No era solo una actriz. Verónica Echegui tenía una energía distinta, una fuerza que atravesaba la pantalla y se quedaba en la memoria. Por eso, su muerte el pasado domingo sacudió al mundo del cine y a todos los que alguna vez la vieron reír, llorar o luchar desde un personaje.
Tenía apenas 42 años. Se fue en silencio, como llevó su enfermedad: con discreción, con coraje, con esa dignidad que solo tienen quienes saben que vivir también es saber soltar.
En los pasillos del Hospital 12 de Octubre de Madrid, donde pasó sus últimos días, solo unos pocos sabían la verdad.
La noticia fue un mazazo: Verónica había muerto “a causa de una enfermedad”, se dijo al principio, pero horas después se supo lo inevitable: el cáncer que venía enfrentando en la más íntima reserva había ganado la batalla.
Ingresos hospitalarios, tratamientos y rodajes
“No lo llevaba en secreto, lo llevaba en la intimidad”, aclaró la periodista Paloma Barrientos en el programa TardeAR.
Y es que fueron muy pocos los que conocieron el proceso. Hubo ingresos hospitalarios, tratamientos, viajes al extranjero buscando respuestas. Pero también hubo trabajo, guiones, rodajes. Porque hasta el final, Verónica eligió la vida.
Daniel Guzmán, actor y amigo cercano, fue quien la acompañó en sus últimos pasos profesionales. Con voz entrecortada en el Tanatorio de La Paz, donde este lunes se despidió de su amiga, reveló que ella le pidió confidencialidad. “Era una persona muy especial, muy auténtica”, dijo, apenas conteniendo las lágrimas.
Desde aquel estallido que fue Yo soy la Juani hasta sus más recientes trabajos, Verónica expresó su talento, su honestidad artística y el compromiso visceral con su vocación.
"Más que miedo a la muerte, tengo miedo a la enfermedad y al sufrimiento"
A Muerte, la serie que presentó en junio pasado, fue su última aparición pública. Nadie imaginaba entonces que estaba enferma. Su discurso, sin embargo, parece ahora premonitorio: “Más que miedo a la muerte, tengo miedo a la enfermedad y al sufrimiento”, dijo entonces como si quisiera dejar una pista o iniciar una despedida.
La capilla ardiente se llenó el lunes de rostros conocidos del cine español: Cayetana Guillén Cuervo, Paco León, Dafne Fernández, María Adánez, Victoria Luengo, Susana Abaitua y Sara Sálamo, entre otros.
Conmovidos, muchos aún sin poder creer que Verónica ya no está. La mayoría no sabía sobre su enfermedad y la noticia de su muerte fue un golpe duro en un mundo donde las redes lo exponen todo, pero poco expresan sobre el dolor real.
Según Europa Press, la actriz viajó incluso fuera de España en busca de esperanza, aferrada a la vida con la determinación de quien no quiere renunciar. Y no lo hizo. Luchó como vivió: en sus propios términos.
Entre sus colegas y su público, queda el recuerdo de una artista que eligió guardar silencio ante el ruido, que trabajó hasta el final sin pedir compasión, y que enfrentó la muerte con una claridad que pocos alcanzan.