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UN IMPRESCINDIBLE EN LAS FIESTAS
Chocolate en Navidad: una tradición que España se toma muy en serio
Caliente, energético y reconfortante, el chocolate encontró su espacio natural y en diciembre se relanza en tazas, sobremesas y en la mesa navideña compite con turrones y roscones. La historia de su llegada a España y su transformación en un hábito delicioso.
12 de diciembre 2025 - 18:02hs
La tradición del chocolate en la Navidad española.
Hay sabores que no necesitan una época: están siempre. En España, el chocolate es uno de ellos. Pero en diciembre, se relanza en tazas, vitrinas y sobremesas, no como un dulce cualquiera, sino como un gesto que atraviesa clases, generaciones y lugares. Porque no hay Navidad sin chocolate, Y no hay chocolate que no diga presente en Navidad.
El chocolate llegó a España en el siglo XVI desde América, como una bebida amarga y especiada. Fue moneda y ritual, elegido durante siglos por la clase aristocrática.
Su uso era más cercano a la farmacia que al placer. Los pueblos mayas y aztecas cultivaban el cacao desde siglos antes de la conquista y lo consumían en forma de potaje espeso, con agua, maíz y ají, y lo reservaban para élites, guerreros y ceremonias sagradas. El cacao no era una golosina, ni estaba relacionado al placer, su sentido en esa época denotaba poder.
Hernán Cortés lo conoció en la corte de Moctezuma y envió los primeros cargamentos a la península hacia 1528. En un principio, aquel brebaje causó desconfianza. Fueron los monasterios españoles, especialmente en Sevilla, Toledo y Zaragoza, los que lo adaptaron al gusto europeo al mezclarlo con leche, azúcar, canela y vainilla.
Allí nació el chocolate como hoy lo entendemos. España fue su puerta de entrada a Europa y durante casi un siglo mantuvo el monopolio del cacao, custodiando la receta como un secreto de Estado.
La costumbre se extendió gracias a reinas españolas como Ana de Austria, que lo llevaron a Francia desde donde se expandió al resto del continente.
chocolate
Navidad se escribe con Chocolate
Caliente, energético y reconfortante, el chocolate encontró en la Navidad su espacio natural. La Iglesia, una vez más, pragmática, lo aceptó en los días de vigilia porque no rompía la abstinencia carnal: así la bebida se coló en la liturgia familiar de la Nochebuena.
En los siglos XVII y XVIII se multiplicaron los salones y las casas de chocolate en las ciudades; mañana y tarde se llenaban de gente que buscaba abrigo en una taza. En el XIX llegó la industrialización y con ella la creación de la barra, que transformó para siempre el consumo.
La tableta permitió partir, fundir y distribuir cacao de modo sistemático; las chocolaterías urbanas y las fábricas conectadas a puertos como Cádiz o Sevilla facilitaron su entrada regular en la dieta y el chocolate dejó de ser una exclusividad y se hizo costumbre popular.
La Navidad actúa, entonces, como un escenario perfecto. Este oro negro no compite con turrones y roscones: se suma a ellos.
El tronco, importado de la tradición francesa, el panettone italiano, enriquecido con pepitas o crema de chocolate y las palmeras bañadas en cobertura conviven sin fricciones. Es que el cacao tiene la virtud de infiltrarse en la mesa sin ofender a nadie.
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Cuando el chocolate genera un conflicto, ¡porque siempre hay un conflicto!.
Pero no todo es armonía. Una de las disputas más debatidas, real y documentada, tiene que ver con la denominación y composición del “chocolate” en la Unión Europea. Una polémica que alimenta controversias sobre calidad, etiquetado y mercado.
España, junto a otros países, ha sido parte activa de la discusión sobre el uso de grasas vegetales distintas de la manteca de cacao. La directiva europea permitió hasta un 5 %, algo que históricamente generó resistencias en países de tradición chocolatera más estricta.
Resultado: marcos regulatorios, cuando no, etiquetas más detalladas (o más confusas), y una ¨pelea¨ sobre qué producto puede llamarse Chocolate sin perder identidad. No es un tema menor: determina percepciones, precios y un comercio que mueve miles de millones de euros.
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La península y su navidad bañada en chocolate
En el mapa navideño español, el chocolate no viaja solo. Se mezcla. En Cataluña y Baleares, aparece integrado en panetones que ya no se discuten como moda pasajera, sino como pieza estable del calendario festivo. En las pastelerías de todo el país, las palmeras con chocolate se convierten en dulces necesarios, que complementan al turrón o el roscón de reyes.
El tronco de chocolate (bûche de Noël), de origen francés, encontró en España un terreno fértil y hoy es un clásico silencioso de Nochebuena que será talado en no pocos hogares.
Porque en definitiva, según datos de la Asociación Española del Dulce (Produlce), el consumo de chocolate en España se concentra entre noviembre y enero, con picos claros en Navidad y Reyes, consolidando su primera posición como la categoría dulce más demandada.
La facturación anual supera cómodamente los dos mil millones de euros, mientras que la exportación de cacao y chocolate de España asciende a cerca de 650 millones. El consumo per cápita ronda los 3,1 kilos por persona al año.
Infaltable en las celebraciones populares de los ayuntamientos, caliente y espeso como una miel, el chocolate se convierte en tradición en las plazas de los pueblos. Cada fin de año, largas colas de vecinos se juntan para revalidar el ritual alrededor de una olla humeante.
Aquel grano que llegó de América, encontró en España la creación de un hábito. Un punto de encuentro entre los dos mundos que separa el Atlántico. Una historia escrita en cacao, que ya no simboliza aristocracia, sino abrigo.
En el acto de compartir una taza caliente, hay una conversación entre generaciones: abuelos, padres y nietos. En los mercadillos y bajo las luces de colores, la sostienen firme como un cobijo para sus manos. Ya es tiempo de participar de la ceremonia. ¡Vamos a por ello!