Es miércoles de Pícnic! y por eso, es miércoles de tomarte unos minutos para leer y pensar con un poco de paz, esa actividad tan humana y a la vez tan difícil de lograr en estos tiempos de fast forward. Parar por unas horas para escribir estas líneas que agradezco siempre que leas, es también para mí un momento de reflexión, de respirar y ver algunas cuestiones en perspectiva o, al menos, con algo de calma para intentar darles una segunda vuelta que me permita entender tantas necedades.
Esta semana vi dos películas relacionadas al arte, en contextos similares (la segunda guerra mundial), luego de ser testigo de las “gracias” viralizadas de cuatro jóvenes que tiraron sopa y puré contra obras de arte de grandes maestros. No creo mucho en las casualidades, así que seguramente miré las películas con el fondo subconsciente de esos actos.
Los chicos declararon hacer tales movidas para incrementar la conciencia sobre lo poco y nada que estamos haciendo para cuidar el medio ambiente, mientras que se gastan millones de arte en obras de arte, en comprarlas y en mantenerlas. Tienen razón, hacemos poco por cuidar este lugar en el que vivimos, aunque todavía no entiendo cuál sería el beneficio comunicacional de tirar alimentos (que le hace falta a tantos millones de personas) en un formato violento.
De este presente loco, loco, loco viajo al pasado loco, loco, loco de 70 años atrás. Como sucede siempre en las guerras, los más perjudicados son los inocentes y entre ellos ubicaría a los propios productos de la cultura, esa parte de la humanidad que intenta definirnos como civilizados. En El último Vermeer (Amazon Video) se cuenta la historia real de un gran artista y falsificador, que vendió a los nazis y por millones supuestos Vermeer, que en realidad estaban pintados por él mismo. Casi termina fusilado por traidor, pero se pudo comprobar su estratagema a tiempo.
Los nazis, y en particular Hitler, tenían un apetito voraz por el mejor arte del mundo y por eso crearon un gigantesco operativo para robar las piezas más hermosas creadas por los artistas que, a lo largo de la historia, también nos han definido como humanos. Desde la Madonna de Miguel Angel de Brujas hasta los Van Gogh y Monet que 70 años después fueron “pintados” con sopa y puré por los activistas.
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