Camilo dos Santos

Y en el mismo lodo, todos manoseados

Gavazzo sigue torturando, ahora a los familiares de sus víctimas, y todos bailan la música que él elige

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13 de abril de 2019 a las 05:03

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No hubo un general que golpeara la mesa, suspendiera la sesión del tribunal y mirando a los ojos a Gavazzo, le espetara algo así: “Hablá en serio cretino y no nos hagas perder el tiempo, porque ya sabemos que no tenes honor, pero queremos saber si te queda un gramo de remordimiento”.

No hubo un comandante que tras enterarse de esos testimonios, se parara firme ante el teniente coronel retirado, y le advirtiera que el Ejército no está para perder el tiempo y tener a  tres generales escuchando sus mentiras y enchastres.

No hubo un Secretario de Presidencia que reaccionara con rapidez y eficacia para alertar al Jefe de Estado que se metía en un lio político y jurídico.

No hubo un presidente que actuará de inmediato, sin dejar dudas.

Hubo un periodista que desconfió y se puso a buscar las actas para hallar lo que se escondía. Y hubo un diario que publicó su informe.
Y ahí se desató la tormenta.

Hubo y hay uruguayos que perdieron familiares y amigos, que saben que los torturaron y asesinaron, pero que no pudieron darle sepultura y cerrar una etapa del dolor. Y que esperan hacerlo.

Hubo uruguayos que atentaron contra la democracia, y hubo represores que no se conformaron con combatirlos por la vía legal, sino que usurparon poder, aplastaron, torturaron, mataron, los tiraron al río o enterraron en un pozo, y que hoy siguen regocijándose de sus salvajadas.

Hubo guerrilleros que reescribieron la historia para pescar ingenuos y hacerles creer que la verdad está en un relato hemipléjico y falso.

¿Qué pasó en estos días del 2019 para que el país se enredara otra vez en una discusión que no aporta datos que generen consecuencias significativas?

Seis generales del Ejército y su Comandante, consideraron que tirar a un prisionero muerto al río con bolsas de piedras para que el cadaver no saliera a flote, es una acción que no afecta el honor del Ejército.

Y el presidente de la República homologó esos fallos; con salvedades sobre el caso del posible “segundo vuelo”, pero homologó el fallo.

Tras la nota de Leonardo Haberkorn se armó un temporal: el gobierno mandó todo a la Justicia y dispuso el cese de generales, ministro y subsecretario. Para cuatro casos entendió que precisaba venia y eso ahora está en discusión en el Senado. No se sabe cómo terminará, porque la razón invocada para destituirles es que incumplieron de forma “deliberada” un artículo del reglamento de tribunales, que obliga sólo a presidentes de esos órganos y no a los otros dos miembros.

No pide destituirles porque toleraron el relato de hacer desaparecer prisioneros, sino por incumplir un reglamento (y eso no obligaba a cuatro de los seis generales).

Ante el bochorno que vivió el gobierno, el Frente Amplio priorizó la unidad interna para no retroceder casillas en el ludo electoral, y se aferró a un común denominador: “lo importante” es que “se rompió el pacto de silencio” de los torturadores.

¿Qué es lo que se rompió? ¿Hay datos nuevos sobre crímenes? ¿Hay información sobre restos de desaparecidos para hallar alguna huella?

¿Hay algo nuevo en serio? Nada.

Es cierto que ahora consta en un documento oficial, pero Gavazzo contó lo que ya se sabía, con algún detalle morboso adicional, y siguió mintiendo. Nadie cree que hizo todo eso él solito.

Juegan al morbo, a mostrarse indiferentes ante la tortura y la muerte, a generar indiferencia ante lo aberrante. Gavazzo torturó y sigue torturando.

En su dolor de derrotado, en su final indigno y despreciado, castigado con una “cadena perpetua” de hecho, asume delitos que no cambian su condición. Es como si le dijeran que a la prisión de por vida, le agregaran cuatro años más.

Pero al contar alguna de sus fechorías, muestra que mantiene memoria sobre detalles y alimenta expectativas de que en algun momento tire un dato, y aparezcan algunos restos.

Gavazzo sabe que eso le da poder: que todos asuman que él sabe y recuerda, es una forma de torturar, de hacer sufrir, de generar una ilusión falsa, de abrir un poquito la puerta de una caja negra, cerrarla de inmediato y tragarse la llave.

Gavazzo no sólo puso arriba de la mesa del tribunal la granada sobre desaparecidos (al contar cómo tiró un cadáver a un río o cómo le tiró gas a un detenido mientras estaba en un calabozo), sino que recordó con detalles un secuestro millonario que el PVP hizo en Buenos Aires, con el cobro de un rescate de 10 millones de dólares. ¿Esos secuestros no eran violaciones a los derechos humanos?

Detalla eso para mostrar que lo “sucio” estuvo de los “dos lados”.

Y eso surge de uno de los problemas de la era post-dictadura, que el “relato” construido estos años, endiosa a unos y demoniza a otros, muestra que hubo luchadores sociales contra opresores, cuando la guerrilla fue contra una democracia y no con bandera de libertad, sino con la meta de instaurar un régimen socialista.

Al Uruguay le costó salir de la dictadura, lo hizo con un acuerdo entre políticos y militares que no comprendió a todos los partidos. Luego, con una amnistía para presos políticos y con liberación de guerrilleros; después con otra para militares y policías. Y referéndum de 1989 y plebiscito de 2009.

Pasado el tiempo, hubo hendijas legales para mandar a la cárcel a criminales.

Manini Ríos tuvo parte de razón en su áspera crítica a decisiones de fiscales y jueces, porque no todos, pero sí algunos, sintieron el “mandato divino” de procesar o condenar a represores de la dictadura sin pruebas reales. El caso del coronel Juan Carlos Gómez es un ejemplo de eso, y no el único.

Hasta  el absurdo procesamiento a Amodio Pérez fue producto de “comprar” ese cuento barato y distorsionado, que cuesta entender cómo fue asimilado por una fiscal y una jueza.

¿Entonces?

Pasaron siete gobiernos de períodos quinquenales y el país cada tanto se sigue enredando en discusiones sobre aquella dictadura y respecto a hechos como el de Gomensoro, ocurridos hace 46 años.

La ciudadanía recibe mensajes de heridas abiertas y rencores perpetuos, de mandos militares que no asumen la gravedad de derribar las instituciones y violar y matar prisioners; de ex guerrilleros que reescriben la historia para exponerse como heroes sin lugar a la autocrítica de sus asaltos, secuestros y crímenes, y hasta de pretender que la gente crea que batallaron contra una dictadura.

Gavazzo puso una granada en la mesa de un tribunal y se quedó esperando a ver cómo estallaba en la mano de generales, y también del gobierno.

Unos fueron pasando la granada a otro, para no tenerla consigo al momento de estallar; la falta de reacción, la desprolijidad en el manejo, las confusiones generadas, derivaron en un caso sin antecedentes: cayeron siete generales del Ejército.

El gobierno no logró dar una explicación convincente sobre su accionar tardío y contradictorio, el Parlamento discute las venias de retiro, la Justicia reabre casos y vuelve a investigar, los militares se sienten manoseados, los familiares de desaparecidos están sin consuelo …

Mientras, el país posterga reformas que se consideran indispensables y urgentes, como la de educación, la jubilatoria, la fiscal y la de comercio exterior.

Y Gavazzo ríe desde su prisión domiciliaria.

El tango de “Discepolín” para ilustrar el siglo XX aplica también para este esta centuria, porque de alguna manera este teniente coronel logra dejar a todos “revolcaos en un merengue, y en el mismo lodo, todos manoseados”. 

 

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