Después de los intensos enfrentamientos entre los presidentes de ambos países, parecía que no habría marcha atrás. El momento más álgido se alcanzó cuando el presidente argentino vinculó a la esposa de Sánchez con la corrupcion.
La tensión escaló aún más hace cinco meses, cuando el gobierno español retiró a su embajadora, María Jesús Alonso Jiménez.
En aquel momento, Sánchez fue tajante: Hasta que el presidente argentino no se disculpara por sus expresiones, pronunciadas en un acto electoral de Vox, las relaciones con Argentina no se normalizarían.
Aunque la embajadora Alonso Jiménez no volvió a ocupar su puesto, se designó a un nuevo representante: el actual embajador español en Colombia, Joaquín María de Arístegui.
Sin embargo, no hay constancia de que el presidente argentino haya ofrecido disculpas formales o informales. Lo que sí se sabe es que hubo intensas negociaciones. Para Sánchez, resolver algunos asuntos pendientes es crucial, ya que enfrenta uno de los momentos más difíciles desde su llegada al poder.
Se encuentra desgastado por el paso del tiempo, por sus políticas confrontativas y las denuncias de corrupción en su partido y el entorno familiar.
El impacto de la relación con el chavismo tampoco es menor, con numerosos puntos oscuros aún por esclarecer.
Además, enfrenta problemas con aliados como Íñigo Errejón, quien cayó en desgracia y expuso públicamente la impostura en la que estaba envuelta la izquierda podemita y sus herederos.
Asimismo, el desastre de la DANA seguirá resonando. Tras el duelo colectivo y la reconstrucción, llegará el momento de deslindar responsabilidades institucionales.
La situación es compleja y, para Sánchez, que siempre ha tenido un plan B en política exterior, el panorama en ese ámbito también presenta desafíos considerables.
Toda política internacional es política nacional
En este mundo globalizado, donde las fronteras pierden su capacidad de separar y diferenciar, lo que ocurre dentro y fuera de un país suele ser difícil de distinguir.
Basta con observar uno de los conflictos actuales más importantes, el enfrentamiento entre Israel e Irán, donde gran parte de los eventos recientes está influido tanto por las elecciones estadounidenses como por la política interna israelí y la constante huida hacia adelante de su primer ministro, Benjamín Netanyahu.
Mientras tanto, si todo fallara en España, Sánchez ya tiene un lugar asegurado en el escenario mundial, al presidir la Internacional Socialista, una organización que agrupa a los partidos socialdemócratas de todo el mundo, aunque con poder limitado y sin gran presupuesto. Demasiado poco para tan grandes ambiciones.
Su nombre también sonó para ocupar altos cargos en la Unión Europea o en la OTAN, posibilidades que se pospusieron al lograr mantenerse al frente del gobierno español.
Las elecciones europeas, en las que la derecha recuperó cierto protagonismo, tampoco auguran un contexto favorable para él, y los puestos más relevantes ya han sido asignados.
Sánchez en América Latina: siguen las malas noticias
Su liderazgo en el ámbito latinoamericano no ha evolucionado de la mejor manera. Paradójicamente, la recomposición de sus vínculos con el "enemigo íntimo" Milei es lo mejor que puede mostrar.
Al menos es algo, considerando que pronto enfrentará su participación en la Cumbre Iberoamericana en Ecuador, seguida del evento anual del G-20, que este año se celebrará en Brasil. Sin embargo, a Sánchez no le espera un desfile triunfal.
Los mexicanos no han dejado de enfrentarlo. La nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, parece tener un compromiso más ferviente con las cuestiones indígenas, mientras que su predecesor parecía actuar con cierto cinismo coyuntural. La disputa ya esta afectando los negocios de las empresas españolas.
Con Venezuela, la situación no es mejor. Sánchez podría pensar que los seguidores de Nicolás Maduro son muy desagradecidos, considerando todo lo que su gobierno hizo por ellos, tanto formal como informalmente.
Pero el chavismo tiende a manchar todo lo que toca y, si Sánchez creyó que podía salir indemne tras el Delcygate o las operaciones que terminaron con el exilio del presidente legítimo venezolano, Edmundo González Urrutia, estaba equivocado.
Sin embargo, es en Estados Unidos donde Sánchez se juega una apuesta importante. A nivel global, ha elegido dos focos de impacto geopolítico para asumir posturas muy definidas y activas: en Oriente Medio, enfrentándose a Israel, y en la guerra ruso-ucraniana, apoyando a Ucrania y a su presidente, Volodímir Zelenski.
Si Donald Trump ganara las elecciones, sería un golpe a la línea del líder socialista. En cambio, si Kamala Harris lograra imponerse, encontraría mucha más afinidad para mantenerse firme en ambas posiciones.
Además, el PSOE comparte con los demócratas estadounidenses su pertenencia a la Alianza Progresista, una organización transnacional de partidos políticos.
De todos modos, si todo saliera mal y tuviera que abandonar el gobierno, tendría el ejemplo del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.
Sánchez no debería encontrar dificultades para convertirse en vocero de dictaduras y cabildero que facilite los negocios que el aislamiento internacional les impone. Parece ser bastante rentable, aunque moralmente discutible.
Quizás Sánchez aspiraba a algo mejor para su futuro. Quizás no se merece ese algo mejor, pero nadie puede anticipar que no lo logre; voluntad y audacia no le faltan. Y alguna ayudita de sus amigos.