Este año la cumbre climática no tuvo la fastuosidad de Dubai. Fue, de hecho, en un lugar del que probablemente muchos jamás escucharon hablar: Baku, en Azerbaiyán. El estadio olímpico sirvió de sede para el evento de las Naciones Unidas. Y hubo inconvenientes como el del último sábado, que no ayudaron a negociaciones muy tirantes. Simplemente se quedaron sin comida. Pero la cumbre se garantizó su lugar en la historia.
La rápida desaparición de muchas conquistas y las dudas sobre la factibilidad de los objetivos trazados cargó la cumbre de tensión, de desacuerdos y por momentos de hostilidad.
Un grupo de representantes de varias islas, entre los países más vulnerables, se marcharon de la cumbre iracundos, algo que había ocurrido sólo una vez en tres décadas, si bien luego volvieron a la mesa de negociaciones.
Se alcanzó finalmente un acuerdo el último día de las dos semanas de agotador debate pero no dejó satisfecho a nadie.
El punto de encuentro fue que alrededor de 200 países triplicaran el monto anual que venían aportando para ayudar a las economías menos desarrolladas a lidiar con las consecuencias del calentamiento global y facilitar la transición a la energía limpia.
Esto supone que los países más ricos se comprometieron a llevar hasta u$s 300.000 millones anuales su contribución anual hasta 2035 mediante una serie de fuentes bastante amplia desde sus finanzas públicas hasta acuerdos bilaterales y multilaterales.
El acuerdo alcanzado también insta a las partes a trabajar con la meta de recaudar u$s 1,3 billones al año, en su gran mayoría vía financiamiento privado.
Una mezcla de amargura, la sombra de Trump y la intransigencia árabe
Pero aunque estos compromisos suenen ambiciosos y alentadores, entre los expertos había una sensación de amargura. Casi de batalla perdida.
Uno de ellos decía: “El aumento de la temperatura global está al borde de los 1,5 grados, el umbral crítico para evitar las consecuencias más catastróficas del cambio climático. En Baku necesitábamos un acuerdo que mantuviera el sistema vivo. Mantuvimos el sistema vivo. Pero creo que 1,5 está muerto”.
En materia de frustración, los asistentes estaban rodeados. La elección de Donald Trump en EE.UU. para un segundo mandato fue un enorme desincentivo, con su amenaza de retirarse del Acuerdo de París. Lo mismo ocurrió con la intransigente posición del bloque árabe.
Una propuesta de incluir un compromiso de abandono progresivo de los combustibles fósiles generó discusiones con los saudíess que no aceptaron ninguna mención explícita del sector.
Hoy sería necesario que las emisiones de carbono a nivel global se redujeran un 42% para 2030 para evitar las peores consecuencias del calentamiento global. Pero el mundo perdió el rumbo.
Del otro lado de la mesa, los países más vulnerables dicen que no alcanza
Del otro lado, en Baku, las naciones más necesitadas insistieron que son necesarios billones para proteger del clima sus economías y que la cifra resultante complicará su ambición de fijar en febrero, como estaba previsto, objetivos de reducción de emisiones de carbono).
También hicieron notar que parte del dinero debería adoptar mecanismos distintos al de un préstamo tradicional, que sólo incrementa la carga de deuda de países ya empobrecidos.
La fractura por momentos era insalvable. Cuando se estaba votando el acuerdo, los representantes de India quisieron expresar sus objeciones para la adopción.
Los delegados levantaron la mano pero fueron ignorados y mientras se sancionaba la propuesta, subieron al escenario decididos a ser escuchados. Porque ya nadie puede ser invisible.