Opinión > EDITORIAL

Aprender de la realidad

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11 de octubre de 2019 a las 05:04

Evaluar con sinceridad los resultados de una gestión, y de las ideas que la sustentan, es la conducta apropiada de quienes creemos que la política es un instrumento que tiene por finalidad el bienestar de una comunidad dada.

La necesidad de conocer la verdad sobre los derechos humanos durante la dictadura militar en Uruguay –como escribimos esta semana–, con el ánimo de construir una mejor sociedad, debería ser un imperativo categórico para aprender de la realidad en general.

En ese sentido, América Latina está pagando muy caro la falta de autocrítica de amplios sectores de izquierda sobre las consecuencias nefastas que ha tenido la ideología chavista en Venezuela y en otros países de la región, que, alimentando el mito del “hombre nuevo”, renovó el autoritarismo y la pobreza. 

No nos referimos exclusivamente a la podredumbre por el andamiaje de corrupción en el poder que infectó a la institucionalidad democrática. También hablamos acerca de la insistencia de un modelo político-económico que la historia ha demostrado que es profundamente equivocada: la economía planificada como instrumento de desarrollo y que se anima desde el poder presidencial o el liderazgo mesiánico.

Desde la caída del Muro de Berlín, hace ya 30 años, está más que probado el fracaso no solo económico, sino también cultural, social y medioambiental, de regímenes que aniquilan o arrinconan al mercado, a quien se presenta siempre como el malo de la película.

Un mercado que obviamente no es perfecto, que tiene fallas cuando menoscaba el interés general y hace imprescindible el papel regulador del Estado. Como argumenta el economista Jean Tirole, “el mercado necesita regulación y el Estado, competencia e incentivos”.

El llamado Socialismo del Siglo XXI ha sido un rotundo fracaso porque no acepta la realidad e insiste en pretender generar riqueza desde un Estado que solo ha sido eficaz en prácticas clientelistas.   

Es la maldición que persigue en estas horas al presidente de Ecuador, Lenín Moreno, por la gestión autoritaria de su antecesor Rafael Correa que pergeñó un Estado omnipresente y populista que durante un tiempo pudo ocultar su fracaso gracias a los precios altos del petróleo, de las bananas, el café y el cacao.

Pero cayó el velo y quedó la luz un país agobiado por la deuda pública y que vive muy por encima de sus posibilidades.

Y como le ocurrió al presidente de Argentina, Mauricio Macri, Moreno tuvo que pedir auxilio al Fondo Monetario Internacional que a cambio de un préstamo de US$ 4.200 millones, exigió reformas para sanear la economía.

Pero los ajustes estructurales siempre son dolorosos en el corto plazo e incluso en un período del mediano plazo. Un aumento de 123% del precio de los combustibles –que estaban muy subsidiados– desembocó en protestas masivas y la declaración del estado de emergencia.

El presidente de Ecuador está pagando los platos rotos de una gestión fracasada, como ocurre en la Venezuela de Nicolás Maduro y que buena parte de la izquierda de la región se niega a reconocer.

Confiamos en que a la larga la ciudadanía termine reconociendo a los políticos que intentan alejarse del acantilado. Porque como escribió hace un tiempo el socialista chileno Oscar Guillermo Garretón, es buena cosa “aprender de la realidad, aunque duela”.

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