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¿Qué áreas protegidas podemos construir?

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17 de mayo de 2020 a las 05:00

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Opina el escritor francés Michel Houellebecq que nada cambiará tras la pandemia. Todo será un poco peor y no habrá ningún cambio cultural significativo. Volveremos a lo de antes, más pobres, sin haber aprendido gran cosa. Los delfines volverán a irse de Venecia, la tala de la Amazonia y todas las demás selvas continuará, el consumo de petróleo y carbón volverá a crecer, la temperatura mundial seguirá subiendo, las tensiones sociales serán más grandes.

Eso es lo que está en juego en este momento de la historia del Homo sapiens. Esa es la gran bifurcación de la historia. O volvemos a lo de antes y enfrentamos problemas biológico/climáticos cada vez más graves o emprendemos una serie de reformas que restauren los equilibrios que se están perdiendo.

Si eligiésemos ser parte de las transformaciones que la Unión Europea, el Reino Unido y varios otros países propondrán,  las áreas protegidas son una parte ineludible del futuro del país que debe ser pensada con objetivos, metas, procedimientos, innovaciones.

Uruguay, que se ha llamado a sí mismo Natural, acertando con singular puntería en el siglo XX sobre lo que sería fundamental en el siglo XXI, tiene la posibilidad de mostrar al mundo que aprendimos de este gran cataclismo, que comprendemos que el colapso de la biodiversidad y el cambio climático son problemas serios. Que consideramos a las demás especies, y que hacemos política pensando en el mundo entero y en  nuestros hijos, nietos y la descendencia que los siga a ellos.

Supongamos que logramos sensibilizar al sistema político y se logra mantener la actual superficie y siguiendo acuerdos que ya hemos firmado incluso se expanden las áreas bajo protección. Eso no asegura para nada que Uruguay pueda tener una mejora en la situación de biodiversidad.   

El sistema tal como está hoy tiene varias fallas. Es imposible de controlar el ingreso de cazadores. Otras áreas como el Cabo Polonio, en temporada parece un balneario más, no un área protegida. No hay ningún control, se extinguen las lagartijas, pero abundan los perros y gatos sueltos, se extingue el sapito de Darwin pero las camionetas andan por los propios vertederos donde los sapitos saltan desprotegidos. En otras zonas la administración municipal deja a los jabalíes aquerenciados dentro y los vecinos no pueden tener ovejas. A veces parece que área protegida se interpreta como no tocar nada y hay muy poca infraestructura para que un visitante disfrute de una experiencia.

Pero tal vez el problema estratégicamente más difícil de solucionar es que no ha enamorado a muchos de los pobladores que han quedado dentro de las zonas de protección. En algunos casos las reglas no son claras y en otras la declaración de un área como protegida ha traído problemas. Si los productores abarcados por un área protegida ven eso como un castigo que les impide producir libremente ante el cual no hay queja posible, el sistema no funcionará. Si se trata además de productores que tienen unas pocas hectáreas, unas pocas vacas y ovejas y se les infringe un daño económico sin resarcimiento, el sistema se vuelve injusto y deja de tener sentido.  Si además el contacto del local con los científicos es con poco tacto, calle y humildad por parte del visitante externo, todo se hace casi imposible.

¿Cómo lograr involucrar entusiastamente a los productores, muchas veces pequeños o medianos que tienen que renunciar a algunas prácticas productivas? Las compensaciones son parte ineludible del debate. ¿Qué es lo más justo y apropiado legalmente?  Cómo se consigue el dinero para compensar?

Al respecto una alianza con Europa parece necesaria, tanto la Unión Europea como Gran Bretaña y los países nórdicos y Suiza están en pleno cambio cultural verde. El Deutsche Bank anunció que para 2025 tiene una meta de manejar  € 200.000 millones para proyectos vinculados a la sostenibilidad, lo social y la mejora de la gobernanza, lo que se llaman finanzas ESG (Environment, social, governance) está en auge . Es necesario que llegue dinero a cada hectárea preservada, aquí, en Brasil y en cada país que tiene áreas de este tipo. Es una política ecológica y social imprescindible a nivel global.

Las áreas tienen varios objetivos, uno conceptual muy muy claro en estos tiempos es de salud de los ecosistemas, que tiene que ver con la salud animal y que tiene relación con la salud humana. Sistemas más diversos son más sanos y estables. Aseguran agua cristalina en muchas vertientes, preservan genéticas que pueden en el futuro tener utilidades insospechadas en el presente.

Pero no todo es economía. Las áreas deberían darnos la felicidad del encuentro con la naturaleza. Algo que educativamente, para todos los niños debería ser una experiencia imprescindible cada año.

Las áreas protegidas nos ayudan a conquistar estados de felicidad, como describió Bertrand Russell: “Podemos pensar lo que queramos, pero somos criaturas de la tierra, nuestra vida forma parte de la vida de la tierra, y nos nutrimos de ella, igual que las plantas y los (demás) animales. El ritmo de la tierra es lento. El otoño y el invierno son tan imprescindibles como la primavera y el verano. El descanso es tan imprescindible como el movimiento. Para el niño, más aún que para el hombre, es necesario mantener algún contacto con los flujos y reflujos de la vida terrestre.   El cuerpo humano se ha ido adaptando durante millones de años a este ritmo.

”Una vez vi a un niño de 2 años, criado en Londres, salir por primera vez a pasear por el campo verde. Estábamos en invierno y todo se encontraba mojado y embarrado. A los ojos de un adulto aquello no tenía nada de agradable, pero al niño le provocó un extraño éxtasis; se arrodilló en el suelo mojado y apoyó la cara en a hierba; dejando escapar gritos semiarticulados de placer. La alegría que experimentaba era primitiva, simple y enorme. La necesidad orgánica que estaba satisfaciendo es tan profunda, que los que se ven privados de ella casi nunca están completamente cuerdos.

”Los placeres que nos ponen en contacto con la vida de la tierra, tienen algo profundamente satisfactorio, cuando cesan la felicidad que provocaron permanece, aunque su intensidad mientras duraron fuera menor que las disipaciones más excitantes”. Impresiona la vigencia de algo escrito en 1930.

Son muy pocos los uruguayos urbanos que se han dado el gusto de ir a visitar un área protegida, que al decir del paleontólogo Richard Fariña deberían ser  “museos al aire libre”.

Eso es lo que deberían ser. Un museo donde tal vez aparece una mulita, o un gato montés o una pava de Monte,  o se puede observar el espectáculo de la vida social de leones marinos y aves costeras.

Seguramente deben incluir muchas más hectáreas de campos naturales, “nuestra Amazonia” al decir del director de Probides  y coordinador de Vaquería del Este Gerardo Evia. Y esa ganadería que renuncia a algunas prácticas tiene que generar productos diferenciados, tal como se hace a través de la protección de Aves del Pastizal.

También hay que pensar en emprendimientos privados que se consigan su financiamiento, en estos tiempos en los que hay palabras nuevas que se afianzan como el crowdfunding o el glamping. Emprender preservando. Tal vez agrupar las áreas en un instituto con más liderazgo y ambición que el que ha tenido el sistema nacional.

Convenios internacionales, el desarrollo de un turismo del amor a la vida silvestre y la valorización de carne, lana, miel, frutos nativos y sus derivados, deberían ser algunos de los variados caminos productivos a recorrer en sinergia con la conservación.

El debate en torno a estas áreas no debe caer en los maniqueísmos habituales de izquierda/derecha, espacios públicos/privados, campo/ciudad. Es un problema, el de la caída de la biodiversidad y el cambio climático que debe ser resuelto de la manera más racional posible y en beneficio de los habitantes locales.

Para fortalecer a las tejedoras del Valle del Lunarejo, que están lejos de los consumidores, a los ovejeros de Aiguá y la Quebrada azotados por jabalíes, para las huertas orgánicas y los huevos a campo de las serranías de Lavalleja, para la miel de las islas del río Uruguay en los esteros de Farrapos, para los camarones de la Laguna de Rocha, para potenciar las reservas que las empresas forestales han instalado y la pesca artesanal.

Y todo eso mejorando la imagen del país, que por el buen manejo que se está haciendo de la pandemia en términos médicos y humanitarios ya nos posiciona como un país ejemplar.

Uruguay puede mostrar como es una salida consciente y sensible de la pandemia. O puede terminar demostrando la  hipótesis de Houellebecq: ““No nos despertaremos después del confinamiento en un nuevo mundo, será el mismo, pero un poco peor”. Tenemos el deber de ser optimistas y buenos estrategas. l

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