Adolfo Garcé

Adolfo Garcé

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

Opinión > OPINIÓN

¿Obedecer o convencer?

Los líderes, tanto de oposición como del oficialismo, deben empezar a convencer más
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12 de diciembre de 2018 a las 05:04

Con la restauración de la democracia despegaron las ciencias sociales. En ese marco, al menos desde 1989 en adelante, los partidos políticos uruguayos descubrieron hasta qué punto las empresas especializadas en el estudio de la opinión pública pueden aportar insumos de valor para sus campañas electorales. Se trata, en esencia, de un movimiento en la dirección correcta. Sin embargo,  la lógica implícita (conocer a los electores para ajustar el discurso a las preferencias del público que se pretende cautivar) tiene sus riesgos. Volví a pensar en este tema leyendo una nota en la edición de Búsqueda de la semana pasada. Según este semanario “Martínez avisó al gobierno que criticará su gestión”. Dijo textualmente: “Martínez le transmitió a autoridades del Poder Ejecutivo que “discrepa con ciertos puntos” de la gestión del gobierno y así lo planteará a lo largo de la campaña electoral, dijeron a Búsqueda fuentes del oficialismo. En las conversaciones con integrantes del gabinete, Martínez les dejó en claro que su decisión no era una “estrategia electoral” y que decidió avisar a quienes lideran el tercer gobierno por “lealtad frenteamplista”…”. 

En ese marco se inscribe, por ejemplo, su comentario respecto a Eduardo Bonomi. En declaraciones a Radio Sarandí deslizó: “Hay veces que un cambio de nombres puede ayudar a solucionar problemas, eso lo tiene que decir el presidente de la República con el ministro del Interior. Hay veces que puede ayudar un cambio de nombres”. El punto es del mayor interés desde el punto de vista de la estrategia electoral. ¿Qué debería hacer un candidato “oficialista” para maximizar su probabilidad de ser electo cuando, como ahora, predomina en la opinión pública una opinión negativa respecto a la gestión del partido de gobierno? ¿Defender esa gestión o diferenciarse? 
La pregunta, en principio, admite una respuesta sencilla. Cuando la opinión pública no está conforme con la gestión del partido de gobierno, el candidato oficialista debe ser capaz de proponer novedades. La historia electoral uruguaya ofrece abundante evidencia sobre esto. Cada vez que la ciudadanía volvió a elegir al partido de gobierno otorgó la mayoría a una fracción distinta. Durante la Era Progresista este patrón de comportamiento electoral se manifestó claramente en el movimiento pendular entre Tabaré Vázquez y José Mujica. La campaña del FA en 2014 dejó claro hasta qué punto un candidato oficialista debe ser capaz de revivir las ilusiones. El “vamos bien” de los primeros meses del año debió ser sustituido, durante la recta final, por “el Uruguay no se detiene”. 

De todos modos, la cuestión del balance entre continuidad y cambio es sencilla solo en apariencia. En un plano más profundo, resulta bastante más difícil de responder. En verdad, como la gustaba decir a Carlos Vaz Ferreira, es una “cuestión de grados”.  Está claro que un candidato debe poder ofrecer las dos cosas. La cuestión es en qué proporción. ¿En qué medida un candidato oficialista debería defender lo hecho? ¿Hasta qué punto (o de qué manera específica) debería cuestionarlo? Un ejemplo simple puede ayudarnos a pensar en voz alta. Volvamos al ejemplo de Bonomi. Los sondeos de opinión pública muestran que la preocupación por la inseguridad no decae. La oposición ha pedido su remoción durante años. Plegarse al “renunciá Bonomi”, ¿suma o resta? Decir que “un cambio de nombres puede ayudar”, ¿no es darle la razón a la oposición? 

Quiero llevar este argumento un poco más lejos. No creo que el FA pueda ganar la elección nacional del año que viene si su candidato (o candidata) a la presidencia simplemente se dedica a buscar sintonizar con el malhumor reinante. No percibir el fastidio es un error. Pero renunciar a confrontar el malhumor defendiendo la gestión realizada puede ser todavía más gravoso en términos electorales para el partido de gobierno. Ignorar la información que surge de las encuestas es un error. Construir el discurso político mecánicamente sobre esos datos es un error todavía más grave. Si lo que predomina, el año que viene, en la campaña del FA, es un discurso autocrítico, los ciudadanos que no saben qué votar concluirán que la oposición tenía razón.

La propensión a derivar directamente los discursos políticos de las encuestas está ampliamente extendida también en los partidos de la oposición. Creo que el Partido Nacional tropezó con esta misma piedra durante la campaña electoral de 2014. Para mi gusto, ése era el error básico de la consigna “por la positiva”: pretender modificar el comportamiento electoral de la ciudadanía (persuadir ciudadanos de no votar al FA) sin una crítica enérgica. Al Partido Colorado le ha venido pasando algo similar. Los colorados no recuperarán terreno desde el punto de vista electoral mientras no se tomen el trabajo de defender lo que hicieron entre 1985 y 2004. Desde este punto de vista, la presencia de Julio María Sanguinetti en la campaña es muy importante. Dicho sea de paso, Ernesto Talvi, en este sentido, tiene un desafío discursivo y estratégico de primer orden. 

En suma. La política uruguaya se ha profesionalizado sensiblemente durante las últimas tres décadas. Los partidos contratan estudios de opinión pública y se asesoran con expertos en campañas electorales. Esto les permite conocer mejor el humor de los electores. Pero gobierno y oposición no deberían formular el mismo discurso frente a los mismos datos. Cuando lo hacen, renuncian en los hechos a una parte fundamental de la actividad política. Los líderes deben tener coraje y capacidad de persuasión para instalar marcos interpretativos y construir opinión. No sólo obedecer al soberano. También atreverse convencer. 

 

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