Quienes lo conocen aseguran que Claudio "Chiqui" Tapia es la síntesis, pero multiplicada por 1.000, de sus dos maestros de la vida: Julio Humberto Grondona y Hugo Moyano. Discípulo de uno y ex yerno del otro. Vale recordar que Tapia estuvo casado con Paola Moyano, una de las hijas del líder camionero.
La semana pasada circuló un video de una marca deportiva en el que aparecían jugando al truco las principales figuras del seleccionado nacional. En la pieza, Tapia cantaba "quiero vale cuatro" y Messi cerraba diciendo "quiero", en alusión a la cuarta copa del mundo que busca la Selección. Una producción impecable, sin dudas. Pero conviene no confundir la gloria del fútbol real —ese "seremos eternos" de Rodrigo de Paul que compartimos todos— con la política del fútbol, que es otra cosa muy distinta.
Todo indica que Tapia no va a escarmentar hasta hacer escarmentar a Juan Sebastián Verón, presidente de Estudiantes de La Plata. El presidente de la AFA interpretó que el planteo del equipo de Estudiantes de La Plata a Rosario Central fue una afrenta no al club rosarino, sino directamente a su poder y su autoridad.
El problema de Tapia es que su ostentación, su avaricia, su exhibicionismo y su voracidad lo están llevando inevitablemente a chocar la calesita. Más aún: a matar a la gallina de los huevos de oro, representada en este caso por el seleccionado nacional.
Del secreto al meme nacional
Lo que Tapia y sus secuaces venían maquinando se volvió tan público y masivo que se transformó en un meme nacional y popular. Basta ver lo que ocurrió en el programa de Esteban Trebucq, cuando éste empezó a repartir copitas de plástico en honor a premios absurdos e inventados. Horas después, el equipo de producción de Pergolini repitió la parodia y Mario se autopremió como "mejor late show sub 70".
Las decisiones oscuras de la AFA en el planeta fútbol ya dejaron de ser secretos de iniciados para convertirse en material de escarnio público.
Este punto no es menor. A Grondona le llevó muchos años que le probaran su vinculación con los cheques y las cuevas financieras. Desde La cornisa estuvimos investigando junto a Graciela Ocaña, y la verdad terminó de quedar expuesta en 2014, el mismo año en que explotaron los negocios del Fútbol para todos.
Vale la aclaración: el escándalo se transformó en causa judicial porque el Fútbol para todos se financió con fondos públicos. Grondona recibía los cheques y los repartía de manera discrecional. El dinero pasaba primero por cuevas financieras vinculadas al dirigente y luego se distribuía entre los clubes preferidos.
Todo esto salió a la luz pocos meses antes de su muerte. Pero la prueba definitiva de que nadie permanece impune para siempre llegó con el FIFAgate, aquel escándalo que llevó a la prisión a dirigentes de fútbol y grandes empresarios del negocio televisivo, como Alejandro Burzaco. Grondona evitó la cárcel únicamente porque murió antes.
En cuanto al otro gran maestro de Tapia, Hugo Moyano todavía reza para que no se reabra la causa por asociación ilícita contra Independiente, que tiene a su hijo Pablo Moyano como principal sospechoso.
La conexión ANDIS y el iceberg farmacéutico
Pero la velocidad con la que Tapia se expone es cada vez más alarmante. Si avanza la investigación contra Maximiliano Ariel Vallejo por los giros de dinero, el presidente de la AFA deberá dar explicaciones. Vallejo no solo prestó dinero a San Lorenzo, Banfield y Platense, y estampó sus finanzas en las camisetas de varios equipos —incluido Barracas Central, el club de Tapia—, sino que además está siendo investigado en la causa ANDIS (Agencia Nacional de Discapacidad), un expediente que cada día revela una novedad perturbadora.
Y precisamente sobre ANDIS insisto: más allá del ruido que genera Miguel Ángel Pichetto y del abrupto silencio que cayó sobre la Droguería Suizo Argentina y los hermanos Kovalivker, lo descubierto hasta ahora es apenas la punta del iceberg. Detrás de las licitaciones fraudulentas y multimillonarias se esconderían varios laboratorios importantes de la Argentina. Según el fiscal y el juez, estamos ante una suerte de "cuadernos de la corrupción" de la industria farmacéutica. Como alguna vez dijo Pancho Ibáñez —y después lo repitió Cristina Kirchner—: "Todo tiene que ver con todo".