Los reyes Carlos III y Camila recibieron a Donald Trump y su esposa Melania con todos los honores, en una visita de Estado que desbordó de simbolismo, tradiciones y lujo.
El primer día de la visita, que marcó el regreso del presidente de EE. UU. al Reino Unido, estuvo plagado de gestos ceremoniales destinados a subrayar la histórica "relación especial" entre ambos países.
Carrozas reales, desfile militar, regalos significativos y una impresionante cena de gala fueron solo algunos de los momentos clave que protagonizaron la jornada.
El día comenzó con una de las tradiciones más solemnes de la monarquía británica: el saludo real. Los reyes británicos y la pareja presidencial estadounidense escucharon los himnos nacionales, seguidos por una revista a las tropas. Trump y Melania, tras aterrizar en helicóptero en los terrenos del Castillo de Windsor, fueron recibidos por los príncipes de Gales, Guillermo y Kate.
Luego, el rey Carlos III y Trump, en una carroza, junto con la reina Camila y Melania, en otra, fueron llevados al castillo. En una nueva muestra para dejar claro el mensaje de alianza entre ambos países.
Una ofrenda a Isabel II
La jornada continuó con una visita a la colección real y un acto cargado de simbolismo, en el que Trump depositó una corona de flores en la tumba de Isabel II, quien había sido la anfitriona de su anterior visita en 2019. El intercambio de regalos también tuvo un fuerte componente histórico: Trump entregó a Carlos III una réplica de la espada de Dwight Eisenhower, utilizada durante la II Guerra Mundial, mientras que los monarcas británicos obsequiaron al presidente estadounidense un volumen de cuero conmemorativo del 250 aniversario de la Declaración de Independencia de EE. UU. y una bandera británica que ondeó en el Palacio de Buckingham en el día de la investidura de Carlos III.
Los detalles del banquete real
La frutilla del postre fue el banquete de Estado en el St. George's Hall del Castillo de Windsor, donde se sirvió Oporto Vintage Warre’s 1945 y un coñac Hennessy 1912, en honor a Trump y su madre escocesa. En la mesa, una larga como una piscina olímpica, se reunieron 160 personas, entre ellos altos ejecutivos de empresas como Apple, Nvidia y OpenAI, y figuras políticas como el primer ministro británico Keir Starmer.
Las protestas que no se vieron en Windsor
Pero mientras los Trump disfrutaban de este despliegue de lujo y cordialidad, Londres se veía sacudida por una oleada de protestas. Miles de personas, en su mayoría manifestándose contra las políticas de Trump y portando pancartas de Palestina, recorrieron las calles del centro de la ciudad. Globos, muñecos con la cara de Trump y cánticos resonaron en el aire, pero los muros de Windsor, donde los Trump estaban blindados por la seguridad, no dejaron espacio para las voces disidentes.
A pesar de las protestas y las proyecciones de fotos de Trump junto al pedófilo condenado Jeffrey Epstein en las cercanías de los castillos, el presidente estadounidense continuó disfrutando de la cortesía británica. Su relación con los monarcas británicos parecía inquebrantable, y el tono relajado y cordial entre Trump y Carlos III marcó la jornada, con sonrisas y gestos de complicidad que dejaron claro que, para ambos, este encuentro no era solo una formalidad diplomática, sino una muestra palpable de la alianza entre dos potencias.