Espectáculos y Cultura > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

El bosque donde el lobo está

Netflix acaba de estrenar El bosque, serie extraordinaria, de lo mejor del año
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21 de julio de 2018 a las 05:00
Uno de los problemas serios de las series de la plataforma Netflix es que las hacen durar más de la cuenta. Algunas superan la decena de episodios por temporada, cuando en verdad no dan ni para una sola, y con la mitad de capítulos. De tanta agua que le ponen a la sopa, termina siendo insulsa. Algunas series llegan al colmo de la sobredosis de capítulos sin variantes de fondo, cayendo en lo previsible y rellenando el relato con naderías. Al cuarto capítulo ya sabemos cómo va a terminar el último, incluso el primero de la temporada siguiente. Todo naufraga en la obviedad sin sorpresas ni sobresaltos. Sobran las series para poner de ejemplo al respecto, la sobrevaluada La casa de papel es una de ellas, House of Cards, otra por el estilo. De la tercera temporada en adelante todo estuvo traído de los pelos y la realidad, tras la debacle de la imagen de Kevin Spacey, se encargó de hacer la eutanasia. Sin embargo, en medio de una tendencia que hacía peligrar el éxito actual de la fórmula de Netflix, surge una serie perfecta de principio a fin, que no solo es un ejercicio de narración carente de fallas, sino que tiene además la duración exacta como para que el desarrollo del relato, la tensión y la conclusión tengan el justo balance, evitando que la credibilidad de la historia se debilite. Son solo seis capítulos, a los cuales nada les sobra ni les falta. Como si fuera poco, y a consecuencia de lo anterior, invita a verla otra vez, hasta una más, para seguir encontrando detalles no evidentes a primera vista en una narración que es una pieza de relojería y precisión.

El bosque (La Forêt) es un mecanismo de entretenimiento antológico, de los que se van a convertir en referente de una época plagada de series. En ese género lindante al noir y en el que solo el cine estadounidense en sus mejores momentos se le aproxima, los franceses son capos. Mezclan el policial de cabecera, el thriller perturbador, las parábolas bíblicas, lo sobrenatural, la minuciosidad psicológica, las observaciones en tono lírico, y las lecciones morales para generar una especie de conversación íntima y susurrada con el alma humana, a la cual interrogan desde cualquier ángulo, para que responda a calzón quitado y seamos los testigos que observamos en primer plano, porque también nos habla a nosotros. Nos dice, a manera de Cristo en el evangelio de San Juan: el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. ¿Alguien se anima? Ya con solo eso, con esa majestuosidad de la inteligencia cuando trabaja para hacer pensar, no para complacer a una audiencia masiva, la serie se gana el cariño del público exigente y con pensamiento crítico. Cómo agradecemos la sutileza, la ausencia de cursilería y sobreactuación, los gestos leves de los actores para comunicar una emoción profunda, el recato, la falta de explicitud somática, por lo general tan innecesaria. En esto, no solo en poesía moderna, los franceses aleccionan. ¡Chapeau! Como si fuera poco, además, aquí no nos quieren hacer pasar gato por liebre.

Tal como el nombre lo indica, gran parte de la trama tiene como escenario central a un bosque, de la región de Ardenas. Juguemos en el bosque que ahora el lobo no está. ¿Lobo está? El lobo siempre está. El mal, ni siquiera entre la espesura de los árboles, desaparece. Es el designo y la consigna de la vida humana. El bosque puede ser vista como una versión adulta de Caperucita Roja, en la cual no sabemos quién es el lobo, tampoco qué tan inocente es la niña vestida de rojo. La alegoría es inquietante. Lo genial de la serie, y ahí está el dato de rigor que la diferencia de las restantes, es que recién en el último capítulo el desenlace queda resuelto. Sin embargo, a diferencia de lo que suele pasar en policiales de menos fuste, en los que al parecer lo único importante es encontrar al criminal y resolver el caso, aquí el misterio se resuelve, pero la serie continúa casi una hora más, pues hay algo fundamental a ser tenido en cuenta y detallado: la vida de los sobrevivientes una vez que la tragedia ha pasado, aunque no sus consecuencias. La posdata de El bosque, incluida en el último capítulo, es una lección de moral y sostenimiento emotivo, un abrazo íntimo a la decencia y a lo mejor del ser humano. Pocas veces la televisión alcanza estas cumbres, en muy escasas ocasiones la ética del acto de vivir estuvo tan bien tratada y con superlativa profundidad como en este caso. Los ecos del cine de Jean-Pierre Melville y Robert Bresson no son tan tenues, y se escuchan en momentos cuando la elipsis y el minimalismo dramático redimensionan la intensidad de las emociones en juego.

En la vida bucólica de una pequeña ciudad al borde de un inmenso bosque hay secretos de todo tipo, no solo de alcoba. Pueblo chico, infierno grande. Parece el mundo de Terciopelo azul, situado en la frontera franco-belga. En el medio de la nada, pasan las peores cosas. El ambiente de soterrada hipocresía, de inminente sospecha sobre la vida del otro, destaca la corrosión de valores, de la idea de felicidad, el desmoronamiento del núcleo familiar. Todos sospechan de los demás, casi todos tienen un misterio enterrado en el pasado. Alguno puede ser un asesino, está ahí, es uno de ellos, creíamos conocerlo, hasta que lo conocemos tal como en verdad es. En esta vida, las respuestas correctas llegan casi siempre tarde. A veces nunca llegan. En otras, llegan de manera devastadora. La metáfora de fondo es clara, contundente: no todas las certezas son ciertas, y a veces la verdad está llena de apariencias.

Es difícil hacer un comentario crítico sobre una serie sin revelar detalles sobre el contenido de la trama. No lo voy a hacer, evito los spoilers. Únicamente adelanto que la premisa principal de El bosque gira en torno a la reinvención del suspenso. Y lo consigue haciendo algo muy simple: impedir que las pistas que son reveladas descubran por anticipado las pistas que aún falta revelar. Hay algo de críptico en el desarrollo de la narración que prepara a la historia para su gran y muy inesperada conclusión, la cual a su vez deja muchos puntos suspensivos, pues la mente humana es un vasto bosque sin explorar. Nadie que entra ahí sale con respuestas concretas. Esa también es otra de las lecciones de la serie; advertir que no solo debemos creerle a la verdad, a lo que parece verdad. La vida humana es mucho más compleja de lo que suponemos.

En tiempos en que la industria del entretenimiento exhibe obscenamente su adicción a todos los chiches tecnológicos a disposición, cansando y saturando con mundos falsos y plásticos de superhéroes, El bosque destaca por su maravilloso anacronismo a la hora de recurrir a efectos mecánicos. Por ejemplo, los viajes a la reconstrucción del pasado, flashbacks, son mediante el uso de la oralidad, a la vieja usanza de contar lo sucedido con palabras, con el relato de la voz humana, principal imán de la atención. ¿A qué le prestamos mayor atención: a la historia en sí o a la voz de nuestra madre que la contaba antes de irnos a dormir? Hasta en esto la serie es magnífica. Podemos escuchar a la voz del policía o a la de la maestra, los dos personajes centrales en intensidad dramática, diciendo: "Había una vez en el bosque...". La última palabra en ser pronunciada, un monosílabo en forma de pregunta, es el resumen preciso del enorme misterio que representa el acto de vivir. Dicho, además, como solo acepta ser dicho: en tono poético.

Cortas, muy cortas, eran las mejores historias que nos contaban para hacernos dormir en la niñez, también esta, que nunca duerme, por el contrario, despierta, sobre todo a la conciencia. Porque, como decía, El bosque es un relato moral sobre la vida contemporánea, en la cual los valores familiares están devaluados, la familia está depreciada, y ahí comienza la degradación galopante del mundo en el que vivimos, cada vez menos amable y gallardo, cada vez más iletrado y violento. Vamos hacia lo irreconocible, ya casi estamos ahí. A manera de susurro, cuando el final está por llegar, El bosque pregunta alertando: "Son las 10 de la noche, ¿sabe dónde está su hijo?". No recuerdo una serie tan buena y convincente sobre la vida, los riesgos y desafíos de los adolescentes en tiempos de internet como esta. También ese mundo, inhóspito y de dudosas consecuencias, es un bosque lleno de lobos feroces.

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