Opinión > EDITORIAL

Un error que pagamos caro

Pocos hacen cosas para combatir la verdad
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10 de abril de 2019 a las 05:00

Este año otra vez América Latina repite su fatídico relato económico de estancamiento o recesión o de crecimiento a tasas bajas. Es una maldición casi permanente de la región, que la llamada Década de Oro (2003-2013) nos hizo olvidar porque hubo un crecimiento excepcional que contribuyó a una baja inédita de la pobreza y de la pobreza extrema, sobre todo medidas en términos monetarios, aunque también se reflejó en más empleo y en una mejora de las necesidades básicas insatisfechas (NBI). Pero fue un exagerado optimismo. Subestimamos que ese período de bonanza fue gracias a las mayores exportaciones de los productos primarios a precios extremadamente altos, lo que favoreció a países como Venezuela, dependiente del petróleo, y otras naciones sudamericanas, como Argentina, Brasil, Uruguay, cuyas ventajas en los negocios con el exterior están en el sector agropecuario. 

Y ocurrió lo de siempre: terminó el ciclo de auge y quedó al desnudo la falta de políticas que combatieran la pobreza estructural. Hoy hay más familias en situación de pobreza, según un reciente estudio del Banco Mundial. Dejando a un lado a Venezuela por su excepcionalidad, Brasil es un buen ejemplo: sustancial baja de la pobreza durante los gobiernos del PT, en el período de más crecimiento económico, una tendencia que se termina cuando se empiezan a sentir los efectos de la crisis en 2014. 

La actual situación estalla por el error imperdonable de los gobiernos de izquierda en la región –que amenaza con repetir México bajo Andrés Manuel López Obrador– que en los largos años de expansión económica aplicaron la vieja receta intervencionista que no resuelve los problemas estructurales. Esto se hace evidente en un ciclo a la baja de la economía.

Es como que se hayan quedado prendidos a la idea de que para progresar solo se necesita disponer de recursos naturales, como se creía equivocadamente en la década de 1960.  

Las políticas estatistas terminaron convirtiendo a la Década de Oro en otra década pérdida.

Otra década perdida por responsabilidad de gobiernos ideologizados que en lugar de apegarse a los hechos y tomar decisiones en función de la experiencia –como dice Jean-François Revel–, se quedaron atados a mitos.

El camino acertado para combatir la pobreza estructural –y para estar en mejores condiciones de enfrentar los cambios de los ciclos en la economía– es romper con las ataduras del dirigismo estatal. 

Lo que se necesitan son buenas decisiones en materia de política económica y, en ese sentido, existe un consenso entre los economistas independientes acerca de las virtudes de la economía de mercado.

Esto supone el respeto a un conjunto de reglas sagradas: respeto al estado de Derecho y a la propiedad privada; regulaciones que aseguren la competencia interior y exterior; una Justicia que funcione y que sea independiente; cumplimiento de los contratos; un gobierno transparente y alejado de la corrupción. Y que el antiguo Estado productor dé lugar a un Estado de buenas instituciones públicas, garante de las reglas del mercado y acciones a favor de la igualdad.

Las buenas prácticas económicas son las que contribuyen a la prosperidad y a la lucha contra la pobreza con la que muchos se llenan la boca, pero muy poco hacen para combatirla de verdad. 

 

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