SAUL LOEB / AFP

Un día muy infeliz

Trump impulsó el daño a la credibilidad de Estados Unidos

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10 de enero de 2021 a las 05:00

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Se veía venir pero costaba imaginar lo que ocurrió el pasado 6 de enero en 2021. La retórica combativa de Trump, su apelación continua a un supuesto fraude masivo sin pruebas sólidas que pudieran sostenerse ante un tribunal estatal o ante la propia Corte Suprema como ocurrió en las elecciones del año 2000 donde Al Gore hizo llegar su apelación por los decisivos 25 votos electores del estados de Florida, su negativa a conceder la victoria a Biden luego de la certificación de los resultados del Colegio Electoral el día 14 de diciembre, la búsqueda de todas las vías (las posibles y la imposibles) para dar vuelta un hecho consumado, el afán de encontrar (o incluso de inventar) artilugios legales nunca antes usados o ni siquiera pensados, fueron inflamando la pradera.

Pero la nafta sobre el pasto ardiendo la echó Trump por dos veces. Primero cuando intentó presionar, por activa y por pasiva, al vicepresidente Mike Pence de que tenía la autoridad jurídica de dar vuelta los resultados electorales y, el mismo día 6, declarar ganador a Trump sobre Biden. Una locura sin ningún sustento constitucional y con un sustento egocéntrico enorme basado en un hecho: ¿cómo podría ser verdad que el señor Trump, el magnífico señor Trump, perdiese una elección? No debería entrar en la cabeza de nadie y, por supuesto, menos en la de Trump.

El segundo bidón de nafta fue cuando el mismo día 6, pocas horas antes de que se reuniera el Congreso, Trump llamó a sus seguidores a manifestarse frente al Capitolio. Hubo quizá manifestantes pacíficos pero la oratoria flamígera de Trump, denunciando el fraude más grande de la historia, las palabras de Guiliani hablando de “juicio por combate” y un grupo de 6 senadores republicanos liderados por Ted Cruz que iban a apoyar desde el Senado la estratagema de Trump. No hacía falta mucho más para que los inadaptados de siempre ingresaran al Congreso, vandalizaran sus instalaciones, generaran refriegas que acabaron con 4 muertos y dieran un espectáculo deplorable urbi et orbi. Y poco después, Trump le pedía que se fueran a sus casas y los llamaba  cariñosamente sus “queridos”. Tardó más de un día en condenar lo ocurrido y a regañadientes, cuando ya era tarde y el daño estaba consumado, prometió una transición pacífica hacia el 20 de enero, cuando Biden asuma su cargo.

Pero además del daño a la imagen de la democracia americana, y no solo en lo simbólico de sus históricos edificios, hay un daño a la credibilidad de un país que hasta ahora se caracterizó por su solidez institucional. Fenómenos como los del 6 de enero, si bien mostraron la fortaleza de los pesos y contrapesos del sistema, siembran dudas hacia el futuro. Si pasó esto en el Capitolio, ¿no podrá pasar algo en la economía? ¿No habrá algún lunático que promueva no pagar los bonos del Tesoro? Por suerte las instituciones se mostraron firmes, pero es un llamado de alerta.

Por otra parte, seguirá una profunda división porque el 64% de los republicanos, influidos por Trump, piensan que el Congreso debió dar por ganador al presidente saliente. División que afecta no solo a los republicanos y demócratas sino también al propio partido republicano. Ahora estarán los trumpistas y antitrumpistas luchando por el control del partido. Trump mantiene amplia popularidad pero la grieta se ha hecho muy profunda.

El Partido Demócrata pide al vicepresidente Mike Pence que aplique la Enmienda 25 de la Constitución y destituya al presidente y si no lo hace procederá con un segundo impeachment. Varios republicanos se afilian al pedido de destitución. Y aunque faltan solo 12 días para el cambio de mando, hasta el diario conservador The Wall Street Journal sugiere que lo mejor es una renuncia de Trump para evitar males mayores.

En definitiva, un trágico final de Trump, cuya postura negacionista y conspiratoria hace acordar a la de Cristina Kirchner respecto a los juicios que se le siguen en Argentina. Para Cristina, todos los juicios en los que ha sido procesada y condenada son producto del “lawfare” que inventó no se sabe quien para destruir su reinado progresista y hereditario. Acusa a Macri de la persecución, aunque la mayoría de la causas comenzaron cuando ella era presidenta.

Son, con los debidos matices, personalidades egocéntricas e iluminadas, para quienes solo está bien lo que ellos hacen y está mal el resto, así sea la justicia en todas sus instancias. Trump sigue diciendo que le robaron la elección pero 60 instancias judiciales, incluida una ante la Corte Suprema, no le dieron la razón. Al igual que Cristina, apeló a sus fieles. La táctica fue que Cristina se sentó en el sillón del vicepresidente y de allí gobierna todo, en tanto que Trump mandó a sus muchachos a sentarse en el despacho de Pence y generó el caos.

De Argentina ya sabíamos su falta de calidad democrática. De Estados Unidos, nos enteramos el miércoles 6 que está en dificultades. Y por si fuera poco, ayer Trump anunció que no acudiría a la inauguración de Biden. Igual que Cristina con Macri.

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