Antídoto para la infelicidad

Jack Nicholson no volverá a filmar, pero seguirá vivo en varias obras maestras que interpretó

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28 de noviembre de 2021 a las 05:05

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En semanas recientes corrió como reguero de pólvora la noticia, no confirmada ni tampoco desmentida, de que la salud de Jack Nicholson sufrió un mayor deterioro del que ya venía padeciendo. La demencia senil al parecer avanzó, y el actor ya no reconoce a seres queridos ni a sus amigos más cercanos. Ni situaciones así se salvan del humor negro. En redes sociales circuló el mismo chiste: “Ahora que perdió la memoria, Nicholson está capacitado para ser candidato a la presidencia del país” (en alusión directa a las lagunas mentales de Joseph Biden). Quienes soñaron –pueden incluirme– en poder ver un último gran filme de despedida del actor deben ir olvidándose de ese anhelo. La edad le ha pasado la cuenta, y esta es abultada, pues vino acompañada de lo peor: pérdida de lucidez y trastornos mentales. Nicholson, aún vivo, será a partir de ahora una leyenda en criogenia, y como tal pasará a habitar en una realidad atemporal, a la que pocos tienen acceso y menos aún residencia permanente. Nadie hasta ahora pudo fotografiarlo en su estado actual, y los buitres de la cámara, que pueden embolsar millones por una foto tomada tras haber transgredido la intimidad ajena, andan dando vueltas al nido del águila para atraparla in fraganti, con la decadencia a cuestas, de la misma forma que un fotógrafo captó a Luis Alberto Spinetta sobreviviendo sus últimos días, luego de que un cáncer tomara posesión de su cuerpo. En el mundo de los paparazzi la piedad y la compasión no existen. Seguramente los principales medios informativos ya tienen escrito el obituario de quien, más que una luminaria de lujo, fue un profesor de vida en la pantalla. Ningún actor en la historia del cine estadounidense ha filmado tantas películas históricas como Nicholson. Que yo recuerde, ninguno.

El inventor de los paparazzi, el magnate del periodismo, William Randolph Hearst (1863-1951), pagaba fortunas a los fotógrafos para que captaran a su amante, la actriz Marion Davies (1897-1961), en situaciones que para la época podrían considerarse polémicas, transgresoras de la intimidad. El asunto de fondo era que la gente hablara, pues la fama, suele decirse, está más allá del bien y del mal. Por supuesto, todo estaba muy orquestado por el millonario para que la carrera artística de Davies tuviera promoción. Las intromisiones en la intimidad no eran en esa época, ni en las siguientes, como lo son en la actualidad, tiempos en los cuales hay una epidemia de paparazzi y las redes sociales se han transformado en cómplices de la sistemática y generalizada transgresión de la privacidad, incluso dando ya por terminado a un actor que durante su existencia vivió regalando vida a través de los personajes que encarnó. 

En las décadas de 1940 y 1950, para las estrellas de Hollywood era fácil evadir al periodismo y encontrar solaz en sus hogares. Cuando a Humphrey Bogart (1899-1957) le dijeron que tenía cáncer de esófago y que era terminal, el actor se recluyó en el ático de su mansión y permaneció ahí hasta su muerte. Encriptarse en su hogar, y vivir como si estuviera cumpliendo con una pena de arresto domiciliario, es, en esta época de intimidades transgredidas, la única alternativa que tienen aquellos actores y actrices que, ya sea por vejez o enfermedad, tratan de no ser víctimas de acosadoras cámaras con sus clics, como tampoco de los intrusos que teléfono celular mediante buscan captarlos además con su peor imagen posible, con un cáncer, esclerosis lateral amiotrófica (ELA), o párkinson (caso de Michael J. Fox), etc.

Dos de los mejores actores que ha dado la historia del cine, Jack Nicholson (1937-) y Gene Hackman (1930-), protagonistas de varias obras maestras cada uno, viven en aislamiento porque no quieren ser atrapados por los flashes ni dejar divulgar de tosca y horrenda manera su deterioro, que resalta incluso más por la fotogénica condición que tuvieron en el pasado, cuando su imagen reinaba en las marquesinas de los cines. Claro está, Bogart no fue el único en refugiarse en su casa para evadir a los paparazzi. Quizá el caso más famoso sea el de Greta Garbo, quien vivió sus años finales de vida prácticamente encriptada, lejos del mundanal ruido. Se la dio varias veces por muerta de tan alejada que vivía de la sociedad. No era una enfermedad la que motivaba su comportamiento de ermitaña, sino algo más común para todos los seres vivos: la vejez. Tenía un pánico terrible a quedar recordada por sus arrugas, y no por su rostro de ángel eterno que exhibió en sus mejores películas, cuando la juventud la aplaudía cada vez que sonreía o gesticulaba. Greta no quiso que las grietas en su cara se hicieran públicas y arruinaran la lozanía con que la memoria colectiva la recordaba.

En los casos de Nicholson y Hackman es bastante más que la mera edad y los años que el tiempo acumuló en sus cuerpos como si fueran alcancías. Ambos actores, afectados por enfermedades irreversibles (aunque reiteradas veces se hayan emitido desmentidos poco convincentes) y alejados de la pantalla en forma definitiva, han cuidado el castillo de la intimidad a toda costa, y por eso, a diferencia de otros actores que pudieron ser asediados por el periodismo gráfico, ambos han podido evitar ser fotografiados en su decadencia física. El morbo, no la búsqueda de la verdad, y la enorme cantidad de dinero de paga que les espera tienen a los paparazzi al acecho, esperando poder sacarles la que podría ser la última foto en su soledad más sola. 

La edición del 12 de agosto de 1974 de la revista Time traía en la portada a un actor sonriendo. La foto venía acompañada de la leyenda: “Jack Nicholson. The star with the killer smile” (La estrella con sonrisa de asesino). Todavía conservo el ejemplar comprado en el Kiosco Salvador, de Cuareim casi 18 de Julio. Las películas de Nicholson eran casi lo único mejor que en el Uruguay de entonces, porque el cine, sobre todo aquel englobado en la definición de New America Cinema, era la puerta de entrada a una realidad diferente, más propicia a los requisitos de la imaginación cuando quiere escapar para no tener que irse tan lejos. Pocos tienen una filmografía tan cargada de obras maestras como el actor que en cada película que interpretó fue un antídoto contra la infelicidad, precisamente, por encarnar a personajes cuya felicidad consistía en  aprender a salvarse del fracaso, mejor dicho, a vivir con el fracaso al lado sin temerle, sabiendo que una vida bien vivida no está hecha solo de triunfos y efímeras felicidades.

Así pues, quienes crecimos en los años especiales de la historia uruguaya entre 1973 y 1985, y que encontramos en la literatura y en el cine la puerta de escape de un mundo gris y chato, en el cual el futuro parecía un lugar como imposible o demasiado lejano, estaremos toda la vida en deuda con Jack Nicholson, el actor que mejor documentó la desesperación del ser humano cuando la desesperación es lo único capaz de hacerle sentir a alguien que todavía está vivo. Ningún actor protagonizó en forma consecutiva tantas extraordinarias películas que ponían a la condición humana bajo el microscopio de la interpretación. ¿Quiénes somos, adónde vamos, dónde está el sentido de todo cuando nada parece tenerlo? eran las preguntas regulares que los personajes caracterizados por Nicholson se hacían, sabiendo que no encontrarían respuesta ni en la realidad ni en la ficción, mucho más similares de lo que solemos creer. 

Jack Nicholson fue la fuerza motora de una seguidilla de clásicos con patente de eternidad que no solo no perdieron vigencia, sino que siguen emitiendo los mismos poderosos mensajes que el día de su estreno. Si no las vieron, ahí está la cinemateca infinita de internet para darles una mano. Va una lista abreviada de ellas: Busco mi destino (1969) Mi vida es mi vida (1970), Conocimiento carnal (1971), Castillos de arena (1972), Chinatown (1974), El pasajero (1975), Atrapado sin salida (1975), El último magnate (1974),  El resplandor (1980), El cartero siempre llama dos veces (1981), Reds (1981), La frontera (1982), La fuerza del cariño (1983), El honor de los Prizzi (1985), y más acá en el tiempo Mejor imposible (1997), en la cual interpretó al personaje de Melvin Udall, un maniático genial. En una de las mejores escenas románticas de la historia del cine, él le responde a Helen Hunt (quien por esta película ganó el Oscar a Mejor actriz), después que esta le preguntara por qué estaba con ella: “Me haces querer ser un hombre mejor”. 

Para tener espacio y poder contar así lo que ahora sigue, dejo fuera de la lista un montón de otras películas en las cuales la participación de Nicholson, por más breve que haya sido, estuvo a la altura de las galaxias más rutilantes. Es una historia cortita que para mis fueros no perdió ni perderá vigencia. La noche montevideana de agosto de 1974 era lóbrega, fría y con niebla, cuando en el cine Atlas de la calle Uruguay, convertido años después en sala porno, se estrenó Castillos de arena (The King of Marvin Gardens), a dos años de su estreno estadounidense. Al terminar la película (con aquella frase inicial extraordinaria: “Te prometí que iba a decirte por qué no como pescado”), tuve la poderosa convicción de que el cine había sido inventado para que cada tanto Jack Nicholson pudiera dar lecciones magistrales de vida. La que da en esa película, tan lenta como inquisitiva y memorable, majestuosa, quizá mi favorita de todas, me sirvió para seguir a flote en los años cuando la vida solo estaba de veras viva en el cine. 
 

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