Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Columnista

Nacional > inseguridad

Una década persiguiendo la paz sin un solo gesto de crispación

Una década después, la presidenta de Asfavide supo quién mató a su hijo
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05 de mayo de 2019 a las 05:00

El 14 de enero de 2009 Graciela Barrera recibió la peor noticia de su vida. Apenas se enteró de que su hijo Alejandro Novo había sido asesinado en el transcurso de una rapiña mientras repartía pollos en la zona de los Aromos, estalló en llanto. Se abrazó a su marido y ambos lloraron juntos, largo y amargamente.

Con el tiempo Graciela canalizó su dolor fundando con otras almas doloridas la Asociación de Familiares Víctimas de la Delincuencia (Asfavide).

Así empezó a entrar a las cárceles a contar su experiencia y ver cómo presos pesados asistían en primera persona al dolor que causaron con sus acciones. Entre lágrimas, esos hombres curtidos por la violencia, le pedían que regresara. 

El homicidio

Resulta que junto a la pollería donde el hijo de Graciela, Alejandro Novo, atendía al público, había un local de garrafas.
Nunca las cosas llegaron a ser violentas, pero Alejandro más de una vez le había pedido a Diego Martín Scarpa, el vecino, que no consumieran drogas ahí porque afectaban a la clientela.

Graciela vio varias veces a Alejandro conversando largamente con Diego.

Pero quizás su intuición de madre le dijo que algo no estaba bien con Scarpa cuando mataron a su hijo. De hecho, cuando se le consultó si iba a visitar a los asesinos de su hijo a la cárcel dijo que sí, pero con una sombra poco común en su cara agregó: “Yo a esos ojos ya los conozco”.

Graciela siempre habla de  mirar a los ojos a la gente que se apartó de la ley, cuando les pregunta por qué lo hicieron y si son conscientes del dolor que dejaron tras de sí.

Entre las tantas puertas que golpeó, Graciela llegó a la del entonces director nacional de Policía, el hoy extinto Julio Guarteche. En una de esas reuniones, Guarteche le informó que conformaría una unidad para indagar delitos complejos, sobre todo aquellos que estaban impunes.

Así la investigación retomó fuerza.

Un día, Scarpa se había presentado en la casa de Alejandro para contar que se iba a ir al interior algunos días, un anuncio que sorprendió a la familia Novo. ¿Para qué informarles de esto ese hombre con el que no solo no tenían confianza sino que luego se enterarían de que se había quemado la yema de los dedos para que no pudiesen identificarlo?

Los años seguían pasando hasta que hace poco un testigo que ya había declarado volvió al juzgado a asegurar que uno de los dos hombres que se habían bajado de un auto a balear a Alejandro era Scarpa.

Graciela Barrera y la esposa de Alejandro, Mónica, cuando el asesinato todavía no se había aclarado.

Graciela dice que ella sintió que todo cambiaba cuando un policía de nombre Pablo Barrios llego a Canelones donde se sustanciaba la investigación porque empezó a indagar con una pasión inusitada.

Mientras que por un lado la coartada del viaje al interior se caía por su peso, un extraño episodio terminó por dar un giro definitivo al caso. Una mujer que se estaba atendiendo en Asfavide porque había sido víctima de una rapiña, pero que a su vez estaba casada con un rapiñero -o sea, gente que conoce el mundo de la delincuencia y sus personajes- un día encaró a Graciela y le dijo a bocajarro: “Yo sé quién mató a tu hijo”. La mujer prestó testimonio en el juzgado y definitivamente todos los caminos conducían a Diego Martín Scarpa.

Cuando fiscal y Policía llegaron a la conclusión de que había pruebas para formalizar a este hombre (y también a Jesus David Pereira) por el homicido de Alejandro, llamaron por teléfono a Graciela. 

Se abrazó a su esposo y lloraron juntos, como lo habían hecho hace 10 años. Aquella vez fue por una pérdida irreparable. Esta vez la lista de razones que provocaron el llanto era mayor: una lucha que no fue en vano, haber alcanzado la justicia y confirmar que se puede llegar al mejor puerto posible  dentro de la desgracia, con la mano tendida en vez de crispada. 

Y de todos esos sentimientos, ¿cual fue el que más embargó a Graciela?: “La paz, ¡tanta pero tanta paz!”. 

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