NIKLAS HALLE

“Ajústense los cinturones”

La reunión de cancilleres del G-7 los últimos dos días en Londres es una clara muestra del diseño bipolar en que se va perfilando el mundo

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07 de mayo de 2021 a las 05:04

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Respondiendo a un pedido tras bastidores de Washington, el gobierno de Boris Johnson insistió en que la reunión fuera presencial en plena pandemia. “Face to face” fue el pedido del secretario de Estado Antony Blinken a su par británico Dominic Raab.

La idea era extraer algunos compromisos –sobre todo de los demás europeos– sin Rusia y China sentados a la mesa. 

Prepárese de ahora más, amigo lector, para ver un rol preponderante del hasta hace muy poco casi olvidado G-7, que durante las últimas dos décadas había sido relegado por el G-20 y otros foros más acordes al recientemente fenecido orden multipolar.

Recuérdese que en el G-8 ya entraba Rusia. Bueno, tampoco verá nada de ese bloque en los tiempos que se avecinan.
Olvídese de todo eso. 

Lo que se viene es un mundo crecientemente bipolar que enfrentará a Washington y Londres por un lado, con Rusia y China por el otro. En esa coyuntura histórica nos encontramos. Las fichas se irán acomodando en el tablero de acuerdo a las alianzas que cada cual pueda tejer. Verá, en esta instancia estaba en juego, como lo sigue estando, la lealtad de la Unión Europea; ¿a cuál de los dos polos se terminará adosando la vieja Europa cuando despeje la neblina?

Washington intenta detener por todos los medios la construcción del Nord Stream 2, el imponente gasoducto que en breve conectará a Rusia con Alemania a través del Báltico. Las presiones del gobierno de Joe Biden al de Angela Merkel por este tema han sido incesantes los últimos dos meses. 

Esta semana Blinken viajó a Londres un día antes del encuentro del G-7 y se reunió a solas con Dominic Raab. Ambos salieron de la reunión con un guion bien coordinadito –casi milimétrico–  en contra de Moscú antes de reunirse con los demás europeos, a quienes Washington, y en particular Blinken, miran cada vez con más desconfianza. (Aunque Canadá y Japón también integran el G-7, aquí lo que importaba era lo que dijeran París, Bruselas y Berlín, sobre todo estos dos últimos que, para el caso, son la misma cosa.)

Pero no encontraron quórum. Alemania sigue firme con la construcción del Nord Stream 2; y Washington y Londres ni siquiera lograron más sanciones o un lenguaje particularmente duro de condena hacia Moscú en el comunicado final. Berlín y Bruselas no estaban por la labor.

Así las cosas, las tintas se cargaron en contra de China. El documento condena las violaciones a los derechos humanos en Xinjiang y en el Tíbet; pero como dato novedoso –y esto fue lo que más irritó a Beijing– se decidió apoyar la participación de Taiwán en los foros de la Organización Mundial de la Salud. Movida interesante, habida cuenta de toda la controversia reciente en torno a la alerta que Taipéi habría enviado a la organización por la gravedad del coronavirus, y a la que esta hizo caso omiso por no tratarse de un estado miembro.

Pero mucho más que eso, Taiwán es ya el epicentro –es posible que futuro teatro de operaciones– en la gran disputa global de marras. En su última edición, la revista The Economist, que algo sabe de lo que se teje tras bambalinas en Washington y Londres, describe a Taiwán como “el lugar más peligroso del mundo”; y cita fuentes del Pentágono que se prepara para una invasión de China a la isla tan pronto como en 2027.

Además, sobre el lienzo de esta disputa geopolítica peligrosamente in crescendo, se recorta una guerra tecnológica que comprende la supremacía sobre la Inteligencia Artificial en el software y sobre la producción de semiconductores en el hardware.

Esto es lo que hoy mueve el mundo. Y en Taiwán está el principal fabricante: la Taiwan Semiconductor Manufacturing Co (TSMC).

Quien tenga el control sobre la producción de semiconductores tendrá una considerable ventaja tecnológica, al menos por los próximos diez años. Es de Perogrullo decir que quien hoy tenga una ventaja tecnológica tendrá también una ventaja militar. De modo que quien controle la producción de semiconductores parte con una ventaja en el campo militar. Como vemos, Taiwán es estratégico en más de una forma.

El otro actor a mirar muy de cerca en esta gran pugna global es la India. Si, como hemos dicho, Irán ya está alineado con Rusia y China, y podemos esperar que en breve se conforme un eje Beijing-Teherán-Moscú, del otro lado podemos esperar a buen seguro la conformación de otro eje Washington-Londres-Nueva Delhi. Esto no es nuevo. Washington pretende usar a la India para trancarle a China la salida al Índico. De ahí todo este énfasis en el término “Indo-Pacífico” que usted habrá visto y oído los últimos meses en las noticias internacionales. 

No es gratis. 

El Pentágono ya diseñó esta estrategia hace unos tres años. Por eso en 2018 le cambió el nombre al US Pacific Command por US Indo-Pacific Command. La idea es darle a India un mayor protagonismo geopolítico que ayude a contener a China. La gran pregunta es si Nueva Delhi dará la talla. Dificulto.

Pero falta lo más importante: Eurasia, “el gran tablero del mundo” dijera Brzezinski. Pero para ello, así como para conocer el porqué del título de este artículo, debo, con las disculpas del caso, hacerlo esperar hasta la próxima semana.

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