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4 de junio 2023 - 15:50hs
Esta nota fue originalmente publicada el 16 de octubre de 2016.
 
En la casa de Mariano Arana casi no queda lugar para más adornos. Tiene las paredes repletas con cuadros de autores reconocidos y anónimos, tapices, recuerdos de la familia y cosas viejas compradas en remates. En los últimos 20 años, desde que se mudó al Prado, fue llenando su apartamento de la calle Agraciada con objetos que se sumaron a los que heredó de su padre, como un aparador de madera con puertas de vidrio que dentro guarda copas y más adornos. Hace un tiempo pidió a la comisión del edificio hacerse del pasillo del hall y le hizo un cerramiento que usa como zaguán. Ahí tampoco queda espacio: un banco de espera, más cuadros, más adornos. Un baúl y otros muebles de madera también sostienen objetos, como botellas vacías de diferentes formas y libros ordenados en pilas. Un jarrón de cerámica con sus vasos o un globo terráqueo antiguo se destacan entre el conglomerado.
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Arana odia el frío y por eso tiene tres estufas –una a querosén, una a gas y otra a leña– en un espacio de no más de 10 metros cuadrados. "Soy un maniático", asegura, por si llegaran a quedar dudas.
 
Su primera manía apareció hace más de 75 años cuando su padre lo sacaba a pasear por la Ciudad Vieja y por otros barrios de Montevideo. Las recorridas eran en tranvía y desde la ventana iba mirando cómo se conformaba la ciudad. Le llamaba la atención el ruido de los ferrocarriles en el barrio Peñarol, las ventanas redondeadas de edificio El Mástil sobre el café Expreso
Pocitos y las arcadas del Club Uruguay, en Ciudad Vieja. Hoy cree que lo que más le gustaba ver era el edificio Lapido o el Palacio Díaz, ambos ubicados en el Centro, aunque después dice lo mismo sobre las garitas policiales que hoy están vacías.
 
Se convirtió en arquitecto –al principio dudaba en ser médico–, aunque las obras que proyectó no se parecen mucho a las que tanto admira.
 
Algunas de sus construcciones, que no son muchísimas, están en la avenida Centenario, otras en la calle José Martí y también proyectó casonas señoriales en Carrasco, en Punta del Este y en La Pedrera. Convirtió el cine Grand Palace en el Teatro El Galpón junto con el arquitecto Mario Spallanzzani. También dirigió la construcción de una mansión en el Boating de San Isidro, un barrio privado de Buenos Aires, de esos con los que más de una vez se mostró en contra bajo el argumento de ser una especie de guetos que generan segregación.
 
Quizá por ese mismo motivo muestra con más orgullo la construcción del Barrio Norte de Maldonado, un complejo de casi 200 viviendas organizadas en bloques que realizó junto con los arquitectos Spallanzani, Jack Couriel y Ana Gravina.
 
Como profesional su punto fuerte está en la investigación histórica de la arquitectura, en el urbanismo y en el patrimonio, temas que lo llevaron a escribir más de una decena de publicaciones y lo convirtieron en referente.
 
En 1961 empezó a dar clases en la Universidad de la República, y enseguida se chocó de frente con un primer obstáculo: la timidez. Eso lo hizo practicar por horas la primera lección, lo que iba a decir y lo que iba a mostrar. Hoy, que es ya jubilado, asegura que es un defecto superado.
 
Lo que no pudo superar fue su verborragia. Cuando habla se va por las ramas, se pierde en anécdotas, fechas, cifras, personajes que a veces poco tienen que ver con lo que contaba en principio. Intenta mantener la atención con un "ahora vuelvo", termina de ramificarse y después sí, reengancha.
 

La ciudad de Arana

Al principio no quería ser intendente. El líder frenteamplista Líber Seregni se lo propuso en 1984. "Usted me dijo que no ganábamos. Usted me promete que no ganamos, ¿no?", le puso como condición Arana, según cuenta.
 
Esa vez no ganó. Cinco años más tarde entró en el Senado y cuando llegaron las elecciones departamentales de 1994, ahí sí, entró en el Palacio Municipal y se quedó diez años. Su carrera política siguió luego como ministro de Vivienda y senador. Pero el mando de la capital fue lo que lo marcó.
 
Para Arana, el arquitecto, nada mejor que tener una ciudad donde poder llevar a la práctica el conocimiento que había acumulado.
 
No escatima en palabras generosas para hablar de su gestión, sobre todo para las plazas que se construyeron, la licitación para la recuperación del Hotel del Prado o la extensión del saneamiento de la ciudad.
 
Tiene una lista de amigos que no quiere nombrar "para no quedar mal con ninguno". También tuvo sus enemigos, aunque no lo reconoce y alude a la falta de memoria al intentar identificar alguno.
 
Al historiador Lincoln Maiztegui casi que no le quedaban adjetivos para cuestionarlo. "Agresivo", "malhumorado", "errático", "autoritario", "maestro de la autopromoción", son solo algunos calificativos que eligió para describirlo. "Bajo la conducción de este intendente malhumorado, errático y ocasionalmente histérico, Montevideo se fue transformando (pese al constante aumento de los tributos municipales, que Arana juzgaba como 'bastante escasos') en una urbe cada vez más sucia, oscura y peligrosa", relató el historiador en el quinto tomo del libro Orientales.
 
A nivel político, la guerra contra la administración municipal se manifestaba en los muros de la ciudad. "Busque Arana en el diccionario" -la RAE lo define como embuste, trampa o estafa-, "Montevideo va de frente, Arana marcha atrás" o el sobrenombre "Marco Polo" en alusión a los viajes oficiales era lo que aparecía escrito en las calles. La lista 250, liderada por el diputado blanco Jorge Gandini, había decidido dar batalla en cada pintada.
 
"Éramos oposición en Montevideo y el Frente era oposición en lo nacional. Era un momento de lucha", sostiene el legislador, que 15 años más tarde tiene un recuerdo de la gestión de Arana bastante más amigable que la que se reflejaba en los grafitis.
 
"Fue muy dinámico y muy comprometido con la ciudad, más allá de los resultados. Mariano fue intendente con el objetivo de serlo, no como pudo haber sido Vázquez, como una etapa hacia otro fin. Se enfocó en la gestión del departamento. No cometió grandes errores, aunque en su gestión pasaron cosas complicadas", dice Gandini y enseguida menciona el caso Bengoa. También menciona el incumplimiento del convenio colectivo con Adeom, que derivó en un juicio millonario que heredó la administración siguiente de Ricardo Ehrlich.
 
"(A Arana) nunca se lo vio como una figura de nivel presidencial", Óscar Bottinelli
 
Gandini le reprocha haber sido "omiso" en el liderazgo de su gestión y de haber sido más "un personaje de apariciones y anuncios, de marketing", que la de un intendente que está en la gestión cotidiana de la administración.
 
En eso coincide alguien que lo conoció de cerca. "Mariano era una figura política virgen, nunca fue un líder en el sentido de ser un conductor político. Nunca se lo vio como una figura de nivel presidencial".
Con esas palabras lo describe el analista Oscar Bottinelli, que en 1984 era su suplente en la candidatura a la intendencia.
 
¿Qué le faltó para dar ese paso? Sentido de mando, algo que, según Bottinelli, ya dejó en evidencia cuando estaba en la intendencia y el ejercicio "duro" de la autoridad lo ejercía María Julia Muñoz, en ese momento secretaria general de la comuna. "Mariano es para estar en la cúspide de un equipo, de un grupo de iguales, de manejo colectivo", resalta el analista.
 
Arana tampoco reniega de esa lectura. "Nunca quise ser presidente ni del tablado, jamás. Nunca me sentí capacitado para eso".
 
Sin embargo, esa debilidad política no le impidió hacer crecer y liderar a la Vertiente Artiguista, agrupación que fundó.
 

Otra vez, la ciudad

Vivía solo. En algún momento quiso formar una familia pero no se le dio y eso le dejó una espina –"una ligera espinita", minimiza– de la que le cuesta hablar. Tenía "muchísimos" primos, pero la mayoría murieron. Le quedan dos sobrinos, de 55 y 50 años y dos sobrinos nietos de 14 y 16. Con ellos se reúne seguido en la casa de La Paloma que construyó su hermano, quien el año pasado también murió. "La verdad que con la calidez que he tenido de toda mi familia....", reflexiona en voz alta, sin terminar la frase.
 
Se levanta temprano pero no tiene una rutina. Llena los espacios con música –reconoce que "a Raúl Sendic lo enloquecía" cuando vivía en el apartamento de abajo– y con espectáculos artísticos a los que va con sus amigos, casi todos arquitectos.
 
Y desde que es edil se pasa en la Junta de Montevideo, aunque no siempre tenga cosas que hacer. Hasta los fines de semana se ha aparecido para buscar algún papel o documento, o a leer algo en su escritorio. Cuando se acuerda lleva una radio a pilas.
 
En el plenario es una síntesis de él mismo: se excede en su tiempo de intervención, se va por las ramas y vuelve y repite muletillas que usa cada vez que puede. Cuando se trata de arte y de arquitectura, todo es "soberbio", "magnífico", "maravilloso", "excelentísimo". "¡Créanme!", pide de cada tanto, como si constatara que lo que dice suena exagerado. Esos son sus temas preferidos y desde la Junta puede volver a tocarlos. Se prepara especialmente cuando sabe que estarán en la discusión de la sala y lleva carpetas con anotaciones que comparte aunque tenga que tomarse la licencia de duplicar los diez minutos del reglamento.
 
"Muchos de su partido deberían aprender de él en el relacionamiento con la oposición", Diego Rodríguez, edil del Partido Nacional
 
Cada tanto tira chistes, que no siempre llegan a dar gracia pero que demuestran cierto ingenio. Algunas de sus frases ya son repetidas, como por ejemplo las que tienen que ver con su apellido: "El ANTEL Arana", en referencia al complejo que construye el gobierno en el exCilindro y del cual es fan, o el "granito de Arana" que dejó en la Intendencia de Montevideo.
 
El traje de pana marrón, la corbata y su portafolio le hacen resaltar las canas entre tantos ediles que, en su mayoría, son jóvenes. El respeto que le tienen es tal que hasta en la oposición lo elogian.
 
"Enriquece el nivel de la sala, es buen compañero. Lo respeto por su trayectoria. Muchos de su partido deberían aprender de él en el relacionamiento con la oposición", señala el blanco Diego Rodríguez. "Habla desde el respeto, no es algo frecuente", agrega el edil de la Concertación Marcos Laens.
 
Por fuera de la Junta, hay temas de la ciudad que lo mantienen ocupado y que habla sobre ellos cada vez que puede. Dice que le va a pedir una reunión al ministro de Salud, Jorge Basso, para referirse al Hospital Vilardebó y del Instituto de Higiene, porque el estado de esos edificios lo tiene decepcionado. También está "malísimo con lo que queda de la bahía de Montevideo", que puede ver desde el ventanal de su apartamento.
 
Tiene vista a buena parte de la ciudad, como la bahía, los árboles del Prado, la iglesia Las Carmelitas. Aunque también se distrae con lo que tiene adentro: las obras de Joaquín Torres García, Pedro Figari, de Rafael Barradas. Su preferida es una pintura de José Gurvich, un caracol a escala gigante y pintado de rojo chillón. "Es una delicadeza", comenta, y sus manos quedan colgadas del cuadro.
 

CV

Nombre completo: Mariano Arana
 
Apodo: El Tete
 
Profesión: Arquitecto
 
Nacionalidad: Uruguayo
 
Nacimiento: 6 de marzo de 1933
 
Estado civil: Soltero
 
Hijos: No
 
Fanático de: las obras modernas
Temas:

IMM Intendencia arquitectura Ciudad Vieja Intendencia de Montevideo Mariano Arana Montevideo Vertiente Artiguista

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