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Washington Abdala, el Turco para sus amigos, vivía detrás del Club Tabaré y enfrente de su casa tenía la suya Dante Picarelli –“uno de los mejores acuarelistas de Uruguay–, quien vivía con sus tres hijos, que eran “enfermos” de Peñarol.
“Empecé a ir con seis años a ver a Peñarol justo en 1966: Spencer, Joya, el Tito Goncálves, Rocha, Mazurkiewicz. ¿Qué más podías pedir? Se ganaba todo y eso llevaba a que la gurisada del barrio se contagiara como hinchas. Era imposible no quedar loco con el Peñarol del ’66”, contó a Referí.
Recuerda que Spencer y Joya “eran anormales, eran dos gacelas. No podía creer lo que corrían esos negros”.
La finalísima de Chile en la que Peñarol le ganó 4-2 en alargue a River Plate argentino la Copa Libertadores de 1966 la escuchó con un aparato de radio que estaba en la cocina de su casa. “Escuchamos el relato de Heber Pinto. Cuando terminó el partido, recuerdo el griterío de casa y que salimos la calle a festejar”.
Al poco tiempo, con siete años, ganó un concurso de cometas organizado por la escuelita de verano del Club Banco República. Se armó su cometa con caña, papel y cola y le puso un hilo larguísimo que le dio su padrastro.
“Cuando la tiré al aire le di mucho hilo y desde el Club Banco República por la playa, la cometa llegaba hasta Trouville. Me acuerdo que la curva del hilo tocaba el mar. Gané y el premio era ir a buscar un par de zapatos de fútbol a una casa en la calle Ejido. Yo con siete años le pedí a quien me atendió si no me podía cambiar el premio por la camiseta de Peñarol y así me hice de mi primera camiseta”, dice.
Y agrega: “Siempre le digo a (Jorge) Barrera que toda mi vida me gustaron los goleros. Por Manga (arquero de Nacional desde 1969 a 1974) tenía debilidad. Pero nunca vi un golero como Mazurkiewicz. Un tipo con una capacidad de liderazgo, con ritmo, gran salida para cortar. Era completo. Iba a ver a Peñarol a la Ámsterdam y decía: ‘¡Este tipo no puede atajar así!’”.
No oculta su idolatría por el máximo goleador del fútbol uruguayo, Fernando Morena.
“Nunca va a haber nadie mejor que Fernando Morena. Imponía respeto, no era egoísta, era inteligente, no se lesionaba nunca, no hacía faltas. Era un anticipado hasta en lo físico. Me encantaban Venancio (Ramos) y Ruben Paz, pero me pregunto si hubieran llegado a tanto sin Morena, más allá que los tres se retroalimentaban”.
Cuenta que “una noche me encontré con (Juan Ramón) Carrasco y en una charla de boliche de madrugada me dijo: ‘Morena es único’”.
Un día lo conoció y dice que le salió cierto cholulismo. No se aguantó y lo que le dijo fue “no creo que nadie me haya dado la felicidad que me diste vos”.
Entiende que “(Washington) Cataldi de una manera y Víctor Hugo (Morales) puteándolo mal en la radio y en el diario, entendieron lo que significaba Morena. Nosotros íbamos al estadio y sabíamos que con Morena estabas tranquilo. Era constante y regular. En cambio en Nacional, Carrasco era respetable, pero no desnivelante”.
Y le sale de adentro y empieza a cantar: “A Morena lo traemos todos/porque todos somos Peñarol”, y gesticula con su mano derecha, recordando la colecta que se hizo en 1981 para que volviera el goleador desde Valencia. “Con mi viejo pusimos algunos mangos, no muchos, pero colaboramos”, dice.
Sostiene que Morena fue su ídolo. “No hay dudas. Por paliza. Tenerlo a él era un reaseguro, él te ganaba los partidos”
Otra de sus mayores alegrías fue cuando pudo compartir un asado con Joya y Spencer ya entrados en años. “Fue algo muy emotivo, un momento que queda en el mejor de mis recuerdos”.
Y agrega: “El jugador de fútbol no sabe la emoción que le despierta a tipos como nosotros que nunca vamos a conocer a una estrella. Por eso, el poder estar allí, fue único”.
Para Abdala, “el fútbol es arte. Las cabezas de Messi y Suárez tienen que tener un componente de desarrollo matemático que no es normal”.
Dice que no es un hincha fanático aunque reconoce que se amarga. “Me recaliento a veces con Peñarol en la Copa Libertadores. El fútbol de hoy es mucho más difícil que antes”.
No obstante, reconoce que le gusta “mucho” este equipo que dirige Diego López. “Está muy bien armado. Cuando llegó (Walter) Gargano yo tenía muchas dudas. Pensaba ‘¿no estará veterano?’ y el tipo demostró que es un jugadorazo”.
Entonces se le dibuja un mueca en el rostro porque rememora la época de Diego Forlán en el club.
“Me amargué con Diego Forlán porque se deberían haber tenido otras simetrías en el club, haber jugado un poco más para él, haberle tenido más paciencia, explotarlo más en los términos del fútbol uruguayo. Si se hubiera hecho, seguramente él habría rendido mucho más porque es una superestrella”.
Dice que no es anti Nacional. “Para nada. Como todo veterano aprendí mucho de mis errores, fui un idiota anti Nacional de joven y la vida me fue educando”.
Es muy amigo de Ricardo Alarcón, el expresidente de Nacional y dice que le hubiera encantado que fuera presidente de la AUF cuando hace poco le ofrecieron su postulación faltando horas para terminar el plazo y finalmente desistió.
“Es un fenómeno. Estuve años trabajando con él. Yo tenía un servicio jurídico para su empresa Credisol. Un tipo superior en términos de valores morales”, explica.
Con 59 años, su historia como manya es vasta. Y habla de una de sus mayores alegrías.
“No recuerdo haber vivido algo tan gozoso como el (segundo) quinquenio de Peñarol. Fue como irreal, sobre todo cuando llegás al número cinco. No sé si el cinco tiene una magia especial. Lo pongo por encima de las Libertadores ganadas porque tiene una gigantesca connotación el haber ganado el Uruguayo cinco años seguidos. Sos Gardel”.
En esa época se destacaron, entre otros, Pablo Bengoechea y Antonio Pacheco. De este último tiene una camiseta firmada y en los partidos complicados, la pone encima de una mesita delante del televisor para que a Peñarol le vaya bien.
“Tony era un tipo de un sigilo, habilidad y sentido de saber dónde estaba como creo que no hubo nadie en Peñarol. Entendía, leía mejor a Peñarol en su colectivo, en su conjunto. Bengoechea era más individual, un jugador que sabía más, con atributos más increíbles, pero de otras características. Los dos eran imponentes. Son caudillos –que es una expresión política–, esos que sus pares los respetan, pero sobre todo, el otro le dispensa una consideración que no se la dispensa nadie”.
Y agrega: “Son tipos carismáticos, cualidad irracional que genera en sus pares y el rival una mezcla de admiración, respeto y temor. Por eso siempre digo que Suárez es un monstruo. ¿Sabés lo que es aguantarle la cabeza a Messi? ¿Trabajar para Messi? ¿Hacer goles con Messi?”.
Si se habla de dirigentes históricos, para Abdala “Cataldi y el Cr. Damiani están fuera de lo normal. De grande aprendí la importancia que tienen los directivos. Julio (Sanguinetti) me abrió la cabeza”.
A Cataldi lo conoció en la política y sostiene que “era un tipo con una sagacidad increíble. Julio lo adoraba. Era un león haciendo política”.
Habló sobre su pelea con Sanguinetti y admite que no se ve volviendo a la política.
“Hace poco tomé un café con Julio. Lo que sucedió hace un tiempo con él, no lo tomé como una pelea, sino como una especie de discrepancia”, explicó.
Fue diputado por el Partido Colorado y presidente de la Cámara. Sin embargo dice: “No me veo volviendo a la política porque igual que el fútbol, tu esposa o tus hijos, requiere de una pasión y creo que cumplí un ciclo, es como un juego de espejos y está bueno que venga gente nueva”.
Sobre el derrumbe del Partido Colorado, indicó: “El Partido ligó mal porque en 2002 el que estuviera al mando, con lo que sucedió, se comía la noche de todas maneras. Eso lo ahogó al partido que hizo lo que pudo. Le pasaron factura y la vida es así”.
Y añadió: “Ahora con Sanguinetti y un Talvi novedoso tiende a comenzar a subir en las encuestas”.
Abdala habla de la imposición que existe al menos con su hija.
“En mi casa no hay opción en cuanto a ser hincha de otro club, mis hijos lo saben. Pueden votar al Frente, elegir la opción sexual que quieran, pero no pueden no ser de Peñarol. Mi hija Sofía amagó un tiempo con hacerse hincha de Nacional porque tenía algunas amigas seguidoras, pero le dije que la única religión en casa era ser de Peñarol. Porque como familia debemos tener una identidad. Duró meses la discusión, pero es manya”.
Lo más lindo que vivió con Peñarol fue ganarle la Libertadores a River argentino en 1966 “por cómo se vivió en el país y por cómo me lo transmitían mis seres queridos. Tuve la sensación de tocar el cielo con las manos”.
A la hora de hablar de lo peor que le pasó con el club del cual es hincha dice: “No te voy a mentir: me desfondo cuando perdemos con Nacional, es lacerante. El gol de Recoba en la hora… Me deprime, me bajonea”.
Pero retruca: “Nunca me sentí humillado con Peñarol. Creo en la garra del club. Cuando los hinchas decimos ‘Ganamos a lo Peñarol’ es echar el resto, más allá de lo que tenés o no, es poner todo. Yo creo en eso y veo que eso se transmite en el club cuando llegan nuevos futbolistas. Eso es Peñarol”.
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