Opinión > ANÁLISIS

Auschwitz no está lejos

Aún siguen sonando los ecos de ese pasado, y esas alertas no pueden ser obviadas
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09 de junio de 2019 a las 05:00

Entre 1938 y 1942, tuvieron lugar en Europa dos eventos que marcaron el destino de la población judía en los años siguientes de la Segunda Guerra Mundial. El primero se trató de una conferencia, realizada en el balneario francés de Évian-les-Bains, en 1938. El segundo, fue una reunión llevada a cabo en una mansión ubicada en el suburbio berlinés de Wannsee en 1942. En estas dos instancias, se selló la suerte de millones de judíos que habitaban Alemania y los países luego ocupados por el Tercer Reich, a partir de la anexión de Austria en 1938 y la rápida expansión del ejército alemán a lo largo del continente europeo.
La Conferencia de Evian, como se la conoce hoy, reunió a naciones, principalmente europeas y latinoamericanas, -incluyendo al Uruguay- convocadas por el entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. Su propósito era el de tratar la  gravísima situación que enfrentaban los judíos alemanes perseguidos y agredidos moral y físicamente por el régimen Nazi. Estas campañas del terror, anticipaban la implementación de las deportaciones masivas y la creación de guetos y las sucesivas  internaciones, y que derivaron en lo que luego se convertiría en una auténtica industria de exterminio en los campos de concentración, entre ellos, y uno de los más notorios, el de Auschwitz, ubicado en Polonia.

Cuatro años más tarde, en Wannsee, el 20 de Enero de 1942, un grupo de funcionarios del Reich definieron en apenas dos horas los pasos a seguir con respecto a las poblaciones judías, en una Europa ocupada por el nazismo. Tras rápidas deliberaciones, se terminó de diseñar la llamada “Solución Final”. En solo cuatro años, de una instancia fallida como lo fue Evian, la suerte de los judíos europeos –amén de gitanos y otros grupos étnicos y sociales considerados como objeto de exterminio- quedó a manos del nazismo, sin posibilidades de buscar refugio en naciones que, de acuerdo a lo ocurrido en Evian, no fueron capaces de lograr consensos para brindar soluciones.
En consecuencia, la omisión de Evian contribuyó al plan de Wannsee. Millones de muertos fueron el espantoso y trágico resultado de este proceso. 

Entre ambos términos, la omisión y la comisión de los hechos decididos, coexisten aspectos para interpretaciones en diversos niveles. La historia lo viene haciendo desde hace décadas, junto a estudios desde la mirada moral, espiritual y social, intentando explicar algo que resulta complejo como expresión posible de la conducta humana colectiva. Pero esa misma historia hoy viene siendo agitada por fuerzas que se creían sepultadas en el pasado, y que solo latían en las conciencias de los que aún sobreviven de aquel horror imposible de olvidar y sanar.

El pasado 1° de Mayo de este año, cientos de miembros de la organización neo-nazi llamada “El Tercer Camino” desfilaron en la ciudad de Plauen, en la Sajonia alemana, luciendo uniformes color caqui, y sosteniendo banderas con distintivos y pancartas con proclamas. Posteriormente, el 26 de Mayo, se conoció que el gobierno alemán expresó su recomendación a la población judía de que se abstuviera en lo posible de lucir en público la “kippa” –un gorro que constituye parte de su atuendo- como forma de prevenir cualquier provocación violenta, en un creciente clima hostil hacia los inmigrantes en general y hacia los judíos en particular. Ambos hechos señalan que el curso de la historia parece haber dado un giro retrógrado, de la mano de la naturaleza humana y guiada por la ignorancia, la ira cegadora y la irresponsabilidad al estar abriendo, nuevamente, una caja de Pandora.

Once años atrás, yo almorzaba un día con un veterano de la Segunda Guerra, que había combatido en el ejército británico. Hablábamos, en un momento de la conversación, acerca de Europa y la amenaza que ya entonces representaba Rusia. “El problema en Europa no será Rusia. Será siempre Alemania, si vuelve el nazismo”, sentenció. Yo tomé aquellas palabras de alguien que vio al infierno y lo recordaba con el lastre de una pesadilla recurrente. Igualmente, once años atrás, el desfile de Plauen no hubiera significado más que una expresión aislada de un grupo reducido y registrado de alienados y lunáticos. Pero algo ha cambiado.

En el 2019, el neo-nazismo alemán ya no solo desfila, sino que bajo el disfraz electoral de la ultraderecha de Afd (Alternativa por Alemania), ya integra el parlamento alemán como la segunda fuerza política, si se toma a la coalición de gobierno como una tripartita, y va camino a ocupar once escaños en el parlamento europeo mientras crece y tiende a liderar en los estados de Sajonia y Brandenburgo. 

El escenario alemán no es un fenómeno aislado, sino que integra el proceso europeo que tiende a consolidarse, en donde se vienen debilitando los partidos moderados, ante un gran movimiento de partidos extremistas contrarios a la Unión Europea. Esto conlleva al declive del centro de la balanza, acentuando la polarización exacerbada, ya que si bien en el parlamento europeo el crecimiento de la ultraderecha ha sido por debajo de las expectativas, es al interior de sus principales países constituyentes en los que esta ola es más intensa.

Han pasado más de setenta años desde el Holocausto judío y del final de la guerra más sangrienta y destructiva de la historia contemporánea. Si bien lo que se percibe ahora de aquel tiempo no es una música exacta, son sus ecos, los perturbadoramente familiares. Aquel veterano de guerra era mi padre, fallecido hace dos años. Sus palabras, a las que interpreté entonces como un lamento, hoy cobran un rasgo profético. Aunque en algo se equivocaba. En sus intereses de debilitar a Europa, Rusia no está muy lejos de este contexto. Tampoco lo está Auschwitz, como un alerta que no debe ser omitida. 

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