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06 de noviembre de 2020 a las 21:18

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La reñida elección presidencial de Estados Unidos dejó en evidencia la profunda guerra cultural que sufre el país, que refuerza la polarización, y también cómo han calado hondo las ideas y modos del presidente Donald Trump en el ejercicio de la política.

Al cierre de esta edición, Biden está casi en la puerta de la Casa Blanca, mientras se espera el final de un escrutinio lento por la avalancha de los votos por correo, de una elección muy cerrada.

La pelea es por la conquista de por lo menos 270 votos del Colegio Electoral, que se conforma de un modo ponderado en función de la elección popular de los estados, convocado para el próximo 14 de diciembre.

No habría que apresurarse en concluir que la demora del escrutinio refleja un descalabro del sistema electoral pero sin duda el enorme aumento del voto epistolar y la forma en que cada estado lo reglamenta ha causado numerosos problemas y sembrado dudas. Algunos estados aceptan contar votos llegados con posterioridad al 3 de noviembre y otros no. En otros casos los votos los cuentan los propios funcionarios postales.

Sin duda hay que mantener el modelo federal que ha funcionado bien desde que fue pergeñado por los Padres Fundadores. Pero los graves problemas detectados en la elección del año 2000 ameritaban una revisión profunda de todo el sistema. Lamentablemente eso no se hizo y da pie a que se pueda cuestionar el conteo hoy en 2020.

Biden, a punto de cumplir 78 años, se encaminaba este sábado a una victoria pírrica, sin la comodidad que arrojaba el promedio de las encuestas nacionales y, además, un Partido Demócrata con divisiones internas.

Los electores finalmente no le pasaron la factura a Trump por la mala gestión del covid-19 ni por el declive de la economía, como habían previsto los analistas al interpretar los sondeos. Tampoco le dieron tanto la espalda los votantes que pertenecen a las minorías raciales, como la de los hispanos, tan decisivos en Florida como en Texas.

Trump, que inició una cruzada legal y política contra el resultado electoral, poniendo en riesgo la estabilidad institucional, obtuvo más votos que en 2016, cuando sorpresivamente le ganó a Hillary Clinton, lo que habla de un liderazgo populista consolidado, que ha convertido a las fake news en un arma política exitosa, sin mencionar el abuso del poder presidencial.

En estas horas, empieza a hablarse del nacimiento del “trumpismo” que, si se confirman los resultados preliminares, se hará sentir desde la oposición.

Ningún presidente quisiera tener a Trump en la vereda de enfrente. Su guerra para deslegitimar sin pruebas la elección, apoyado en argumentos falaces o datos falsos, desde la propia Casa Blanca, y de no aceptar el traspaso pacífico del poder, lo convierten en un enemigo más que en un adversario como debería ser bajo las reglas de juego de la política en democracia.

Biden presidiría un gobierno débil: con retroceso del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, pese a que se mantiene como la principal fuerza, y sin dominio en el poderoso Senado. A ello se suma que la mayoría de la Corte Suprema no es filosóficamente afín a su pensamiento liberal.

Es muy preocupante el escenario político de furia, que ya se hace sentir en varios estados, que probablemente dificultará una transición ordenada, y en manos de Biden, con más fuerza propia en la política exterior que en la doméstica.

Malas horas en la democracia más antigua del mundo.

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