Nacional > Cronología de un desastre

Asesino de Brissa ya tenía condenas por al menos seis ataques sexuales

Antes de matar a Brissa González, Pintos fue procesado dos veces por seis ataques sexuales a niñas y adolescentes. Sin seguimiento ninguno, volvió a atacar
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21 de abril de 2018 a las 05:00
Por Leonardo Haberkorn
Especial para El Observador

Más de 300 adolescentes de entre 12 y 15 años marcharon protestando al Palacio Legislativo el 25 de junio de 2004. Eran estudiantes de los liceos 16 y 56 del Prado. Estaban aterradas por un atacante sexual.

Una de ellas había sido ultrajada un día antes. El agresor era un joven, simpático y de pinta, que siempre iba en bicicleta. Le puso a la liceal un cuchillo en la garganta y le dijo, según la crónica de El País: "Sacate la ropa o te desfiguro la cara". Era el tercer ataque sexual en los últimos dos meses contra estudiantes del liceo 16.

Cuando las adolescentes llegaron al Parlamento fueron recibidas por el diputado Julio Lara, quien telefoneó al entonces ministro del Interior, Daniel Borrelli. Les prometieron a las chicas detener pronto al agresor.

El hombre atacaba siempre temprano en la mañana. Amenazaba a las adolescentes con una navaja, las manoseaba y se llevaba su ropa interior.

La manifestación puso el caso en la prensa, con mucho espacio. Las autoridades recomendaron a las estudiantes que caminaran en grupo y no pararan en esquinas oscuras. La policía montó un intenso despliegue para atrapar al "fetichista" del Prado, como lo bautizaron algunos medios.

El 11 de julio fue capturado un joven con antecedentes. La República tituló como si fuera algo cómico: "Se acabaron las andanzas del fetichista de la bombacha". Pero no era él.

Pasó junio, pasó julio, empezó agosto y el abusador del Prado seguía libre.

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Ana Pintos es la mayor de cuatro hermanos y aceptó contar su historia para que se asuma que algo hay que cambiar en Uruguay.

Ana y sus hermanos nacieron en una familia de clase media, en La Blanqueada. Tenían un buen pasar, auto y un piano. El padre era sanitario y la madre empleada doméstica, aunque su mala salud le dificultaba trabajar.

"Ella era muy hipertensa, se desmayaba, tenía sangrados nasales, y dos por tres tenían que internarla por picos de presión. Durante el gobierno de Lacalle, el alquiler subió y mi padre no pudo seguir pagando. Nos desalojaron y literalmente quedamos en la calle".

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Fue el fin de los días felices. La familia terminó en un albergue estatal en la Ciudad Vieja. "De tener todo, pasamos a no tener nada", relató Ana. El padre salía cada día a buscar empleo pero, cuando daba su nueva dirección, nadie lo tomaba. Su madre tejía y cosía para completar una mísera pensión por enfermedad. Pero no alcanzaba para mantener a una familia de seis. "Íbamos a las ferias a juntar las frutas y verduras que quedaban tiradas, también a pedir a las panaderías. Fue durísimo".

Pero la familia no se rindió. El padre finalmente consiguió trabajo. Ana y Williams terminaron primaria ya siendo adolescentes en una escuela nocturna. Ana nunca dejó de estudiar y hoy tiene estudios terciarios.

Después de completar primaria, Williams entró en la UTU pero abandonó pronto. Luego se inscribió en un instituto privado de Colón para estudiar mecánica y consiguió su diploma.

Pese a esos avances, Ana veía que algo no andaba bien en su hermano. Cuando era más chico, le gustaba arrancarles la cabeza a sus muñecas. En la adolescencia le aparecieron tics y comportamientos obsesivos. "Antes de sentarse tocaba el asiento diez veces, y recién después se sentaba. Yo le decía a mi madre que él no estaba bien, pero ella no me creía".

Williams salía a hacer los mandados en bicicleta y siempre tardaba mucho. Si ir al almacén a Ana le demoraba 15 minutos, a él le llevaba 45. Nunca quedaba claro en qué empleaba ese tiempo.
La situación económica había mejorado algo y la familia había salido del albergue y ahora vivía en Colón.

5 años y dos meses fue la condena que recibió cuando fue procesado en 2012 por tres delitos de atentado violento al pudor. Si hubiera cumplido completa la pena habría salido en mayo de 2017, pero salió en marzo de 2016.

Un día de agosto de 2004, Williams salió en la bicicleta pero esa vez su padre lo acompañó, porque necesitaba retirar unos remedios para su esposa.

Ana nunca olvidó ese día: "Iban por Millán y los paró la policía".

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La mañana del 11 de agosto de 2004 una de las liceales del Prado vio a Williams pedaleando cerca de Millán y Reyes. Avisó a la policía.

Al otro día, mientras iba por Millán acompañado por su padre, la policía le dio la voz de alto. "El agresor del Prado por fin fue detenido", tituló El País. "Cayó el fetichista que robaba bombachas a liceales del Prado", anunció La República.

Como no tenía antecedentes, la prensa publicó solo sus iniciales WPP, oriental, soltero, 21 años.
"Era más fuerte que yo", dijo WPP a los agentes, relató La República. "Mire que yo hacía el amor con mi novia, pero cuando pegaba la vuelta a casa y veía a las liceales no podía contenerme. Algo me decía que tenía que robarles la bombacha y el soutien".

La policía allanó el hogar de los Pintos. En la habitación de Williams los agentes encontraron una caja con la ropa interior de las adolescentes atacadas. "Vivíamos con un desconocido", dijo Ana.

Fue procesado por atentado violento al pudor y enviado a cumplir su condena al hospital Vilardebó, a la sala 11, un sector sinónimo de personas con fuertes perturbaciones mentales que cometieron delitos importantes.

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El 12 de agosto de 2004, mientras iba en bicicleta con su padre, la Policía detuvo a Williams Pintos. Había realizado tres ataques sexuales a estudiantes de los liceos 16 y 56 en el Prado y tenía atemorizado al barrio

"Yo iba siempre a visitarlo y trataba de darle un apoyo para que saliera adelante. Entonces tenía la esperanza de que sí iba a salir". Ana respiró hondo para poder seguir.

Recordó que los médicos le encontraron cuatro desórdenes diferentes: "Tenía trastorno obsesivo compulsivo, varias personalidades y otras patologías más".

Funcionarios del hospital evocaron a Pintos como alguien muy demandante, que siempre se colocaba en actitud de víctima y con severos problemas psiquiátricos. Fue catalogado como un psicópata perverso, penalmente imputable.

Recobró la libertad tras una reclusión de dos años.

"Cuando salió, él tenía que presentarse en la seccional y seguir un tratamiento médico psiquiátrico", contó Ana. "Lo hizo durante un tiempo. Pero uno de los medicamentos que tomaba le provocó una crisis aguda por sus efectos secundarios. Mi madre llamó a la emergencia y lo salvaron casi por los pelos. Entonces decidió no darle más medicación. Y él empezó de nuevo con sus andanzas".

Los Pintos habían dejado Colón y se habían mudado a Sayago, buscando comenzar una nueva vida, en un barrio donde Williams no fuera conocido.

Ana se ennovió y se casó. Los padres se hicieron fieles de la Iglesia Universal del Reino de Dios (Pare de Sufrir). Williams no reinició ningún tratamiento psiquiátrico.

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En 2007, a poco de recuperar la libertad, Williams conoció a Viviana, que aceptó ser entrevistada en su hogar a una cuadra de la ruta Interbalnearia con la condición de que no se divulgue su apellido ni ningún dato que pueda perjudicar a sus hijos.

Se conocieron en un cumpleaños en Salinas. Viviana, muy bajita de estatura, tenía tres hijos, dos varones y una niña, de un matrimonio disuelto.

Se ennoviaron y comenzaron a convivir. Williams le contó que había estado en tratamiento psiquiátrico por una depresión, pero ya estaba curado. Viviana nunca lo vio consultar a un doctor o tomar una medicina.

En 2010, tuvieron una hija. Williams no tenía amigos y vivía concentrado en su familia. Era el padre modelo. Trabajaba en un taller mecánico en el Buceo, junto con el esposo de Ana: ellos le habían conseguido el empleo. Se desvivía por su hija. Llamaba a Viviana cada dos horas para ver si estaba todo bien, si le había dado de comer, si la niña dormía, si no necesitaba algo.

Por momentos, parecía un hombre bueno, trabajador y religioso. Richard Irigoitía estaba entonces en pareja con una hermana de Viviana. Una enfermedad lo había postrado en el Hospital de Clínicas donde iban a amputarle las piernas. Hoy recuerda a Pintos orando al lado de su cama, pidiéndole a Dios por sus piernas y su vida.

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Pero en la relación de pareja con Viviana, Pintos comenzó a tener algunos problemas importantes. "Era muy egocéntrico y tenía un carácter explosivo, estábamos lo más bien y un minuto después se había transformado en un monstruo", recordó ella. "Rompía cosas y me pegaba".

La violencia hizo que Viviana lo dejara. En represalia, un día a fines de 2011 Pintos se llevó a su hija. Viviana fue a la policía a denunciarlo por secuestro. Ahí se enteró de todo: en la comisaría le dijeron que el padre de su hija había estado preso por atacar sexualmente a adolescentes, que había sido condenado por atentado violento al pudor, internado dos años en la sala 11 del Vilardebó. Viviana quedó estupefacta: "Me parecía que me hablaban de otro hombre".

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Williams devolvió a su hija y en sus declaraciones a la policía le restó importancia a lo ocurrido. Dijo que se había quedado con la niña unos días más porque Viviana pasaba por una crisis psiquiátrica.
El episodio no tuvo consecuencias legales.

Ana Pintos, la hermana de Williams, sin embargo, se enteró de todo por Viviana: la violencia de su hermano, sus ataques y conductas inexplicables.

Al taller mecánico, además, siempre llegaba tarde. El viaje desde su casa debía llevarle media hora en moto, pero siempre le demoraba el doble. Nunca lograba explicar qué hacía en el trayecto.

Ana intentó convencer a sus padres de que presionaran a Williams para iniciar un tratamiento psiquiátrico. "Les expliqué que él tenía una patología, pero mis padres no se resignaban a tener un hijo así. Había un poco de ignorancia, porque ellos no tenían ni idea de que estas patologías existían. El tiempo fue pasando, Williams no se trataba y su sintomatología se fue agravando".

La tensión entre Ana y su familia creció.

"Les dije a mis padres: ustedes no quieren ver la realidad, este chiquilín está mal, hay que tratarlo. Pero mis padres, aferrados a su religión, tenían la creencia de que Dios podía hacer el milagro de cambiarle la cabeza".

En Pare de Sufrir les decían que su hijo estaba poseído por malos espíritus. Rezando (y colaborando) todo mejoraría. Ana relató que todos los anillos de su madre terminaron en la Iglesia Universal como prendas de un milagro que nunca llegó.

Ana entonces invitó a Williams a su casa para hablar directamente con él. "Le dije que no lo veía bien, que necesitaba consultar con un psiquiatra; que quizá yo también necesitaba ayuda y le ofrecí ir juntos. '¡Vos que te pensás!', me gritó y se levantó como para pegarme, muy agresivo. Ahí mi esposo le cerró la puerta y le dijo: 'De acá no te vas hasta que no nos escuchés'".

"Le dijimos que tenía que buscar ayuda, que no iba a terminar bien", recuerda el esposo de Ana, que se suma al diálogo.

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Pero la reunión finalizó sin que Williams cediera en nada. Luego, puso al resto de su familia contra su hermana. "Siempre fue muy manipulador, con un gran poder sobre las personas. Siempre nos mintió. Siempre era la víctima en todo".

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Según consta en las sentencias judiciales, la policía comenzó a recibir denuncias de ataques sexuales contra niñas en el oeste de Montevideo a fines de 2011.

Los ataques comenzaron en diciembre y continuaron en enero y febrero. Las víctimas ya no eran adolescentes de entre 12 y 15 años, sino niñas de entre 7 y 9. El atacante ya no iba en bicicleta sino en moto. No atacaba en el Prado, sino en Colón, Lezica, barrio Conciliación. Ya no se limitaba a manosearlas y robarles la ropa interior. Ahora las raptaba, sus manoseos eran más impúdicos y violentos, las obligaba a practicarle sexo oral y eyaculaba en sus bocas.

El modus operandi se repetía: les preguntaba a las niñas si sabían dónde era la escuela del barrio y les pedía que se subieran a su moto para guiarlo. De algún modo siempre lograba convencerlas. En un caso fingió llamar a la madre de la niña por celular y obtener su permiso. Luego de las vejaciones, volvía a subir a sus víctimas a la moto y las acercaba a sus casas.

El caso de 2004 había sido olvidado. Williams estaba ajeno a todo control policial o psiquiátrico. No era vigilado ni lo fue cuando las denuncias comenzaron a acumularse. Se movía a sus anchas buscando presas. "Este tipo de individuos, de alto nivel de peligrosidad para la sociedad, actúan como predadores", explicó el psiquiatra Pablo Trelles, que trabajó años con pacientes con estas patologías en el Vilardebó.

El 4 marzo de 2012 Williams Pintos paró a una niña de 9 años que caminaba por la calle Francisco Álvarez, en el barrio Conciliación. Buscaba consumar su cuarto ataque en pocos meses. Le preguntó a la niña si sabía dónde quedaba la escuela. Ella dijo que no. Williams insistió, le dijo que tenía que saberlo, la quiso subir a la moto. Un kiosquero que estaba presenciando la escena salió de su comercio y lo enfrentó. "La niña ya te dijo que no va a ir, así que andate". Williams huyó. El hombre tomó la matrícula de la moto y avisó a la policía.

Dos días después Pintos fue detenido en el taller donde trabajaba.

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La noticia ocupó menos lugar en la prensa que la primera detención, aunque esta vez se publicó su nombre completo. El País informó, con error, que las víctimas tenían entre 9 y 12 años (tenían entre 7 y 9) y que Williams Pintos había recuperado la libertad hacía poco más de un año. Se dijo que tenía un antecedente pero no se especificó cuál y no se lo asoció con la conmoción que había provocado en 2004.

La jueza Gabriela Merialdo procesó a Pintos y ordenó que técnicos del Instituto Forense le realizaran una pericia psiquiátrica que hoy consta en un expediente judicial al que tuvo acceso El Observador. El perito observó que Pintos tenía "baja tolerancia a la frustración con tendencia al pasaje a la acción, con bajo control impulsivo". Ambas manifestaciones, sumadas a ideas de muerte y autoeliminación, requerían de tratamiento psiquiátrico.

Williams quedó alojado en el Vilardebó, otra vez.

En agosto de 2012, gracias a su buena respuesta al tratamiento psiquiátrico, se lo envió al Comcar, dejando constancia de que padecía importantes trastornos de personalidad y que debía seguir tomando una larga lista de medicamentos: hipnóticos, antidepresivos, estabilizadores, antiimpulsivos y tranquilizantes.

Su traslado a la cárcel fue un mazazo para su madre, recordó Ana. "Ahí a él le pasó de todo. Los detalles no los sé, porque ella no me contaba. Pero sé que sufrió muchísimo por él". Ana interrumpió su relato para secarse las lágrimas. "Ella, a pesar de que ya estaba operada del corazón, iba a siempre a visitarlo".

Brissa González búsqueda
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En marzo de 2013 la jueza Merialdo condenó a Williams Pintos por tres delitos probados de atentado violento al pudor y le impuso la pena máxima que había pedido la fiscal María de los Ángeles Camiño: cinco años y ocho meses de cárcel.

De algún modo, la familia Pintos logró pagar un abogado –Gonzalo Zabaleta– que apeló el fallo.
Zabaleta pidió que la pena se redujera por considerarla demasiado severa. Adujo, según consta en el fallo de segunda instancia, que Pintos poseía "una desgraciada personalidad, no pudiendo controlar sus impulsos".

La descripción que hizo Zabaleta de su defendido fue tajante. "Su conducta enmarcada en la pedofilia", sostuvo en su apelación, estaba originada en "factores distorsionantes del comportamiento humano y no a razones provenientes de una persona peligrosa".

Zabaleta agregó que Pintos "parecería haber obrado atormentado y atrapado en impulsos que no pudo resolver adecuadamente, lo cual pudo haber respondido a no haber persistido en el tratamiento médico psiquiátrico que tenía indicado para el resto de su vida, quedando atrapado en conductas perversas".

"Las evaluaciones médico legales ponen de manifiesto que se trata de una persona desgraciada y con una problemática personal embarazosa, de nivel mental descendido, consumo de alcohol, drogas, pobres contactos sociales extrafamiliares, de personalidad defectuosa e impulsiva, contexto que instaló una conducta sexual perversa. (...) Todo ello lo hace merecedor de una pena que evite una reclusión desmesuradamente prolongada. Un monto de tres años resultaría un adecuado castigo".

La fiscal, en cambio, opinó que los delitos cometidos por Pintos merecían "la máxima sanción penal" y que "la referencia a que no es un sujeto 'peligroso' no resulta de recibo ya que todos los individuos que cometen este tipo de ilícitos, deben tener un perfil perverso".

Finalmente el Tribunal de Apelaciones, integrado por los jueces William Corujo, José Balcaldi y Daniel Tapié, confirmó parcialmente la sentencia de primera instancia de la jueza Merialdo. Los integrantes del tribunal sumaron a la condena por atentado violento al pudor el delito de rapto, no incluido en la sentencia de primera instancia. Sin embargo, y a pesar de ello, le rebajaron la pena a Pintos en medio año: cinco años y dos meses.

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Lo conseguido por Zabaleta fue menos de lo que la madre de Williams anhelaba. Ella quería compartir esa Navidad con su hijo. "Mi madre entró como en un estado de no aceptación y dejó de tomar su medicación. Y de una semana a otra, se murió". Ana volvió a secarse las lágrimas.

Tanto Ana como Viviana sostienen que la madre de Williams murió de pena, atormentada por la situación de su hijo. Ana sacó un préstamo para poder pagarle el mejor funeral posible.
Otra hermana hizo los trámites para que dejaran asistir a Williams al velorio. Apareció custodiado, esposado de pies y manos.

"Fue muy duro", recordó Ana. "Nuestra familia es muy grande y no todos sabían que estaba preso. Muchos creían que estaba trabajando en Punta del Este. Para nosotros era una vergüenza, porque siempre fuimos gente muy trabajadora".

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Ana se encargó de buscarle un nuevo hogar a su padre y a su hermana que aún vivía con él. "La persona que nos alquilaba en Sayago nos dijo que en el barrio lo habían amenazado con prender fuego la casa si mi familia no se iba".

Tras mucho buscar, porque ningún alquiler en Montevideo bajaba de $ 15 mil, consiguió una vivienda en Marindia. Le pidió a su padre que cuando Williams recuperara la libertad, no le diera alojamiento.

Si la pena de cinco años y dos meses se hubiera cumplido completa, Pintos debió recobrar la libertad en mayo de 2017. Sin embargo, gracias a los beneficios que se le otorgan a los presos, aun a los reincidentes y con psicopatías peligrosas, Williams salió de la cárcel en marzo de 2016, informó el fiscal Juan Gómez.

Su padre, desoyendo el consejo de Ana, lo alojó en una pieza en el fondo de la casa de Marindia.
"Salió peor y sin ningún tipo de tratamiento ni de medicación", sostuvo Ana. "Un día mi padre me contó que había comenzado a trabajar en un taxi. Le dije que cómo podía ser. Era como un mono con pistola. ¡No podía estar con un vehículo, levantando gente en la calle! Mi padre, que seguía en la iglesia, me dijo: confía en Dios que va a salir todo bien, él se va a recuperar".

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"Era muy buen trabajador, casi excelente, muy prolijo con el auto, no faltaba, no tenía problemas con nadie, muy correcto, no tenía ni una multa", dijo Mario S., dueño de varios taxis y empleador de Pintos. Mario prefirió no decir su apellido y no hablar más porque "lo que pasó es muy doloroso".

Afirmó que nunca sospechó los antecedentes de su empleado y no tuvo modo de hacerlo, ya que Williams se presentó exhibiendo una libreta profesional de la Intendencia de Montevideo perfectamente válida.

Emiliano Altamiranda trabajaba para el mismo patrón y entre julio y noviembre de 2016 compartió con Williams el horario nocturno, de 16 a 2 de la madrugada, cada uno manejando su taxi. Altamiranda lo evocó como un tipo callado, cohibido, sin opiniones sobre casi nada. Nunca supo ni imaginó sus antecedentes.

Se hicieron amigos. Cada noche se comunicaban para parar y cenar juntos. A veces también salían. Williams tomaba bastante.

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"Una vez fuimos al baile de Piedra Lisa en auto y nos pararon unas gurisas. Tenían un lomazo, pero me di cuenta de que eran menores. Les preguntamos cuántos años tenían. Dijeron 17. Las llevamos hasta donde iban y nos quedamos un rato con ellas tomando vino. Después nos fuimos a Piedra Lisa, pero Williams se quería quedar. En el baile conseguimos chicas, pero él insistía en volver con las adolescentes".

En 2017 fueron juntos al carnaval de La Pedrera.

"La última noche me hizo calentar porque entró a protestar porque no habíamos ganado ninguna mina. Le dije que las cosas se habían dado así, que no me arruinara la noche, que estábamos pasando bien igual. Se enojó y quería ir a la playa a pelear".

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Entre enero y setiembre de 2017 Pintos mantuvo una relación con Lorena, madre de tres niñas chicas. La conoció por Facebook.

La relación se rompió debido a las permanentes discusiones originadas en los celos de Williams.
Pintos le comentó a Altamiranda que ella lo acusaba de ser violento: "¿Vos me ves pegándole a alguien?".

El 20 de octubre de 2017, Lorena se presentó ante la policía y denunció que el día 17 su expareja Williams Pintos había entrado a su casa, le había robado la cédula y otros documentos y había roto varias lámparas. Y que dos días después había querido entrar otra vez, le había reprochado estar engañándolo con otros por Facebook y la había amenazado: "Me lo vas a pagar con sangre".
Agregó que mientras duró su relación, Williams la había golpeado, amenazado, intentado violar y también ahorcar.

La segunda vez que se lo procesó, pasó del Vilardebó al Comcar. Se dejó constancia de que padecía importantes trastornos de personalidad. Esta vez sus víctimas habían sido niñas del oeste de Montevideo.

Enterada la jueza de familia Lilián Elhorriburu prohibió que Pintos se acercara a menos de 500 metros de Lorena y fijó una audiencia para el 23 de octubre.

En esa instancia, Lorena bajó el tenor de su denuncia y manifestó que Pintos solo la había sometido a "violencia psicológica", relató Elhorriburu. Pintos, mientras tanto, se mostró "amoroso, muy correcto, nunca levantó la voz". Según consta en el expediente al que El Observador tuvo acceso, Williams declaró: "Hace como siete u ocho años atrás estuve en tratamiento por depresión. Tengo una hija de 8 años. No soy una persona violenta". Sin embargo, debió admitir sus anteriores graves delitos.

Dos veces condenado por atentado violento al pudor, abusador comprobado de media docena de niñas y adolescentes, eyaculador en la boca de niñas de 7 y 9 años, condenado por rapto, preso durante más de seis años en el Vilardebó y Comcar, la jueza le mantuvo a Williams Pintos la medida de restricción: no podría acercarse a menos de 500 metros de Lorena y sus hijas.

También ordenó que le realizaran una pericia psiquiátrica, una más, otra vez, como en 2004 y 2012, a fin de valorar si su violencia era de "alto riesgo" y si era necesario colocarle una tobillera electrónica. Y le ordenó concurrir al Proyecto Dominó, una organización que atiende a hombres con problemas de violencia doméstica.

Williams volvió a la calle.

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"Salió peor y sin ningún tipo de tratamiento ni de medicación", dijo su hermana sobre el momento en el que Pintos recuperó la libertad en marzo de 2016

El 14 y el 15 de noviembre de 2017, apenas tres semanas después de comparecer ante Elhorriburu, Williams, en abierto goce de su libertad, recorrió La Floresta y Costa Azul con su automóvil Renault color bordó. Intentó secuestrar a dos escolares.

La fiscal de Atlántida, Sylvia Lovesio, relató que "hubo dos denuncias de intento de secuestro a dos niñas. En el primer caso, él persiguió a la niña con su auto; en el segundo, se llegó a bajar y tomarla de la cintura, le dijo que era un oficial de investigaciones. Pero la niña logró zafar y pidió ayuda a una vecina. Se pidió la requisitoria del vehículo y que se comunicara a la policía y a todas las escuelas".
Un periódico local, Diario de Arena, alertó a los vecinos sobre un auto bordó.

Un comisario de la costa de Canelones, que pidió que su nombre no se publique por no tener autorización del Ministerio del Interior para hablar, relató que a todos los comisarios de la costa canaria les llegó un mensaje enviado por el comisario de La Floresta pidiéndoles ayuda para ubicar un auto bordó.

"Pero no se sabía nada más, no había más datos", dijo. "En otros países, este tipo de personas están registradas, una vez por mes tienen que pasar por la policía, se sabe dónde viven, en qué trabajan, qué auto tienen. Si eso hubiera existido en Uruguay se hubiera podido saber de quién era el auto".

Mientras la policía buscaba a ciegas, el 18 de noviembre Williams fue a una sesión sobre control de impulsos en el Proyecto Dominó. Allí su conducta denotó "un desnivel en su equilibrio emocional", la necesidad de consultar a un psiquiatra y un "riesgo alto". Sin embargo, y según el expediente tramitado en el juzgado de familia, tales conclusiones no fueron comunicadas de inmediato sino recién 17 días después.

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Tras los ataques de La Floresta y Costa Azul pasaron cinco días sin que el Renault bordó fuera ubicado.

El 20 de noviembre Williams Pintos, manejando el mismo automóvil, lo intentó otra vez. Ese día, interceptó a la niña Brissa González en Montevideo, la convenció de subir, la llevó a un lugar descampado. Sus ataques de 2012 habían sido peores que los de 2004. Ahora, en 2017, la violencia de Pintos escaló a lo más alto. Violó a Brissa y la asesinó.

Esa noche al llegar a su casa, lavó una y otra vez su auto. Su padre le preguntó por qué lo lavaba tanto, relató Ana. Él respondió que porque estaba muy sucio.

Al otro día llegó tarde a trabajar, algo raro en él. Después fue a un asado en Parque del Plata, en el club donde ahora trabaja su excolega Altamiranda. Se pasó toda la noche mirando el celular, recordó su excompañero.

El auto bordó apareció grabado por una cámara de seguridad con Brissa adentro. Eso aclaró el caso. Williams fue detenido el 22 de noviembre, pero se negó a confesar y a decir dónde estaba la niña.

Brissa fue hallada muerta el 24 de noviembre.

El 25 de noviembre Telenoche 4 entrevistó al padre de Williams en su casa. Las cámaras entraron a la pieza de Williams. Sobre la mesa de luz había un ejemplar del libro Estudios bíblicos, de Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios, Pare de Sufrir, uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes. En un perchero se veían con claridad algunas camisas de Williams y dos vestiditos de niña.

La pericia psiquiátrica ordenada por la jueza Elhorriburu se realizó por fin el 29 de noviembre.
"Ahí salió que este señor era de alto riesgo, pero ya estaba detenido por la justicia penal", dijo la magistrada.

Brissa llevaba nueve días muerta.


No podía tener libreta profesional

La Intendencia de Montevideo no respetó sus propias normas al otorgarle una libreta profesional a Williams Pintos.

Tras la muerte de Brissa, la administración del intendente Daniel Martínez emitió un comunicado en el que sostuvo que "no tiene potestad de negar una licencia de conducir a quien cumpla todos los requisitos".

Agregó que hasta 2015 las personas con antecedentes recibían un "registro condicional", pero esa disposición fue eliminada ese año por la Junta Departamental.

Sin embargo, Pintos no estaba en condiciones de recibir la libreta profesional.

Según puede leerse en la web municipal, "ciertas patologías médicas serán causales de denegatoria en categoría profesional".

El artículo R.424.190 del Digesto Municipal aclara cuáles son esas patologías "inhabilitantes".
Entre ellas se encuentran, nombradas en forma explícita, las "afecciones psiquiátricas".

Pintos tenía "afecciones psiquiátricas" de las más graves, constatadas por el Estado en 2004 y 2012. Un mínimo control lo hubiera dejado en evidencia.

Cabe preguntarse quién le otorgó la libreta profesional a Pintos y en cuántos otros casos estará ocurriendo lo mismo.

"Una muerte evitable"

El ministro Eduardo Bonomi criticó a quienes avisaron, días antes del secuestro de Brissa, que un hombre en un auto bordó estaba atacando niñas en las playas de Canelones. El dato era real, pero Bonomi afirmó que entorpeció la pesquisa.La información había sido dada por la publicación Diario de Arena.

"El ministro dijo que entorpecimos la labor de la policía y me sentí un poco mal, porque había una niña muerta", sostuvo Mónica Choca, directora del medio. "Pero un registro de pedófilos en manos de la policía debería existir, sería importante. Si ante dos denuncias comprobadas, se hubiera visto que una persona con antecedentes vivía en la zona y tenía un auto de ese tipo, la muerte de Brissa hubiera sido evitable".

"No manifiesta arrepentimiento"

Pocos días después de haber asesinado a Brissa González y de haber sido apresado, Williams Pintos fue sometido al menos por tercera vez a pericias psiquiátricas oficiales, esta vez ordenadas por la jueza de Familia, Lilián Elhorriburu.

Las peritos a cargo anotaron: "Sobre su personalidad se destacan rasgos desadaptativos de personalidad antisocial, marcada impulsividad, baja tolerancia a las frustraciones, imposibilidad de empatizar con terceros, dificultad para mantener vínculos interpersonales profundos y estables, no manifiesta arrepentimiento con respectos a sus conductas delictivos por las que fue procesado en dos ocasiones".

"Se dieron muchas alarmas y no actuaron"

En una primera entrevista, Ana Pintos, había manifestado: "Lo que no entiendo es cómo no le dieron seguimiento a mi hermano, cómo lo largaron así nomás de la cárcel. Él tenía que tomar medicación de por vida, pero nadie controlaba si la tomaba, si la compraba, si se la daba alguien. Su patología no tenía cura, pero lo pudieron haber detenido, controlado, antes de que llegara a matar".

La muerte en la cárcel de Williams Pintos reforzó su sensación de que el sistema no funciona bien. En una segunda entrevista, Ana agregó: "Mi familia no es culpable. Mi hermano tenía una patología. Se dieron muchas alarmas y no se actuó como se debería haber actuado".

Ana llevaba muchos años sin ver a su hermano "por no estar de acuerdo con su conducta y las cosas que había hecho". Lo volvió a ver recién después de fallecido, en su entierro.

"Lloré al niño con el que jugué, no al asesino. Soy consciente del dolor que provocó, no lo defiendo. Yo soy madre y puedo sentir el dolor terrible de la madre de Brissa. Me duele en el alma. Él fue un asesino y también un enfermo psiquiátrico. Tenía una psicopatología diagnosticada. Por lo que hizo, tenía una pena que cumplir. En Uruguay no hay pena de muerte".

Apareció ahorcado en su celda

Williams Pintos había pasado cuatro meses y 23 días en Cárcel Central, antes de que el sábado 14 fuera enviado al módulo 11 del antiguo Comcar. Allí debía esperar poco más de un mes hasta el juicio oral. Pero este martes apareció muerto en su celda. Según informó el fiscal Juan Gómez "con un 99% de seguridad se trató de un suicidio". Sin embargo, ni el fiscal ni ninguna autoridad logró aclarar cómo consiguió el cable con el que se ahorcó. Gómez dijo que lamentaba no llegar a un juicio "con todas las garantías que esta persona (por Pintos) se merecía para tener lo que esta fiscalía entendía que era una respuesta ejemplarizante".

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