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"Yo no soy Amodio Pérez"

Adelanto del libro sobre el extupamaro, escrito por Nelson Caula y Alberto Silva
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22 de noviembre de 2015 a las 05:00
Envuelto en un mar de identidades cruzó el océano con su otra historia de los tupamaros. Subió al avión en Barajas protegiendo sus pensamientos con una chusca talva y descendió en Carrasco sin ella. Viajó como Walter Salvador Correa Barboza, hizo uso de la palabra de Amodio ante parte de la prensa uruguaya en el elegante hotel Sheraton ligado a la ex cárcel de Punta Carretas en la que también supo estar otrora alojado cuando se identificaba como Ernesto, Héctor, Gustavo o el Negro. Entre las primeras cartas que quiso hacer públicas luego de décadas las firmó como Tlascantho Klaro. De adolescente lo llamaban Lombriz y en lo previo a su partida en la primavera del 73 fue Mandrake, La Bola de Cristal y finalmente el Sargento González. Para tener una charla exclusiva con él, había que pedir por André Tourain.

Cuando la Justicia lo fue a citar este año, respondió: «Yo no soy Amodio Pérez».

Quien sea que es y a más de cuarenta años de su accionar en la historia reciente, regresó insistiendo en que él no es lo que dicen que es.

Otros son siempre los culpables de acuerdo al derrotero de un enigmático personaje. Entre ellos estos autores.

En el que, según el que sería el verdadero Amodio, es el original de un frustrado libro escrito en 1972, cuya versión completa acaba de llegar a los lectores, los alteradores son notorios protagonistas de aquel momento histórico político del país, tales como los tupamaros Sendic, Marenales, Huidobro, Zabalza, Rosencof; los blancos Ferreira Aldunate, Gutiérrez Ruiz, Dardo Ortiz; y los frenteamplistas Seregni, Michelini; igualmente el periodista Fasano.

¿Será casual que Líber Seregni y Wilson Ferreira, indiscutidos líderes de dos partidos políticos que se opusieron terminantemente a la Dictadura Cívico Militar de 1973, y figuras como Zelmar Michelini y Héctor Toba Gutiérrez salvajemente asesinados, sean a través de estas señaladas miradas erosionados y relativizados en su compromiso con el país y su gente?

¿Será casual que en los encares mencionados el Partido Colorado con toda la implicancia que tuvo en el quiebre institucional aparezca poco menos que como el salvador de la Democracia? Ni Julio María Sanguinetti ni Jorge Batlle –por ejemplo– tuvieron algo que ver, más bien lo contrario. El primero, que negoció una salida de la Dictadura que dejaba fuera de la primera elección, entre otros a Wilson y Seregni, y ubicó en el Ministerio de Defensa Nacional del Ejecutivo de su Gobierno a un prominente referente de la tal Dictadura, el General Medina, continúa produciendo libros en los que actúa como el verdadero paladín de la Democracia, logrando incluso auto homenajearse en el Parlamento a los veinticinco años de la reapertura democrática. El segundo fue detenido entonces por la rara y famosa historia de su «Infidencia» monetaria.

¿Será casual esta rentrée de Amodio? Intentando despejar dudas se lo preguntamos a él mismo. Con la esperanza que sea él quien responda.

Uno de los argumentos en el que hace hincapié Amodio en su reciente aparición, para que tuviera un tratamiento especial en toda su detención del año 72 al 73, es que simplemente se dedicó a ordenar unas carpetas. Prácticamente, a todos los que esto escucharon, les resulta inverosímil.

Cuando lo detienen por última vez: «Al oír los golpes en la puerta, tanto Wolf como yo supimos que había llegado nuestra hora. ¿Nos resistimos?, le pregunté. 'No', fue su respuesta»

Nunca es él, siempre los demás toman las decisiones menos dignas. La mayoría de los cuales hoy día están fallecidos.

Agrega en seguida: «No tenían ni idea de a quién o quiénes encontrarían, y en un primer momento ni si quiera nos preguntaron los nombres (...) Por los ruidos y los gritos que llegaban hasta mí pensé que a Wolf lo estaban golpeando. Traté de mirar hacia donde estaba, pero (el Oficial) Gómez me lo impidió. Oí que se lo llevaban y enseguida me pusieron una capucha y unas esposas». Amodio todavía pide para ponerse un saco y lo dejan.

¿Por qué habrán golpeado sólo a Wolf y no a él? Si todavía, como él mismo cuenta, no sabían quiénes eran los detenidos, y el argumento de la tía Elsa amiga del Capitán Calcagno para ser salvado del maltrato es bastante después.

Días más tarde, pero antes de la supuesta propuesta de «ordenar papeles o carpetas», Amodio ve que traen a uno de los detenidos que se habían llevado desde la habitación y dice: «lo trajeron a rastras un grupo de soldados y lo dejaron en medio de la sala. Cuando se marcharon los soldados, varios nos levantamos a socorrerlo. El detenido era Wolf. Su cara estaba intacta, pero el vientre era un moretón de lado a lado».
Como se aprecia a Wolf lo están castigando desde que se lo atrapó junto a Amodio, y a este último absolutamente nada, ni una tenue palmadita... Palabra de Amodio pues.

Según lo profundiza en nuestro diálogo, lo que encontró en los mencionados papeles, lo alentó en su afán colaboracionista con sus captores, y vio elementos que podrían aumentar el éxito de su libro y por último –según manifiesta actualmente- afirmarse en su faceta de historiador.

Amodio: Tranquilamente cuando soy detenido, me traen las carpetas de Manera, Marenales, Rosencof y el Ñato Huidobro, y yo las leo y entonces veo las vinculaciones... Los primeros que dan las vinculaciones de los políticos son ellos. Y entonces yo veo eso y digo: «Pues sí». Yo veo que dicen que, yo era el contacto con Erro. Sé las vinculaciones de Gutiérrez Ruíz, del Wilson, de Ferreira Aldunate. Porque lo había conocido internamente. Y entonces, me dicen: «Leéte esto». Me leo las declaraciones de Píriz Budes. Y bueno ahí..., aquello era... se aclara un panorama que nosotros teníamos desconocido. El porqué se habían dado una serie de caídas en el interior a la velocidad que se habían dado.
—¿Y por qué crees que no te dieron una golpiza de saque, hicieron un plantón o ablandamiento, y aparte te dan las carpetas a ti?

Amodio: Porque yo ya me había tomado cincuenta pastillas de Valium.

—Ahora esos vínculos con los políticos ¿en la época no eran secretos también?, es decir... que quedaran en alguna declaración o interrogatorio era una cosa, pero que los publicaras en un libro, me parece que... hacerlo público...

Amodio: Si lo sabía todo el mundo.

—No...

Amodio: ¡Cómo que no! El MLN, ya se había encargado de ventilarlo. ¿Qué estaba diciendo yo? Nada nuevo.

—Hacerlo público era dar elementos clarísimos para que por ejemplo, desaforaran a Erro y lo metieran en cana.

Amodio: Pero si ya lo sabían.

—Bueno pero no salió el desafuero. Andaban buscando pruebas y lo que está es tu declaración.

Amodio: ¿Y las de los otros no? ¿El único que declara soy yo y los otros no? Los otros declararon antes que yo.

—Sí, pero el que da la cara fuiste vos, el único.

Amodio: Claro porque me interesaba a mí personalmente. Porque si yo no pongo eso el libro no vale nada. Yo cuento la historia real.

—¿O sea que tú fuiste a hacer esa declaración para el desafuero, por el libro? ¿Por eso apareciste en el Cuartel?

Amodio: Porque me obligan a ir. Porque Cristi...si no voy, si no voy... yo fui sin saber a qué iba. Me dicen que me voy a entrevistar con una delegación del Parlamento, porque se decía que yo ya no estaba en el Uruguay. Entonces Cristi me lleva a exhibirme. A que me vea todo el mundo. Y me encuentro con unas cámaras de televisión, unos fotógrafos... Y un comunicado que Trabal quiere que yo lea, porque Cristi quería que yo dijera que mis compañeros eran una manga de asesinos al servicio de los intereses de la Unión Soviética y todo lo demás. Y yo dije que eso no lo leía. Y Cristi me dijo que me retiraba el salvoconducto.

—¿Y por qué no llevaron a Marenales, y a otros, que antes que vos dijeron lo mismo?

Amodio: Y yo qué sé. No lo sé.

—Te pregunto.

Amodio: No lo sé.

—¿Tuviste suerte?

Amodio sigue sin entender que su sola presencia pública, avalando un acta de interrogatorio acusando vínculos entre legisladores y guerrilleros, configuraba lo que en la época se conocía como actividades subversivas. No se necesitaba un libro para tales propósitos, sobraban elementos que alentaban el destino que tuvo el país apenas nueve lunas adelante.

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