Leonardo Carreño

Crónica de un divorcio anunciado: seis apuntes sobre el “cierre” del GACH

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19 de junio de 2021 a las 05:01

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Fue la crónica de un divorcio anunciado. El miércoles pasado el GACH emprendió la retirada. No alcanzan las palabras para agradecer el trabajo realizado, ni el dinero para pagarlo. Gracias a la calidad del trabajo desarrollado y a que, desde el principio, se delimitaron con toda nitidez los roles (los científicos asesorando, el gobierno decidiendo), el prestigio de la ciencia ha crecido sensiblemente. Con el tiempo sabremos el juicio de la ciudadanía sobre el manejo de la pandemia por parte del gobierno. Paso a compartir siete apuntes. 

Primero. Fue una experiencia inédita. No quiere decir que no haya habido, a lo largo de la historia, comunicación entre el mundo de la ciencia y el de la política. Tampoco quiere decir que no se hayan convocado, en distintos momentos, comisiones de expertos para asesorar a los gobernantes de turno. De hecho, ahora mismo, también está trabajando la Comisión de Expertos en Seguridad Social. Lo que no tiene precedentes es el extraordinario protagonismo del asesoramiento de los especialistas en el principal tema de la agenda pública. Fue un enorme acierto del gobierno convocarlos. Fue un enorme acierto de los científicos aceptar el reto. Hubo mucha valentía de los dos lados, y un esfuerzo encomiable por superar recelos. 

Segundo. El trabajo del GACH valió la pena. No encuentro una manera más sencilla de decirlo que la siguiente. Si pudiera viajar en el tiempo hasta marzo de 2020 para elegir un país de la región en el cual vivir durante la pandemia, sin ninguna duda, elijo Uruguay. Es más: creo que en muchos países de mayor nivel de desarrollo la población padeció más la pandemia que los uruguayos (pienso, por ejemplo, en las penurias de españoles, italianos y franceses). Por cierto, el trabajo del GACH no es la única explicación de esto. Tanto la calidad del sistema de salud como los aciertos conceptuales del gobierno (evitar confinamientos obligatorios) fueron decisivos. Pero no es posible explicar lo hecho y sus resultados sin tomar en cuenta el trabajo del GACH. Sobre esto, no hay dos opiniones en Uruguay. 

Tercero. El esfuerzo valió la pena, también, en otro sentido, menos tangible, pero fundamental en el largo plazo: contribuyó a dar un impulso formidable a la legitimación de la ciencia. El trabajo del GACH llevó a un nuevo nivel la comprensión por parte de amplios sectores de la sociedad de la importancia del conocimiento científico, de la inversión en ciencia, y de la utilidad de nutrir las políticas públicas con evidencia científica de primer nivel. Nunca como antes se habló tanto, en tantos lados, por parte de tantos actores tan distintos ideológicamente, de la importancia de la ciencia. Esto representa una enorme oportunidad en términos de desarrollo humano para el país.

Cuarto. El costo personal, académico y político que pagaron los científicos del GACH fue muy alto. Realizaron un esfuerzo personal extraordinario. El trabajo fue honorario: para asesorar al gobierno, y cuidarnos a nosotros, debieron robarle horas a sus profesiones y sus familias. El esfuerzo académico fue enorme: debieron aprender mucho, sobre la marcha, sobre un tema nuevo. Y debieron esforzarse por comunicarlo de modo comprensible. El costo político fue alto: los científicos no viven en una torre de marfil. Tienen familia, amigos, vínculos de todo tipo. Vivieron presiones fuertes de un lado y del otro, públicas y privadas. Estuvieron más de un año en el centro mismo de dos tormentas (la sanitaria y la política), caminando por un delgado puente colgante. Pónganse por un momento en los zapatos de Rafael Radi…

Quinto. El fin del GACH no llega en el mejor momento. Pero se volvió inevitable. La epidemia se está apagando en algunos países lejanos. Pero sigue al rojo vivo en toda América Latina. En Uruguay se insinúa una tendencia a la diminución de los casos y de las muertes diarias que se explicaría por el desempeño del plan de vacunación. Ya veremos. Aun así, el fin del GACH se veía venir. Las presiones políticas comenzaron a aumentar en diciembre del año pasado, y se volvieron muy difíciles de manejar desde marzo de 2021, es decir, cuando la situación sanitaria empeoró. Es comprensible que los científicos hayan decidido alejarse: el gobierno, tomando en cuenta muchas otras dimensiones legítimas además de la sanitaria, no hizo lo que se recomendaba: no bajó la “llave general” en marzo para acotar drásticamente los contagios. Es evidente que hubiera tenido el apoyo de la oposición.

Sexto. La pandemia llegará a su fin sin la ayuda del GACH. El gobierno confía en que, ahora sí, el Estado uruguayo dispone de las herramientas que precisa para saber cómo manejar la batalla final contra el virus. El gobierno ya aprendió todo lo que precisaba aprender para gobernar exitosamente el tránsito a la “nueva normalidad”. El papel de la presidencia y del MSP será todavía más visible. En suma. Está claro que el prestigio de la ciencia saldrá fortalecido de esta experiencia. En ese sentido, la crisis generada por la COVID 19, es decir, la amenaza de un desastre sanitario de grandes proporciones, terminó siendo una gran oportunidad que, como sociedad, supimos capitalizar. Es menos obvio el balance en el plano político-electoral. La ciudadanía decidirá, cuando llegue el momento, si premiar o castigar al gobierno por las decisiones adoptadas en tiempos de emergencia. 

 

Adolfo Garcé

Doctor en Ciencia Política, Docente e Investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR

adolfogarce@gmail.com

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