Opinión > Magdalena y el bibliotecario inglés

1829 y Mundo Interior

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14 de abril de 2019 a las 05:00

De Leslie Ford, del Trinity College, para Magdalena Reyes Puig
Estimada Magdalena:

 

1829

Igual que Anatevka, el pueblito ruso del Violinista en el tejado, Inglaterra es una tierra forjada por la tradición. Aquí, hasta los Beatles, los musicos más rupturistas de la historia, terminaron recibiendo la Orden del Imperio Británico.

La tradición no es ninguna tontería. Evita que tengamos que preguntarnos todo el tiempo por qué hacemos las cosas, encontrando inicial plausibilidad en el hecho de que siempre se han hecho así. Cuando en los siglos de las herejías más fundamentales, se buscaba una regla segura para la fe, se acuñó la, hasta ahora, mejor definición de la tradición: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus - aquello que siempre y en todas partes todos han hecho. La tradición organiza sin esfuerzo sociedades enteras, igual que la virtud de Aristóteles hace que al individuo cada vez le cueste menos hacer el bien. Así nosotros, los británicos, en nuestros usos y costumbres, aunque algunos puedan tomarnos por excéntricos baratos, pour la galerie.  

En Uruguay les pasará lo mismo con sus propias tradiciones. Quizás incluso compartimos o hemos compartido algunas, ¿o no es cierto que también por Montevideo circularon los clásicos autobuses Leyland, con una plataforma atrás donde se permitía fumar a los pasajeros?

Algunos vimos mi mujer y yo cuando estuvimos por allí, que evocaron recuerdos más lejanos aún.

Pero volvamos a Inglaterra. El sábado 6 y el domingo 7 de abril, la tradición se hizo presente entre nosotros de manera, me atrevería a decir, insistente. Pues coincidieron el Gran National, en el hipódromo de Aintree, la famosa carrera de caballos con obstáculos, y la Boat Race que enfrenta año a año a los equipos de remo de Cambridge y Oxford en aguas del Támesis, entre Putney y Mortlake -río arriba al oeste de Londres.

Es difícil no sucumbir a la tentación de las simetrías. Figúrese que en ambos casos la tradición se remonta al mismo año: 1829. 

El sábado 7 de febrero de aquel año, William Lynn y Lord Sefton, ponían la piedra fundacional del hipódromo de Aintree. Poco menos de un mes más tarde, el 12 de marzo, W. Snow, de St. John’s College de Cambridge, enviaba a la Universidad de Oxford, la siguiente carta:

“Por la presente, la Universidad de Cambridge desafía a la Universidad de Oxford a una competición de remo en o cerca de Londres, cada una en un bote de ocho posiciones, durante las vacaciones de Pascua”.

Por si fuera poco, de manera no pactada, para botes o caballos, ¡en ambos casos, la distancia a recorrer se fijó en aproximadamente 4 millas y media!

Durante el pasado fin de semana, Cambridge desafortunadamente reclamó para sí la Race Boat de este 2019, bajo el liderazgo de James Cracknell, un ex doble campeón olímpico de 46 años. Nada podemos alegar contra este hecho, no siendo que la presencia de post-graduados de Cambridge, profesionales del deporte con cuerpos diseñados por computadora, es poco o nada representativa de los reales estudiantes de Cambridge, que habrán de esperar otra oportunidad para medirse con los normales remeros de Oxford. Del lado positivo de la balanza: el exquisito pícnic en el Bandstand de Chiswick, junto a mis colegas de las bibliotecas de diversos Colleges y sus familias -única experiencia cercana a 1829, en un rincón del Támesis aún no destruido por el mal gusto.

En Aintree, mientras tanto, un día antes, pero sobre la misma distancia, Tiger Roll, un producto de la genética irlandesa de 9 años, y quizás el caballo más bajo en ganar el Grand National en el último siglo, se impuso a otros 39 competidores, en una carrera en la que la simpatía de toda una nación estuvo con él desde la largada. Et pour cause: hacía 45 años (desde la inolvidable victoria de Red Rum en 1974), que un caballo no realizaba la hazaña de campeonar dos Grand Nationals consecutivos. No me importa confesar que su victoria me conmovió hasta las lágrimas, recordando aquellos lejanos tiempos en que mi padre me enseñaba a distinguir unas de otras, las sedas de los distintos studs.
Usted se preguntará: ¿porqué tanta emoción?... Pero sobre eso sé tan poco como usted. La tradición maneja hilos que no siempre son obvios; aunque, por otra parte, lo más lógico sería pensar que también los bibliotecarios ingleses se ponen más sensibles con los años. 

“Por la presente, la Universidad de Cambridge desafía a la Universidad de Oxford a una competición de remo en o cerca de Londres, cada una en un bote de ocho posiciones, durante las vacaciones de Pascua”.

Mundo Interior

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
Estimado Leslie:

 

Su carta me transportó a los hábitos típicos de mi país, donde el tomar mate es una tradición fundamental.  Esta costumbre es también representativa de algunos países vecinos, como Argentina y Paraguay, pero lo que distingue al mate uruguayo es que el agua caliente se conserva en un termo (en Argentina se usa la pava o caldera para estos efectos) que se puede llevar con uno a donde sea, y así el paisaje habitual de los parques, playas, shoppings, veredas y la rambla montevideana, está habitado por personas –solas o acompañadas- con mate en mano y termo bajo el brazo. 

Otras tradiciones típicas de aquí son el carnaval (el más largo del mundo, según dicen), el asado (la comida más emblemática, sin lugar a duda),  el “clásico” futbolístico entre Peñarol y Nacional, y la popular semana de Turismo (un invento 100% uruguayo que coincide con la Semana Santa de la liturgia cristiana).  

Tiene usted razón cuando afirma que “la tradición no es ninguna tontería” ya que dispone las creencias y hábitos de los colectivos sociales; si habitualmente resulta complicado ordenar los ritmos y dinámicas dentro de una familia, ¡cuánto más difícil la de una sociedad entera!
Pero ahora se me ocurre otro motivo que avala la relevancia de las costumbres que con el paso del tiempo se transmiten o entregan de una generación a  otra , y es que ellas juegan un papel fundamental en la consecución de la célebre máxima socrática  “Conócete a ti mismo” (que no es, estrictamente hablando, obra de Sócrates sino del oráculo de Delfos, en el cual se hallaba inscrita y de donde el maestro la tomó para convertirla en el propósito de su cátedra).  Sócrates entendía que en el conocimiento de uno mismo, se encuentra el saber necesario para llevar una existencia plena, y es por eso que cuando las personas recurrían a él en busca de respuestas que dieran sentido a su vida, él los exhortaba a emprender el camino del autoconocimiento .  

La búsqueda de la identidad es un desafío ineludible para todo ser humano. Como individuos necesitamos de una identidad personal que nos confirme que somos únicos e irrepetibles,  mientras que nuestra naturaleza social demanda de otros con los cuales identificarnos. En efecto, es a partir de la existencia de esos otros significativos que vamos descubriendo quiénes somos, para poder así -diría Heidegger- trascender el das Man de la inautenticidad y gozar de la libertad de una existencia auténtica. 

No siempre “el infierno son los otros”.  Nos pueden violentar a veces, si. Pero sin ellos,  seríamos seres vacíos de todo propósito y sentido. 
Confiesa usted haberse visto conmovido ante un evento tradicional que trajo a su memoria un legado de su padre.  Y por eso, permítame disentir con su afirmación de que “la tradición maneja hilos que no son siempre obvios”. Porque las tradiciones facilitan la conexión con aquello que nos constituye  históricamente. En ellas persiste la historia que nos forja y en la cual prenden las raíces de nuestro ser más original. No es extraña, entonces, su emoción: pocas cosas más conmovedoras que sentirse auténtico. 

En nuestra cultura harto individualista, tendemos a presumir que lo que define nuestra identidad debe ser siempre el resultado de una elección exclusivamente personal.  Incluir los deseos, valores y proyectos de aquellos con quien podemos sentirnos identificados es un síntoma de sujeción y falta de personalidad.  Pienso que esta presunción es tan errada como alienante. 

Para terminar, quisiera compartir con usted las palabras de mi bisabuelo, el Dr. José María Delgado, quien además de médico y presidente del Club Nacional de Football, fue un poeta excepcional: “El asceta y el sensual, el emperador y el esclavo, el palaciego y el montañés, el audaz y el temeroso, el soñador y el pirata, todos los que fueron en la sucesión de los siglos idos nuestros ascendientes, persisten en nosotros formando el substrato de la personalidad (…) Nuestro ser no representa su sepulcro, sino la prolongación de sus vidas (…) son agentes activos, obreros que nos hacen y nos perfilan. La historia de todos los que nos precedieron en las generaciones desaparecidas, hasta la del salvaje originario, y aún más allá, está latente y viva en el protoplasma embriológico de las dos células que juntándose han dado la existencia”. 

 


 

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