El Observador Argentina | José Manuel Fernández

Por  José Manuel Fernández

Dr. en Teología y en Derecho Canónico
8 de mayo 2025 - 9:24hs

El Cónclave que comenzó ayer, marca un tiempo de suspenso e inquietud acerca de quién será el nuevo Pontífice de la Iglesia Católica. Ese interrogante se presenta no solo en el seno de la Iglesia Católica, sino también en la sociedad global, que está demostrando un interés superador de todas las expectativas respecto a otros cónclaves anteriores.

Es increíble pero cierto, que en estos tiempos de superadores avances tecnológicos y de inteligencia artificial, ayer el mundo miraba hacia una simple y rústica chimenea, para ver qué humo salía de ella. La “fumata nera” indicó que los 133 electores provenientes de 71 países no habían logrado alcanzar el consenso necesario para que uno de ellos llegara a la sede del apóstol Pedro.

Desde hoy a la mañana, según lo que prevé la Constitución apostólica “Universi Dominici Gregis” del 22 de febrero de 1996 sobre la elección del Pontífice, serán dos las votaciones a la mañana y dos a la tarde. El electo deberá serlo con la mayoría cualificada de los dos tercios (89 votos), por lo cual se especula que entre hoy y mañana podría aparecer la “fumata bianca” y el sonido de las campanas de la Basílica de San Pedro anunciando que ya hay Papa.

Pero antes, en la Capilla Sixtina se vivirán momentos emocionantes. En caso de no ser electo, Pietro Parolin será quien en nombre todo el Colegio de electores pedirá el consentimiento del elegido con las siguientes palabras: “¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?”. Y, una vez recibido el consentimiento, le preguntará: “¿Cómo quieres ser llamado?”

Entonces, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, actuando como notario y teniendo como testigo a dos Ceremonieros que serán llamados en ese momento, levantará acta de la aceptación del nuevo Pontífice y del nombre que ha tomado.

Después de la aceptación, el elegido se convierte inmediatamente en el Obispo de la Iglesia Romana y a la vez, verdadero Papa y cabeza del Colegio de los Obispos; adquiriendo en ese instante, la plena y suprema potestad sobre la Iglesia universal, pudiendo entonces a partir de ahí, ejercerla.

Se trasladará luego a la sacristía de la Capilla Sixtina, conocida como la “Sala de las lágrimas”, ya que en la historia de los pontífices, hubo quienes fueron electos y en ese lugar lloraban pensando en la carga y responsabilidad que debían asumir.

Será allí donde se revestirá con la sotana blanca y se le hará entrega del “anillo del pescador”, símbolo de su autoridad y así llamado, por el antiguo oficio de pescador del apóstol Pedro.

Al regresar a la Sixtina, los electores se acercarán para manifestar su homenaje y obediencia al recién elegido Sumo Pontífice, y después, luego que el cardenal francés Dominique Mambertí pronuncie el esperado “Habemus Papam”, aparecerá en el balcón de la Basílica Vaticana para impartir por primera vez la Bendición Apostólica “Urbi et Orbi” ante la multitud congregada en la Plaza.

El futuro Papa deberá ser, según el perfil presentado por el cardenal Giovanni Battista en la Misa “pro eligendo Romano Pontifice”, un hombre que trabaje por el bien de la Iglesia y de la humanidad en este tiempo de la historia “tan difícil, complejo y atormentado”.

Estas tres características ayudan a describir de modo claro la realidad desafiante del tiempo de hoy. Es que el mundo espera mucho de la Iglesia para la tutela de valores fundamentales, humanos y espirituales, sin los cuales la convivencia humana no será mejor ni portadora de bien para las generaciones futuras.

Quien resulte elegido deberá poseer un profundo sentido de equilibrio, pero también de visión, sabiendo dialogar con los pueblos, los gobiernos, las religiones y las nuevas generaciones.

Se está necesitando un guía universal que sepa unir, escuchar y mediar con sabiduría para poder afrontar la fragmentación de la comunidad global y de la Iglesia misma, erigiéndose así en un artesano y diplomático en el sentido más alto del término.

Se hace prioritario curar las heridas visibles e invisibles de la humanidad, restaurando una gramática del encuentro que conjugue espiritualidad, inteligencia, pragmatismo y compasión.

Y ese debería ser parte del programa de quien está llamado a ser “Pontífice”, es decir “puente”, que una las orillas de un mundo necesitado de esa pequeña, humilde, pero heroica virtud, que se llama “esperanza”, y sin la cual corremos el riesgo como civilización, de naufragar en la resignación nihilista o en la indiferencia individualista que da primacía al “yo” y se olvida del “nosotros”.

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