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Ortega, con la sartén por el mango

Las protestas sociales en Nicaragua –que suceden desde mediados de abril pasado– no desembocarán en la salida del presidente sin un frente opositor común, dicen expertos
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14 de julio de 2018 a las 05:00
Todo a su debido tiempo", afirmó el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, el pasado fin de semana, ante miles de simpatizantes en su primera aparición pública desde finales de mayo, y rechazó categóricamente todas las demandas de la oposición para unas elecciones anticipadas: "Las elecciones se llevarán a cabo como lo dicta la ley". Tal alusión a la observancia de un supuesto estado de derecho le debe parecer toda una burla a la oposición en el país.

Desde mediados de abril, el país centroamericano se ha visto sacudido por feroces protestas contra el gobierno de Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. Las manifestaciones en las calles han resultado en violentos enfrentamientos con las fuerzas de seguridad: según activistas de derechos humanos, los enfrentamientos han dejado más de 300 muertos, más que en las protestas contra el régimen de Maduro el año pasado en Venezuela.

El detonante de las violentas protestas en el país centroamericano, de 6,4 millones de habitantes, fue una reforma al seguro de pensiones recomendado por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Esta preveía un gran aumento en los pagos de pensiones para los trabajadores y, a la vez, una reducción de las pensiones en el segundo país más pobre de Latinoamérica.

Incluso la rápida revocación de la reforma por parte del gobierno no pudo detener la ola emergente de protestas. La frustración acumulada durante años por la mala situación económica y el estilo de gobierno cada vez más autoritario de la pareja presidencial hicieron que la gente permaneciera en las calles.

La debilidad de la oposición

Sabine Kurtenbach, directora interina del Instituto GIGA de Estudios Latinoamericanos en Hamburgo, evalúa críticamente la intención de Ortega. "El conflicto continuará escalando. Una de las demandas centrales de la oposición es que él y su esposa se retiren, lo que significa que las nuevas elecciones habrían sido una opción para salvar las apariencias. Así, la gente continuará protestando y saliendo a las calles". Obviamente, Ortega no espera que las protestas le cuesten su puesto de manera inmediata, dice Kurtenbach.

Aparentemente, Ortega podría permitirse volver a tomar las riendas de la situación, porque un factor clave para su dominio es precisamente la debilidad de la oposición. "Ya lo vemos en Venezuela, cuánto puede durar un régimen si no hay un frente de oposición común", opina Kurtenbach.
La opinión de la experta en temas latinoamericanos es que una oposición en un conflicto de ese tipo necesita una visión más allá del mero objetivo de un "tiene que irse". La oposición en Nicaragua carece, por ejemplo, de una fuerte figura de integración. Para empeorar las cosas, bajo el gobierno de Ortega tanto las fuerzas policiales, como las fuerzas armadas se politizaron y le juraron lealtad, afirma Kurtenbach.

Las potencias

El 5 de julio, Estados Unidos impuso sanciones al jefe de la Policía de Nicaragua, al secretario general de la Alcaldía de Managua y al vicepresidente de la petrolera nicaragüense-venezolana Albanisa. El motivo: corrupción y violación de los derechos humanos. A mediados de junio, el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, acusó a Ortega de causar la ola de violencia. Hay que frenar los crímenes del gobierno, exigió Pence.

"En Nicaragua, la intervención de Estados Unidos solo fortalecería a Ortega", opina Sabine Kurtenbach. "Especialmente en Nicaragua, las intervenciones estadounidenses tienen una tradición: desde la ocupación de principios del siglo XX hasta el financiamiento de los contras en la década de 1980. En este contexto, una intervención de Estados Unidos solo ayudaría a Ortega". En este conflicto, es difícil imaginarse al gobierno de Trump como un negociador honesto, añade Kurtenbach.

En busca de apoyo del exterior, las esperanzas de muchos opositores nicaragüenses también están dirigidas a la Unión Europea. Pero aquí, las posibilidades también parecen limitadas: "La UE no tiene más influencia que los obispos nicaragüenses, que en tal caso, así como en otros países de Latinoamérica, representan la mejor opción de mediación posible", asegura Kurtenbach.

No obstante, los intentos de mediación de los obispos todavía no han dado un resultado concreto después de las varias interrupciones en los diálogos. Además, la UE simplemente tiene "otros problemas", apunta Sabine Kurtenbach. Más allá de ellos, no hay un actor internacional a la vista que pueda contribuir a la pacificación o incluso a la solución del conflicto en Nicaragua.

Daniel Ortega, a los 72 años, parece aún estar interesado en preservar su poder. A principios de 2017, comenzó su cuarta presidencia. El mandato regular se extiende hasta finales de 2021.

Las perspectivas de la oposición de convocar nuevas elecciones, a más tardar para el 2019, no son buenas, a pesar del apoyo de la Conferencia Episcopal de Nicaragua y la Organización de Estados Americanos (OEA). "Mientras Nicolás Maduro siga en el poder en Venezuela, y mantenga financieramente a flote a Ortega, no cambiará mucho la situación en Nicaragua", señala Sabine Kurtenbach.

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