6 de agosto 2025 - 10:26hs

Un poco de historia

El lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima (6 de agosto de 1945) y Nagasaki (9 de agosto de 1945) fue uno de los acontecimientos más impactantes del siglo XX.

Estos ataques precipitaron el final de la Segunda Guerra Mundial y marcaron el inicio de la era nuclear, dejando una huella imborrable en la historia de la humanidad.

Las bombas provocaron una destrucción sin precedentes. Ambas ciudades quedaron completamente arrasadas, y sus poblaciones sufrieron consecuencias físicas, psicológicas y sociales, tanto inmediatas como a largo plazo.

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El impacto mundial de las bombas atómicas generó cambios profundos en diversos ámbitos de la vida social.

La aparición del arma nuclear modificó para siempre no solo la forma en que los Estados hacen la guerra, sino también la manera en que intentan mantener la paz.

Durante la segunda mitad del siglo XX, especialmente tras la llamada “Crisis de los Misiles” de 1962, cobró fuerza un amplio movimiento pacifista a nivel global.

La posibilidad de un enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética generó una conciencia colectiva sobre el riesgo real de una destrucción total.

En ese contexto, músicos, poetas, cineastas, periodistas, intelectuales y científicos expresaron su rechazo a la guerra nuclear.

El cine, la literatura y la música reflejaron los temores de la época ante la posibilidad de un apocalipsis atómico.

Ese rechazo también tuvo un correlato político: surgieron nuevos partidos y organizaciones no gubernamentales que colocaron el desarme nuclear y la paz mundial como prioridades en sus agendas.

Los electores europeos comenzaban a presionar a sus gobiernos con el tema y la movilización fue constante.

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Sin embargo, en el marco de esta confrontación también se impugnó el uso de lo nuclear para la producción de energía y otros fines pacíficos, aspectos difíciles de disociar para el público no especializado.

En países como Alemania y España, esta percepción negativa ha dado lugar a políticas sostenidas de abandono o limitación de la energía nuclear, en favor del llamado “sueño verde”, basado principalmente en energías renovables.

Sin embargo, la capacidad de estas fuentes para garantizar el abastecimiento pleno sigue generando más dudas que certezas.

Paradójicamente, ese mismo temor se convirtió en el fundamento de una forma de equilibrio en el campo militar: la doctrina de la destrucción mutua asegurada (Mutual Assured Destruction, apropiadamente conocida por sus siglas MAD), según la cual cada bloque entendía que el uso de armas nucleares significaría la aniquilación total de ambas partes.

Esa lógica —por extrema que parezca— fue lo que permitió evitar un enfrentamiento directo durante la Guerra Fría entre norteamericanos y soviéticos. Hasta el día de hoy, las potencias nucleares siguen apelando a esta doctrina como base de su estrategia de disuasión.

Con el tiempo, se firmaron tratados internacionales como el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de 1968, junto con acuerdos bilaterales de control de armas y mecanismos institucionales destinados a limitar el desarrollo y uso del armamento nuclear.

Estos instrumentos buscaron tanto restringir el acceso de nuevos países a este tipo de armas como promover el desarme progresivo, aunque sus resultados han sido desiguales.

A pesar de estos esfuerzos, países como India, Pakistán y Corea del Norte lograron desarrollar tecnología nuclear con fines militares.

OPPENHEIMER

Oppenheimer y los Premios Nobel

Los recientes ataques de Estados Unidos contra Irán, en el marco de las tensiones sobre su programa nuclear, pusieron en cuestión la eficacia de estos mecanismos para detener la proliferación y resolver los conflictos con esos países de manera diplomática.

También debe mencionarse que algunos de los países que poseen armas nucleares están gobernados por regímenes autoritarios con estructuras de poder opacas y militarizadas.

Es el caso de Pakistán, influenciados por corrientes islamistas radicales, o de Corea del Norte, que mantiene una ideología comunista rígida y una política exterior impredecible.

En 2023, el mundo volvió a abordar el tema nuclear gracias al cine.

La multipremiada película Oppenheimer retrató la vida del físico J. Robert Oppenheimer, conocido como el “padre de la bomba atómica”, y el desarrollo del Proyecto Manhattan, explorando el dilema moral que implicó el uso de armas nucleares.

Como señal del renovado interés internacional por el tema, el Premio Nobel de la Paz 2024 fue otorgado a la organización japonesa Nihon Hidankyo, fundada por hibakusha (supervivientes de Hiroshima y Nagasaki).

Sin embargo, la preocupación de la academia Nobel por la cuestión nuclear se remonta a décadas atrás.

En 1962 se otorgó el Premio Nobel de la Paz a Linus Pauling por su campaña contra las pruebas de armas nucleares.

En 1974, fue concedido al ex primer ministro de Japón, Eisaku Sat, por su declaración de los tres principios no nucleares. En 1995, Joseph Rotblat y la organización Pugwash fueron reconocidos por sus esfuerzos para reducir el riesgo de guerra nuclear.

Más recientemente, en 2017, la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) recibió el Nobel de la Paz por su labor en la promoción de un tratado internacional que prohíba estas armas.

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Vladimir Putin y Donald Trump

Vladimir Putin y Donald Trump

La amenaza nuclear, 80 años después

Como todos los años, Japón conmemorará los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

Sin embargo, este aniversario adquiere un peso particular porque ocurre en un contexto de creciente incertidumbre global y temor colectivo ante una posible nueva carrera armamentista impulsada por las principales potencias nucleares.

En los últimos días, tanto Donald Trump como su homólogo ruso, Vladimir Putin, anunciaron la movilización de armamento nuclear, presentándola como una medida preventiva frente a posibles ataques del otro bando.

A diferencia de la segunda mitad del siglo XX —cuando existían reglas más o menos estables, tanto formales como informales— hoy vivimos en un contexto marcado por la ausencia de normas claras.

Las estructuras creadas tras la fundación de la ONU en 1945, pensadas para evitar una Tercera Guerra Mundial, ya no parecen efectivas para contener los riesgos actuales.

En la ceremonia conmemorativa en Hiroshima no participan representantes de Rusia, China, Pakistán ni Corea del Norte.

Aunque el acto busca ser un llamado urgente a la paz, también deja al descubierto una dosis de impotencia frente a un escenario internacional cada vez más dominado por la lógica del más fuerte.

Ocho décadas después, la amenaza no ha desaparecido: simplemente se ha vuelto más silenciosa, más compleja… y, una vez más, extremadamente urgente.

Temas:

Hiroshima y Nagasaki Apocalipsis Segunda Guerra Mundial

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