Estilo de vida > Entrevista

"Hoy todas las relaciones vienen impregnadas por la ideología de lo desechable, de usar y tirar"

El escritor argentino Andrés Neuman presentó su nuevo libro, Fractura, en Uruguay
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08 de mayo de 2018 a las 05:00

Siete años estuvo el escritor argentino Andrés Neuman (41) para escribir Fractura. Después de ganar el premio Alfaguara en 2009 con El viajero del siglo y consolidar su prosa dentro de la narrativa hispánica, Neuman fue testigo –como todos– del terremoto/tsunami/desastre nuclear que azotó a Japón en 2011 y lo dejó patas para arriba. Además de sentirse conmovido por el sufrimiento del pueblo japonés, descubrió que allí podría haber algo. Ese algo fue la historia de Yoshie Watanabe, un sobreviviente de la bomba de Hiroshima que en esta nueva novela cuenta su historia como víctima y la contrasta con las consecuencias del accidente de Fukushima. Sobre el libro, las víctimas de la historia y las cicatrices, Neuman conversó con El Observador.

¿Haber cambiado la cultura argentina por la española en la infancia le ayudó a confrontar las que aparecen en el libro?

La novela es como una máquina de traducción cultural. Todo se traduce a todo. Incluyendo los malentendidos. Creo que el desplazamiento cultural que tengo desde niño hizo que nunca mirara de frente mi propia identidad, que siempre estuviera mirando de reojo alguna otra. Eso hace que siempre me plantee a mí desde una perspectiva extranjera, es mi forma de entenderme.

Lo que motiva la novela es el accidente de Fukushima. Cuando se enteró del desastre, ¿supo enseguida que había una novela allí?

Fue apareciendo cuando me encontré con la sensación de repetición monstruosa de que el único país habitado que sufrió un ataque atómico fue Japón y es allí donde se repetía el desastre. Me interesaba lo que pasó en la mitad de esos dos episodios en una cultura que basó su desarrollo y su futuro en una energía que era potencialmente destructiva. Después del terremoto de Japón, leí que el eje del planeta se había desviado más de diez centímetros; me sorprendió el hecho de que algo que sucede en un lugar tan lejano tenga una repercusión vertebral.

El concepto del Kintsugi se repite varias veces en la novela ¿Por qué le pareció interesante?

El Kintsugi se enmarca en el Wabi-sabi, que es la aceptación de la imperfección. El Kintsugi es una técnica artesanal que consiste en reparar objetos rotos uniendo las fracturas con polvo de oro. Es interesante porque en lugar de disimular lo que se rompió, lo recuerda para siempre y lo celebra. Realza la cicatriz. Me interesaba cómo la obsolescencia programada de nuestro tiempo es un modelo atroz de consumo y también un reflejo de nuestra incapacidad para respetar el largo plazo. Hoy todas las relaciones personales y laborales vienen impregnadas por la ideología de lo desechable, y eso permite los vínculos de usar y tirar que existen hoy. El Kintsugi nos plantea lo que hacemos con las cicatrices, con las personas o las comunidades rotas. Da una respuesta contundente que concilia la memoria con la reconstrucción del futuro, sin tener que elegir entre ambas cosas.

Y es la analogía perfecta para el personaje del libro y su vida.

Sí. La novela trata, en ese sentido, de ser un catalogo de cicatrices, de fisuras, de rupturas físicas y emocionales. Quería narrar historias de amor imperfectas en lugares imperfectos, pero también entender que la construcción de las victimas está llena de relieves, matices y contradicciones. Investigando descubrí que muchas de las víctimas no se reconocen como tales y no están dispuestas a hacerlo, bien por un juego de represión pública o por un bloqueo personal, o por una idea de la auto superación que incluye dejar atrás a esa identidad. Eso para mí fue un punto de inflexión a la hora de construir a este personaje. Lo propicia la propia estructura narrativa de la novela, que acompaña al personaje desde su infancia hasta su vejez. Y eso a mí nunca me había tocado, jamás había narrado una vida entera.

¿Tuvo que activar algún mecanismo especial para construir los diferentes puntos de vista femeninos que aparecen?

Yo creo mucho en la flexibilidad de la primera persona. Quizás por venir de la poesía me consta que el yo es un sujeto conflictivo y lleno de matices. En este caso no había nada más íntimo que escribir desde la primera persona femenina. Desde esos personajes habla mi futura vejez, mi abuela, el fantasma de mi madre que no llegó a vieja, todo lo que forma parte de la experiencia. Y fue muy gratificante y liberador. Además me parece un buen ejercicio para ir deshaciéndonos lentamente del patriarcado. De realzar la mitad histórica pendiente. Las mujeres, durante toda la historia de la cultura, aprendieron a identificarse más o menos a la fuerza con las primeras personas masculinas que pretendían hablar en nombre de la humanidad. Es posible que estemos en el momento indicado de la historia para que los hombres aprendamos a hacer el ejercicio contrario. El impacto del feminismo en la escritura tiene que ver con construir más y mejores personajes femeninos, con que haya más autoras que ocupen su espacio legítimo, pero también en que un hombre pueda mimetizarse en la primera persona femenina como tantas veces ha ocurrido lo contrario.

La frontera es otro de los grandes temas de Fractura ¿Cómo llega a él?

El tema me parece axial en el discurso del mundo y de un modo u otro, siempre termino escribiendo sobre él. Hoy en día hay una corriente que solo es capaz de ver la frontera como problema a solucionar, nunca como espacio a preservar. Es algo que hay que cerrar, militarizar, controlar, como si su sola existencia fuese un problema. Esto modela un problema de identidad, que es que nada puede estar al medio, tiene que ser o una cosa o la otra. Incluso estamos empezando a opinar así, con las redes sociales obligándonos a elegir un bando pero no a debatir el sentido de esa articulación binaria de las cosas. En definitiva, una cicatriz es en el fondo una frontera entre lo que fuimos y lo que somos. Y al final, esta novela es un homenaje y una relectura de esa frontera.


Fractura

Precio: $690

Páginas: 496

Editorial: Alfaguara

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