DANIEL LEAL-OLIVAS / POOL / AFP

Los políticos construyen una versión falsamente auténtica de sí mismos para obtener apoyo. ¿Está mal?

Al igual que nosotros, nuestros políticos construyen una versión falsamente auténtica de sí mismos para obtener apoyo

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14 de octubre de 2021 a las 15:00

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Jemima Kelly

A menudo se dice que Boris Johnson y Donald Trump le deben su éxito en las urnas, al menos en parte, al hecho de que "dan la impresión de ser auténticos". Y sin embargo, se trata de dos hombres que también son ampliamente conocidos por la multitud de falsedades que los dos han pronunciado a lo largo de los años.

Entonces, ¿qué sucede? ¿Se puede tener una relación tan dudosa con la veracidad y seguir siendo auténtico? ¿O es que confundimos la falta de preocupación por cumplir las promesas, y el menosprecio al desempeño del papel que se espera de nosotros, con la autenticidad? ¿Puede explicarse la paradoja con la idea de que estos hombres muestran otro rasgo que no tenemos el lenguaje adecuado para describir?

Hans-Georg Moeller, coautor de You and Your Profile: Identity After Authenticity (Tú y tu perfil: identidad después de la autenticidad), así lo cree. Sugiere que vivimos en un mundo en el que nuestras identidades ya no se basan en la idea de ser nuestro "verdadero yo" o, en otras palabras, en la idea de la autenticidad. En cambio, construimos nuestras identidades a partir de "perfiles" o "marcas personales". Y si hay algo que Trump y Johnson han llegado a dominar son sus marcas.

El trabajo de Moeller y su coautor Paul D'Ambrosio se basa en el del crítico literario y ensayista Lionel Trilling. En Sincerity and Authenticity (Sinceridad y autenticidad), Trilling distingue entre una forma de identidad basada en la "sinceridad", que describe como la conformidad con los roles en los que nacemos o que la sociedad nos impone; y la "autenticidad", que surgió como fundamento de la identidad en el siglo XX, y que rechaza la conformidad en favor del individualismo y la originalidad.

Moeller y D'Ambrosio sostienen que la "perfilicidad", o identidad basada en el perfil, ha superado esta forma de identidad, especialmente desde los albores de las redes sociales. "Todavía tenemos esta ética, esta especie de régimen de autenticidad, pero la sociedad ya no funciona de acuerdo con ello", me dice Moeller. "Ni en las redes sociales, ni en nuestra vida privada, ni en la política, ni en la economía. En ninguna parte".

Pero como nuestro lenguaje aún no se ha puesto al día con estas estructuras sociales cambiantes, seguimos utilizando la idea de autenticidad para describirnos, dice Moeller. Y por ende simulamos la autenticidad al construir nuestros perfiles, aunque muchos de nosotros lo percibimos como algo falso. De ahí surge la crítica al "postureo ético", o “alardeo moral”, y el atractivo, para algunos, de quienes no intentan ocultar sus falsedades.

"Trump no tiene la pretensión de la autenticidad y, paradójicamente, eso es lo que lo hace parecer auténtico", dice Moeller. "Opera completamente dentro de este mundo basado en perfiles, pero al mismo tiempo muestra su absurdo".

Moeller y D'Ambrosio sostienen que “comisariamos" nuestros perfiles con la idea de que no serán vistos y evaluados por personas individuales, sino por quienes ellos llaman el "semejante general". Nunca conoceremos realmente a este "semejante" — en realidad no existe — pero es, sin embargo, el más importante validador de nuestra identidad. Se puede pensar en términos de la cantidad de "me gusta" que podemos recibir en las redes sociales, nuestra calificación en un sitio en específico o la cantidad de comentarios positivos que recibimos.

De este modo, moldeamos constantemente nuestra identidad en función de cómo nos percibe un ser amorfo y abstracto. Y no sólo nos enfocamos en la "observación de segundo orden" cuando se trata de construcción de nuestra identidad personal; podemos ver el mismo fenómeno en los mercados financieros, tal y como lo describió John Maynard Keynes en su libro, La teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). Como es bien sabido, Keynes utilizó el ejemplo de un concurso de belleza en el que los jueces deben elegir el rostro que creen que será más popular, en lugar de los que personalmente encuentran más atractivos, para describir la razón por la que las acciones suben y bajan de precio.

"Hemos alcanzado el tercer grado en el que dedicamos nuestra inteligencia a anticipar lo que la opinión general espera que sea la opinión general", escribió Keynes.

De hecho, aunque Moeller sugiere que "la perfilicidad ha explotado" desde la invención del Internet y de las redes sociales en particular, dice que sus raíces se encuentran en el siglo XVIII, cuando empezamos a evaluar los paisajes en base a cuán "pintorescos" que eran, así que el potencial artístico de un paisaje se convirtió en el estándar de belleza en vez del lugar en sí. En mi opinión, ésa no es forma de juzgar un paisaje, como tampoco debemos juzgar los méritos de un político por la ilusión de autenticidad.

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