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Una recorrida laberíntica por la principal boca de drogas de la Ciudad Vieja

En la esquina de Brecha y Buenos Aires un grupo de delincuentes conectó varias propiedades y armó el principal punto de venta de estupefacientes en el barrio
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20 de diciembre de 2018 a las 16:14

“Estuvimos años esperando a que hicieran algo y ahora esto parece la inauguración de una obra”, se quejaba un vecino este jueves, mientras bajaba la escalera de la vieja casona que décadas atrás perteneció al sector político del expresidente colorado Jorge Pacheco Areco. Ahora, vacía y con policías recorriendo por última vez todos sus rincones, estaba abierta y disponible para la visita de vecinos y periodistas.

El hombre estaba enojado, dijo, porque el gobierno demoró al menos tres años en brindar una respuesta como la que terminó dando este miércoles en la tarde, cuando el Ministerio del Interior hizo más de 20 allanamientos y detuvo a los narcotraficantes que gestionaban la principal boca de venta de droga en la Ciudad Vieja.

En la puerta del edificio, en la calle Buenos Aires, Gustavo Leal, el coordinador de ese tipo de operativos –que desde diciembre del año pasado apuntan a desarticular a grupos criminales que alteran la convivencia vecinal en Montevideo y otros puntos del país–, le respondió al vecino que estaba en lo cierto.

“Sí, sí. Soy consciente”, le dijo. Y más adelante, mientras recorría los cuartos donde los narcos vivían y preparaban la droga, recordaba en voz alta las dificultades y el tiempo de trabajo de inteligencia policial que fue necesario para "encontrar evidencias” que comprometiera a los criminales.

Beatriz Quiroga, una señora de poco más de 60 años que vive en la calle Brecha, la cuadra hacia donde daban dos entradas del edificio, dijo a El Observador que la preocupación fue tan grande que los vecinos se organizaron para protestar.  “Lo primero que hicimos, meses atrás, fue conseguir el teléfono del alcalde Carlos Varela para llevarle nuestras firmas y las fotografías de lo que estaba ocurriendo”.

En una de las entradas traseras, detrás de una puerta de madera derruida, los consumidores ingresaban a un sótano oscuro y, justo a la entrada, en un costado, un pequeño agujero en la pared contactaba con otro cuarto: desde allí los narcotraficantes, sin ser vistos, entregaban la mercadería.

“Le planteamos que acá no solo no se podía vivir por la noche, sino que, últimamente, tampoco en el día”, dijo Quiroga. El momento en que el ambiente comenzaba a cambiar era cuando caía el sol.

“De tardecita ya se veía a la gente esperar en los escalones del local (Tropical) Smoothies, al que robaron varias veces, y sobre las 19.30 empezaba el desfile”. A veces de a dos, pero incluso de a tres, contó Quiroga, los clientes abrían ellos mismos una de las puertas que esta mañana la policía comenzó a tapiar con revoque y cemento. “Hacía casi cinco años que lo padecíamos: fue algo que iba en aumento”, dijo.

Entre la mugre

“Mandá a Robert para acá, que vamos a recorrer el otro lado. Acá ya está limpio”. El policía, vestido de civil, se dirigía a Leal desde el sótano oscuro en donde los consumidores adquirían la droga. Robert, también de civil –vestido con una camisa estampada impecable y jogging azul–  ingresó en seguida y se perdió con su compañero en un pasillo del fondo.

La preocupación de las autoridades, dijo Leal, era asegurarse de que antes de bloquear todos los ingresos del edificio no quedara ningún adicto dentro: en un operativo anterior –que no se consideró exitoso– habían encontrado a nueve consumidores en el interior.

La primera reja de la casa con la que se topa un visitante está ubicada a la entrada, luego de los nueve escalones que siguen a la puerta principal. Y, tras las rejas y una segunda escalera, se abre un patio interior dominado por una amplia claraboya, desde la que cuelgan plantas y enredaderas.

A ese patio salen varias habitaciones, y la escena es casi idéntica en todos: agolpados, sin orden aparente, se enredan mesas con botellas de plástico, vasos, bolsas de nailon, un televisor en el suelo, humedad y polvo, heladeras antiguas, una palangana azul, un balde rojo, un ventilador, polvo y humedad, papel higiénico, lentes negros, silla de plástico, sillones destruidos, championes desparramados, chancletas perdidas, humedad, polvo.

Al fondo, luego de un extenso pasillo colmado de pedazos de paredes caídas, hay otra reja –roja– luego de la cual hay un pequeño cuarto con una escalera movible en su interior: los narcos se trepaban en ella para acceder –pared derruida de por medio– a otra escalera caracol que descendía hacia el sótano donde se hacían las transacciones

Son varias las propiedades que los delincuentes conectaron tirando abajo paredes, y abarcan incluso la sede que tuvieron hasta hace algunos años los juzgados de Crimen Organizado.

Arrimado a una mesa de luz, uno de los policías que terminaba las observaciones ojeaba un cuaderno de los ocupantes, en cuya tapa estaba el escudo de Peñarol. En una de las paredes del patio se lee esta inscripción: “Qué duende invisible convirtió tus pezones en pétalos”. Y sobre una de las puertas queda una estampita del Señor de la Paciencia, que muestra a Jesús sentado y con la cabeza levemente inclinada.

Disculpas

Afuera, sobre Brecha, el vecino que había protestado delante de Leal sin saber quién era se quejaba de lo mismo, pero ante la prensa. “A ver, la gente se limita a hacer denuncias, y no se puede estar siguiendo una cosa que estaba demorando años y que podía ejecutarse rápidamente. No estamos hablando de un gatito que se perdió”, decía.

Y eso molestó a Quiroga. “Usted no fue a ninguna reunión”, le gritó. “¿Cuándo fue a hablar con las autoridades? ¡Dígame cuándo! Criticón, no hizo absolutamente nada”, le espetó, y el hombre –que dijo llamarse Pablo– la insultó y se fue.

Segundos después, más calmada, Quiroga dijo que le debía disculpas a Carlos Varela. El alcalde, que estaba por brindar una rueda de prensa, la escuchó y, riéndose, le respondió: “Contá cuando me puteabas también, contá cuando me dabas palo”. Y ella, ya sin reírse, le dijo: “Te pido disculpas en serio”.

Segundos luego, Varela recordó la inutilidad de las operaciones policiales que se habían hecho en la zona. “Terminaban entrando y no encontraban nada y la boca volvía a nacer. La idea es que los operativos sean como este: que se pueda eliminar el problema para los vecinos, que estaban viviendo muy mal”.

Respecto a la casa, señaló que “estaba con deudas importantes” y que hoy está en proceso de expropiación, ya que la comuna planifica desarrollar en ese lugar “un proyecto de viviendas”.

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