no lo sepa, acá va: en Derry, el mal vuelve cada 27 años y sin retrasos. El encargado de desatar la carnicería es una especie de ser maligno que cambia de forma y que usualmente se presenta bajo la figura de Pennywise, el payaso bailarín. Cada vez que Pennywise aparece, los niños de Derry empiezan a desaparecer. O aparecen, pero desmembrados, comidos, destrozados. La novela alterna entre dos años, 1957 y 1984, que son las fechas en las que Los Perdedores –siete amigos en su infancia y adultez– se enfrentan al monstruo.
Las influencias de King para crear esta obra van desde la mitología noruega, pasando por la coulrofobia, y hasta un asesino serial real que se vestía de payaso –John Wayne Gacy– y que mató a 33 personas, pero más importante que de dónde salió es lo que logró. Por ejemplo, el libro fue una de las grandes influencias para muchas de las películas y series que se vieron en la década de 1980 y que marcaron a las generaciones de la época, entre ellos los hermanos Duffer, que luego replicaron el modelo en su exitosa serie Stranger Things. La serie de Netflix es una deudora directa de la obra de King. Pero las referencias en la cultura popular de hoy siguen.
La novela, como se sabe bien, tuvo una adaptación a la televisión en una recordada pero muy berreta serie con Tim Curry en el papel del payaso, y en 2017 volvió a los cines y fue un éxito: se convirtió en la película de terror más taquillera de la historia. Su segunda parte acaba de llegar a las salas uruguayas y del mundo.
Pero el legado no se corta ahí. De alguna manera, la novela queda prendida fuego en las entrañas de cada lector que se acerca a ella. Hay algo que, pase lo que pase, te termina llevando siempre a Derry, que te encierra con los personajes y te hace expugnar sus propios temores. Tal vez sea su enternecedor relato de superación que subyace bajo el horror, o esa camaradería y amistad verdadera que se siente en cada párrafo; la cuestión es que It se convierte rápidamente en una obsesión.
Es posible que no sea el mejor libro de King –no es, ni por asomo, el más terrorífico; ese sigue siendo Cementerio de animales– pero la experiencia de leerlo es irrepetible. Es un flechazo instantáneo, un viaje a los veranos pasados que nunca vivimos pero que conocemos bien, un recordatorio de que la infancia de deja de lado pero nunca se abandona. Algo de ella queda en nosotros, algo aguanta contra el olvido y la rutina y de vez en cuando aparece para salvarnos. En este libro, King nos hace saber que nosotros también podemos ser Perdedores, sus Perdedores. Así, con mayúsculas y con orgullo.
La evidencia de la grandeza de este libro está en todas partes. Tómelo, elija una página al azar y compruébelo. Pero quizás para ahorrarle trabajo, podríamos terminar esta nota con una definición de la amistad del puño y la letra del que llaman "maestro del terror". A juzgar por el extracto, no solo de sustos sabe el hombre:
“Ellos eran sus amigos y su madre se equivocaba: no eran malos amigos. 'Tal vez —pensó— no existen los buenos y los malos amigos; tal vez solo hay amigos, gente que nos apoya cuando sufrimos y que nos ayuda a no sentirnos tan solos. Tal vez siempre vale la pena sentir miedo por ellos, y esperanzas, y vivir por ellos. Tal vez también valga la pena morir por ellos, si así debe ser. No hay buenos amigos ni malos amigos, solo personas con las que uno quiere estar, necesita estar; personas que han construido su casa en nuestro corazón'”
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