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27 de abril 2024 - 5:01hs

El año pasado conocí la cárcel de Santiago Vázquez (ex Comcar) donde están presos 15 mil uruguayos. Recorrí junto a una delegación de autoridades, fundaciones y oenegés algunas de sus instalaciones y en particular el Polo Industrial donde se encuentra una pequeña porción de los privados de libertad en situación de preegreso. Muchos allí me decían que ese lugar —adonde todos quieren llegar— era Disneylandia en comparación con el resto del establecimiento penitenciario.

La delegación estaba integrada por organizaciones que buscan apoyar a los ministerios del Interior y el de Desarrollo Social (Mides) para generar las condiciones que eviten que los liberados vuelvan a la cárcel.

En el Polo Industrial se realizan una serie de trabajos como carpintería, herrería, panadería, bloques artesanales, tejidos y otras tareas que les ocupa el tiempo y les da una herramienta de la cual agarrarse para buscar empleo. Es una forma de estar duchos en un oficio para cuando les toque salir e intenten reinsertarse en la sociedad.

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La cifra no por repetida deja de ser apabullante: todos los días entran 29 a las cárceles uruguayas y salen 26. Una proyección exponencial donde más del 70% reincide por falta de oportunidades laborales y ante la dificultad —presupuestaria, de personal y de locaciones— de la bienintencionada Dirección Nacional del Liberado (Dinali) de absorber a toda la enorme población que mes a mes vuelve a la libertad.

En 2021 el ministro Martín Lema concretó el traslado de la Dinali a la órbita del Mides en articulación con la cartera del Interior y el Instituto Nacional de Rehabilitación (INR). De esa manera se inició una nueva era que busca cambiar el abordaje en políticas pospenitenciarias. La presencia de una oficina territorial del Mides en el ex Comcar, anunciada incluso antes de Lema por Pablo Bartol, es una enorme concreción que muy trabajosamente empieza a dar sus primeros brotes.

En la visita tuve la oportunidad de conversar con varios reclusos que manifestaron sus ilusiones para cuando les tocase salir. También sus temores al fracaso y sus dudas de cómo hacer para conseguir un trabajo una vez afuera. Me quedó grabada hasta el día de hoy el diálogo con uno de ellos —pongamos que se llamaba Facundo— que me ofreció un mate.

Había entrado a los 18 años recién cumplidos. Rondaba los treinta y pocos. Calculaba que le quedaban unos seis meses. Se estaba preparando para salir. Había estudiado hasta tercero de liceo en la cárcel y ahora que había llegado al Polo Industrial se estaba portando bien para no volver al “infierno”. Se refería a otros módulos donde la supervivencia con la violencia diaria ininterrumpida y hacinamiento es la moneda de cambio con la que hay que aprender a vivir. Había cometido un homicidio.

—Era un pibe —me dijo.

Marcelo Casacuberta

Facundo había entrado a la cárcel antes de la existencia de WhatsApp, para poner una referencia temporal. Estaba con mucha curiosidad por cómo sería la vida cuando saliera. Me dijo —y acá lo cito textualmente— que solo había salido en todo ese tiempo una vez. Fue cuando lo apuñalaron y estuvo grave en el Centro de Terapia Intensiva —creo— del Hospital de Clínicas.

La referencia que le quedaba era su madre, pero no podía volver a vivir con ella, porque tenía solo una pieza y no había lugar para él. Era lo único que le quedaba “afuera”. Los amigos del “barrio” ya no existían.

Desconozco si seis meses después de esta conversación salió o no. Si siguió portándose bien. Si logró un lugar donde quedarse que no sea la pieza donde vivía su madre. Tal vez sea uno de los cuidacoches que hacen unas monedas para comer en el centro. Nunca lo sabré, pero deseo que lo haya logrado.

El Mides, a través de la Dinali y en el marco de la Red Oportunidades, presentó el martes 23 en el Teatro Movie del Montevideo Shopping el documental “Sentir. Uruguay libre de prejuicios. Historias que buscan superarse”.

Narra sin mucha vuelta la historia de cuatro personas liberadas del sistema penitenciario que encontraron su superación a través del deporte, la religión y el trabajo. Fue realizada por la productora Kubrick Media a partir de una idea de la agencia Soul, integrante de la Red Oportunidades.

El proyecto contó con el financiamiento de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) para su producción y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo para su difusión.

Se trata de una película sobre las peripecias vitales de cuatro hombres con infancias rotas que agarraron por el camino de la delincuencia. Cuenta las historias de derrumbe y superación de Gabriel, Víctor, Diego y Julio. Cuatro uruguayos que fueron precipitándose sin red hacia el mundo del delito.

Algunos mataron, otros robaron, otros traficaron drogas. Pagaron el precio de sus acciones encerrados en las cárceles infames del Uruguay donde tuvieron que pelear no solo para sobrevivir sino para rehabilitarse. Los cuatro testimonios son duros, tristes, solitarios y en el caso del documental —lamento el spoiler— terminan bien.

El documental busca generar un cambio cultural al pretender concientizar a la población sobre el liberado. Apunta a que la sociedad pueda ver al exrecluso con una mirada diferente y entender que sin oportunidades de reinserción les queda casi un único destino: la puerta giratoria que los devuelva a la cárcel.

La presentación de una película por parte del Mides puede sonar curioso y hasta una forma de hacer políticas públicas “fuera de la caja”. Lo es. Es que la situación de las cárceles uruguayas necesita ser abordada desde otros ángulos.

Ojalá que la película genere una gran polémica nacional, que despierte a quien tenga que despertar para enfrentar este problema con convicción y con políticas públicas mucho más sólidas para que el resto de la sociedad y los empresarios entiendan de una vez y para siempre que hay que desactivar las bombas sociales que representan los centros de reclusión en Uruguay.

Dar trabajo es parte de la solución.

Marcelo Casacuberta

El Mides trabaja en la implementación de otros ejes enfocados en la atención, acompañamiento, contención y asesoramiento para personas que egresan del sistema carcelario, entre ellos la mencionada Red Oportunidades; el Proyecto de Inclusión Asistida (PIA); la creación del Espacio de Capacitación y Oportunidades Sociolaborales (ECOS).

En ese marco, esta película debería provocar el comienzo de una discusión pública necesaria y urgente para que las personas liberadas con voluntad de cambio se encuentren con una sociedad que los integre y brinde oportunidades en serio.

Es obvio que con una película no alcanza, pero comienzo tienen las cosas.

Ya que estamos hablando de cine, traigo las palabras del actor de la película La Sociedad de la Nieve, Enzo Vogrincic que, cuando días pasados recibió el premio Platino a mejor actor masculino de reparto, dijo: “Vengo de Uruguay que es un país chiquito con pocas oportunidades y un barrio que tiene, a su vez, menos oportunidades. Cuando alguien te da la oportunidad de algo, hace realmente una gran diferencia en la vida de uno. Muchas gracias a todas las personas que alguna vez me dieron oportunidades en la vida", añadió el actor de 31 años, cuyo presente es motivo de admiración por sus pares y de orgullo para Uruguay.

Un actor nacido en la Gruta de Lourdes, un barrio muy humilde de Montevideo, que triunfa en el mundo; una película sobre cuatro casos aislados de superación: todo en el mismo país que tiene el enorme desafío de generar oportunidades para los uruguayos que salen de la cárcel.

Al final del día, cuando la realidad se presenta tan desalentadora, solo nos queda una opción: creer en la posibilidad de transformarla. Los cuatro casos presentados en el documental son claros ejemplos de ello; son pizcas de esperanza que nos recuerdan que, pese a todo, el destino se puede cambiar. Necesitamos de esa fe para poder continuar.

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